28 de diciembre de 2016



Rublev: Natividad del Señor (explicación del icono)

Breve explicación del icono para ayudarnos a profundizar el Misterio

“Hoy la Virgen da a luz al que supera toda esencia; y la tierra le ofrece una gruta a Aquel, a quien nadie puede acercarse. Los ángeles y los pastores le glorifican, y los magos guiados por la estrella vienen en camino. Hoy ha nacido para nosotros un Nuevo Niño que es el Dios Eterno.” 
(Kontakio de la fiesta de Navidad en Oriente)
Preámbulo
En medio de la tradición iconográfica cristiana, sobre todo en oriente, tienen una particular relevancia los iconos de la Natividad, no sólo por representar un momento específico de la vida de Cristo, su nacimiento, sino porque intentan comunicar el sentido profundo de la fe en la encarnación del Hijo de Dios.
La Palabra de Dios acompaña al icono, para los iconos de la encarnación se cuenta con los relatos del nacimiento presentes en los evangelios sinópticos, el prólogo del evangelio de Juan y junto con él todos los testimonios de la pre-existencia del Verbo que en el Nuevo Testamento dan solidez a la fe de la encarnación y de modo particular los evangelios de la infancia, en los textos de Lucas y de Mateo. Sin olvidar con ello todo el material profético y vetero-testamentario que ilumina el acontecimiento de la Natividad y que de modo particular aparece en la liturgia romana del adviento.
Los evangelios de la infancia son sumamente importantes en los iconos de la natividad puesto que, en ellos, al no seguir una lógica cronológica, se intenta presentar el acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios y de su manifestación epifánica progresiva y creciente hasta llegar al gran momento teofánico que en Oriente se ha identificado con el Bautismo del Señor. Así, es común encontrar en los iconos de la natividad toda una serie de acontecimientos que van desde los momentos previos al nacimiento hasta la huida a Egipto (que no aparece en el de Rublev pero en otros iconos sí), cerrando con ello el ciclo de la infancia de Jesús en la tensión hacia la espera de la epifanía del Bautismo y con ello del inicio de su ministerio público.
El encuentro con el icono debe de hacerse en actitud orante. No se está frente al icono como el crítico de arte, sino como el hombre de fe que busca el encuentro con Dios, la iluminación de su fe y el ensanchamiento de su corazón. Así que después de invocar a Dios lo primero que se debe hacer es contemplar el icono en sí mismo, poner atención en todos sus elementos, sus planos, sus dimensiones, sus colores, etc. Dejar que el icono empiece a hablar al corazón. Después hay que poner atención en cada una de sus partes y preguntarse cuál es el sentido de la fe que comunica cada una de ellas. Leer un icono, contemplarlo y orar frente a él no es un acto individualista, es un acto eclesial, del mismo modo que lo es escuchar la Palabra. No es posible interpretar el icono al margen de la tradición que le dio origen y de la tradición interpretativa que le acompaña y que muchas veces se transmite oralmente entre los fieles. Así que todas las interrogantes que surgen al contemplar el icono deben encontrar su respuesta en la misma fe interpretativa que le ha dado origen creativo según los sagrados cánones de la iconografía. Una vez contemplados los detalles se puede suscitar la interrogación y continuar a las explicaciones que provienen de la Tradición y de la Palabra sabiendo que los iconos por ser realidades sagradas llenas de la vida del Espíritu trascienden cualquier explicación y son siempre fuente de nuevas contemplaciones e iluminaciones.

Explicación de los detalles más importantes
Ahora procedemos a la explicación de los detalles más relevantes del icono.
El monte
Los dos montes 
        
Mientras que en la economía de la revelación de la Antigua Alianza el monte y especialmente su cumbre era el lugar privilegiado en donde Dios manifestaría su bondad, su fuerza, su poder, incluso de un modo temible, como en el caso del Sinaí con Moisés, ahora en la nueva Economía aparece el mismo monte como el lugar de la manifestación de Dios. Rublev hace explícito este detalle de exégesis canónica al poner en la cumbre del monte la fuente de la luz divina que baja hasta el lugar en donde está Jesucristo. Y aquí está la principal novedad. Dios ya no está en la cumbre. Dios ha descendido y una estrella baja del cielo para indicar que el lugar de Dios ya no es el cielo sino la tierra. Dios ha puesto su morada entre nosotros.
Pero no es el único detalle respecto al monte. Veamos que hay dos montes que se distinguen claramente pero se unen en la base. Este detalle tampoco es fortuito es la forma en la que el iconógrafo representa la unión sagrada entre lo divino y lo humano en la base de la persona de Cristo. El iconógrafo distingue las dos naturalezas de Cristo al mismo tiempo que las une en la persona del pequeño que aparece al centro del icono. De este modo la montaña misma es Cristo, el lugar, el espacio sagrado en donde el hombre se acerca a Dios y en donde Dios se acerca al hombre. Cristo es el montela roca, que tiene dos cumbres, una humana y otra divina y que se encuentran unidas ambas en la misma realidad de su persona. Se distinguen sin confundirse pero no se separarán jamás.
Los ángeles
El NIÑO, los ángeles, la cueva, el toro y el asno.

Dado que Dios mismo ha descendido del cielo en la persona del Hijo, los ángeles han descendido también. Encontramos dos planos diferentes en los que se desenvuelve la presencia de los ángeles. El primer plano es alrededor del niño. Ahí están adorando a Dios. La gloria de Dios ya no se encuentra sólo en las alturas de su trascendencia divina, sino que ha descendido a la tierra en la humildad de un niño trayendo la paz a a los hombres. Ahí los ángeles continúan su adoración a Dios, pero ahora dirigen su mirada al mundo creado en donde Dios se ha hecho hombre, ha entrado en el tiempo y al espacio.
El segundo grupo de los ángeles (ver imagen 1) no se encuentra alrededor de Dios adorándolo sino que se encuentra alrededor de Dios cumpliendo la misión de anunciar a los hombres el gran acontecimiento. Así encontramos por un lado algunos ángeles dando la noticia a los pastores según el texto de la escritura, y por otro lado dando la noticia y guiando a los sabios de oriente.
La cueva
Todo el dinamismo de la imagen gira en torno de la centralidad de Cristo en la cueva (ver imagen 2). Por un lado este hecho hace alusión al evangelio de Lucas en donde dice que no tenían sitio ni albergue (Lc 2, 7) pero, por otro lado, tiene también un significado más profundo. La cueva es oscura. Es totalmente negra y tal oscuridad significa la oscuridad del mundo. Este color y este juego simbólico aparece también en el icono de Pentecostés. Dios desciende hasta nosotros de lo alto del cielo y desciende como luz en medio de las tinieblas en las que se encuentra el mundo.
El niño
Todo el icono gira en torno al niño Jesús (ver imagen 2). El autor del icono ha logrado establecer las relaciones de todos los elementos con el niño de modo que aunque algunos de ellos sean mayores en tamaño o incluso en gloria visible como los ángeles o la Virgen María, no se confunda el que contempla el icono y aparezca todo elemento subordinado a Jesucristo. Lo primero que salta a la vista es que el niño no aparece envuelto en pañales sino envuelto en sudarios y mortajas. Su envoltura es una envoltura funeraria. Con esto el iconógrafo quiere mostrar que el mismo acontecimiento de la encarnación significa en si mismo que Dios ha hecho suyo todo lo humano. Que Dios ha nacido en humanidad significa que Dios ha de morir en la persona del Verbo encarnado. Pero no sólo como dato antropológico sino como acontecimiento salvífico. Es precisamente el Verbo de Dios hecho carne el que a través de su muerte se hará la luz de las naciones y atraerá a todos hacia si.
En algunos iconos se observa al niño en el pesebre, lugar en donde comen los animales, dato que proviene de Lc 2,16 pero en este icono y en algunos otros la figura dista mucho de la representación del pesebre sino que evoca a la tumba, al santo sepulcro que verá no sólo el cuerpo sin vida del Hijo de Dios sino la misma resurrección. De este modo el iconógrafo vincula la Natividad con la muerte y la resurrección de Cristo dejando así de manifiesto que el Verbo eterno del Padre se ha encarnado para morir y resucitar y de este modo ser luz y salvación para todos los hombres.
El icono también tiene un sentido eucarístico. En la divina liturgia de San Juan Crisóstomo el rito inicia en un lugar especialmente designado para la preparación del sacrificio, y este lugar se halla usualmente bajo el icono de la Natividad. De este modo la liturgia reconoce que la Natividad es el origen del culto cristiano, la preparación del sacrificio, pero también reconoce que cada liturgia es de modo auténtico la misma Natividad, en donde el Hijo de Dios desciende para ofrecerse como sacrificio y darse como alimento para la vida del mundo. Es significativo no sólo el nombre de la ciudad de Belén que significa “casa de pan” y el hecho de que descanse en un “comedero” sino que de modo más profundo es su sacrificio lo que lo hace alimento como lo quiso expresar Nuestro Señor en las palabras de institución:
Tomad y comed todos de Él,
porque ESTO ES MI CUERPO,
que será entregado por vosotros.
Tomad y bebed todos de Él
porque ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE,
sangre de la alianza nueva y eterna
que será derramada por vosotros y por todos los hombres
para el perdón de los pecados.
La Theotokos
 La Theotokos y la piedra plana

El personaje de mayor tamaño en el icono es la Virgen Madre de Dios, aunque su papel es secundario respecto a Nuestro Divino Salvador. Es el personaje más cercano a Cristo. Esta proximidad habla no sólo de su rol como madre sino también su importancia en la realización del plan divino.
Los distintos iconos varían en las posturas de María según las actitudes que deseen mostrar en él. En algunos aparece María de rodillas frente al niño. En otros sentada en contemplación del niño con mucha cercanía y de este modo estableciendo lo que sería un primer icono del tipo eleusa es decir de la ternura. Pero en todos ellos aparece un dato común. María no está incómoda en la cueva sino que aparece recostada o sentada sobre un manto de color rojo. El rojo en la iconografía significa la divinidad. Por ello la Theotokos siempre aparece revestida de rojo, divinizada por la gracia. De este modo el iconógrafo aunque deja claro que ha nacido un verdadero niño que también es Dios, este nacimiento no ha sido un nacimiento ordinario. Ella tiene como Theotokos un auxilio especial en el parto, un auxilio que le da una disposición de comodidad. Esto sin embargo contrasta, en este icono, con el hecho de que María aparece acostada, como fatigada y de espaldas al niño. Mucho se ha escrito sobre este dato del icono de Rublev, algunos dicen que está de espaldas porque el misterio del Hijo de Dios hecho hombre es tan deslumbrante que ella prefiere no mirarlo directamente, algunos evocan simplemente a su cansancio. Así que en estos detalles aparece la paradoja del parto y de la Natividad de Jesús: María aparece Virgen y coronada de tres estrellas que significan su virginidad perpetua, al mismo tiempo el icono evoca un parto real, con un auxilio divino misterioso que preserva la virginidad en el alumbramiento pero que al mismo tiempo parece dejarla exhausta como una Madre que ha descansado después de una larga espera y de un largo viaje.
Hay otro detalle importante, y es que María reposa sobre una roca plana frente a la gruta. Este tipo de representación tiene sus orígenes en las escuelas de iconos de Creta y del Monte Athos y se la observa a partir de obras del s. XV. Esta roca representa las profecías de Daniel:
 “Estabas mirando, hasta que una piedra se desprendió sin que la cortara mano alguna, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó” (Dan 2, 34)
El ícono interpreta que esta visión de la roca se cumple cuando la Virgen da a luz a Cristo quien vencerá las fuentes de todo mal y sufrimiento tal como esa roca de Daniel hizo desplomar a los reyes de este mundo. La virgen tiene también este rol principal en el Hirmos de la Cuarta Oda de Navidad:
“Ha surgido un vástago del tronco de Jesé, y Tú, Cristo Dios como un retoño has brotado de sus raíces, procedes de la montaña cubierta por el vergel, pues te encarnaste de la Virgen que no conoció hombre. ¡Oh Dios, Tú que eres ajeno a la materia, gloria a Tu Poder, Señor!”
Este himno se encuentra en relación directa con Is 11, 1-2 y señala a la Virgen como una montaña fértil de la que ha brotado el vástago de Jesé (el padre de David y el ancestro de Cristo según Mt 1, 6 y Lc 3, 31-32).
La noche de José y la luz del astro
En el costado inferior izquierdo usualmente aparece San José. Normalmente aparece envuelto en oscuridad, meditativo y en actitud de oración. Aparece en muchos casos con un ermitaño que le habla al oído. En estos signos se representa la duda de José. San José frente a la noticia de la espera de María se queda perplejo tal como es narrado en Mt 1, 19-25. Las dudas que experimenta San José frente al acontecimiento inaudito de la anunciación y de la concepción virginal de María, son dudas que San José lleva en la soledad de su corazón, de ahí que la interpretación más común del ermitaño evocan el espíritu orante de San José y a la noche de su corazón. Pero aquí nuevamente el iconógrafo va más allá y muestra en José, varón justo, la realidad de todo el pueblo de Israel frente a Jesús. Todo el pueblo está en noche, en dudas que ha de ir resolviendo en la oración y en la escucha atenta de la Palabra. Mientras aparece José representando al pueblo de Israel en su noche, aparecen también los magos de oriente que en la noche son guiados por la luz del misterioso astro que los acerca a Cristo. Así, toda la humanidad aparece representada alrededor de Cristo, los paganos en los magos de oriente, Israel en San José, y los pobres de espíritu en los pastores. Aquí aparecen el cielo y la tierra unidos alrededor del Verbo Encarnado que se prepara para salvar a la humanidad y que es por primera vez visible en la humildad y en la sencillez de un niño pequeño que busca los brazos de María.
El anciano del bastón es el demonio que intenta tentar a San José para rechazar a su desposada. El fundamento evangélico de esta escena se puede encontrar en la apresurada decisión de repudio de Mateo 1, 19 y en su ausencia en el momento de la llegada de los magos según Mt 2, 11. Los evangelios apócrifos relatan que el demonio le decía “si este bastón seco puede dar brotes, también es posible que una virgen dé a luz un hijo” y en ese mismo momento el bastón dio brotes confirmando así la fe de José.
El buey y al asno
El toro y el asno (ver imagen 2) son también todo un símbolo que procede de la profecía de Isaías 1,3:
“El buey conoce a su dueño, y el asno el pesebre de su señor; Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento.” 
Esta profecía denuncia la ignorancia del hombre de no reconocer quién es el verdadero Señor y amo de su vida. Aquí son ellos quienes acudieron en primer lugar en reconocimiento de su amo y señor. Además la versión griega de los Setenta de Habacuc 3, 2 dice:
“Tu, Señor, serás conocido por los dos seres vivientes”. 
En el siglo IV los grandes padres de la Iglesia tales como Gregorio de Nisa y Gregorio de Nacianzo ven en estos dos animales una representación simbólica de los judíos y las naciones. Los judíos están representados por el toro en el sentido de sus prácticas religiosas de ofrecer novillos en sacrificio mientras que el asno representa la ignorancia de las naciones acerca de toda la historia de revelación divina. Este paralelo se muestra en concordancia con el paralelo de los magos y los pastores en el que los pastores representan el pueblo judío mientras que los magos representan las naciones.
Los pastores
Los pastores están personificados como hombres humildes, tal como dice Lucas, que vivían a la intemperie (Lc 2, 8).
Esta humildad les dio la posibilidad de estar en contacto directo con el mundo celestial y es así que son los primeros en recibir la noticia de la Buena Nueva por parte de los ángeles. El nacimiento no ha sido anunciado entre reyes ni tampoco entre las autoridades del Templo de Jerusalén ni siquiera aún entre los maestros de la Ley que conocen todas las profecías y las enseñan (Mt 2, 4-6). Los pastores reciben la anunciación directamente de los ángeles en plena naturaleza abierta y creen sin dudas y por ello acuden a ver al recién nacido en Belén. La representación de las escenas de los pastores está en concordancia plena con la escena de Lucas 2, 8-20.
Los pastores representan al pueblo que “caminaba en las tinieblas y vió una gran luz” (Is 9,1)
Los Reyes magos
Los tres magos de oriente están representados en su camino a Belén guiados por el astro. Otra manera de representarlos es en adoración dando sus ofrendas. Tenemos imágenes muy antiguas de este tipo de escena que pueden atestiguarse desde el s. IV.
Los magos viajan señalando el cielo, y particularmente el astro que los guía. Esta estrella que avanza tiene sus orígenes en el relato del vidente Balaam hijo de Beor quien fue llamado por el rey de los moabitas Balac para que pronuncie maldiciones contra Israel pero éste no pudo más que pronunciar bendiciones a favor de Israel (Num 22-24). En Números 24, 17 tenemos una de estas bendiciones en la cual se menciona la estrella que avanza y que en la historia de la interpretación judía pasó a ser una de los vaticinios mesiánicos más importantes:
“Lo veo, aunque no por ahora, lo diviso, pero no de cerca: de Jacob avanza una estrella, un hombre surge de Israel.” 
Así por ejemplo lo demuestran los escritos de Qumrán en CD 7, 18-20 y los testamentos del patriarca Levi (18, 3) y del patriarca Judá (24, 1.5). También el texto del Tárgum de Onkelos dice en este párrafo “surge un rey de Jacob, el Cristo de Israel será ungido”. 
Finalmente el concepto de que los magos entreguen dones al nuevo niño rey está fuertemente inspirado en la profecía de Isaías 60, 1-6 y en el salmo 72, 10-11 que hablan de los dones que un día ofrecerán las naciones al rey de Israel. La profecía de Isaías dice:
“¡Arriba, resplandece, (Jerusalén), que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido!… entonces… las riquezas de las naciones vendrán a ti. Un sin fin de camellos te cubrirá, jóvenes dromedarios de Madián y Efá. Todos ellos de Sabá vienen, portadores de oro e incienso y pregonando alabanzas al Señor.” 
Por su parte el salmo dice:
“Los reyes de Tarsis y las islas traerán presentes. Los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán tributo; todos los reyes se postrarán ante él, le servirán todas las naciones.” 
La mención del oro y el incienso como ofrendas traídas a la nueva Jerusalén por parte de las naciones y la mención de la postración frente al rey justo son elementos que llaman la atención de todos aquellos que conocen el relato de Mateo y el Antiguo Testamento. Orígenes (185-254) dio un significado a cada uno de los presentes sosteniendo que el oro confiesa el linaje real de Jesús, el incienso su divinidad y la mirra su humanidad con la cual habrá de sufrir la pasión. Orígenes fundamenta esta interpretación sin lugar a dudas en textos del Antiguo Testamento como los arriba nombrados y muchos otros más.
Las parteras
En algunos de los iconos de la Natividad aparece en el costado derecho inferior un par de mujeres que lavan unos paños. En otros iconos de la Natividad aparece en este mismo espacio la huida a Egipto. ¿Por qué se han puesto a las parteras en el icono? Era costumbre que algunas mujeres ayudaran a la mujer al dar a luz y después limpiaran al niño además de encargarse del cordón umbilical. ¿Por qué hacer explícito este detalle, qué no aparece en los textos y que parece una mera suposición? La intención es nuevamente teológica. El autor del icono quiere dejar manifiesto que Jesucristo siendo Dios es verdadero hombre y no es hombre en apariencia, por eso la importancia de que aparezcan las parturientas limpiándolo y encargándose de la unión carnal que tenía con María en el cordón umbilical.
Esta escena tiene sus raíces en los evangelios apócrifos de Santiago y Mateo. No tiene fundamentos ni en el evangelio canónico de san Mateo ni en el de san Lucas. Las mujeres que lavan al niño se llaman Salomé (la que porta al niño) y Zelomí (la que pone el agua). Estas representaciones son tardías y se registran desde el s. XIV. Según cuenta la historia Salomé dudó de la virginidad de María y por ello se secó su mano hasta que finalmente adoró a Cristo y confesó su fe; momento en el cual su mano fue curada (Protoevangelio de Santiago 18-20). Es un relato que confirma la singularidad de este nacimiento.
Conclusiones

Tal como podemos ver el ícono de la navidad tiene fuertes raíces no sólo en los relatos evangélicos sino también en las profecías del Antiguo Testamento. La imagen da lugar a una interpretación detallada de las profecías mesiánicas y revela los misterios de la fe cristiana. Los iconos son un evangelio abierto que instan al orante a preguntar por cada uno de sus detalles  que posteriormente quedan grabados en la memoria y el corazón de todos aquellos que rezan con fe y creen en el mensaje salvífico de la Palabra Encarnada.
Oremos

Dios nuestro, que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza, y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos participar de la vida divina de aquél que ha querido participar de nuestra humanidad.






16 de septiembre de 2016

PADRE CLEOPAS: " UNA CHARLA SOBRE ORACIÓN"








Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.

Centurias sobre la Caridad

He aquí, oh padre Elpidio, que además del discurso acerca de la vida ascética he enviado a tu Santidad también el discurso sobre la caridad, en centurias de capítulos de igual número que los cuatro Evangelios. No es, en modo alguno, digno de tu expectativa, pero por lo menos no es inferior a nuestra posibilidad. Por lo restante, sepa tu Santidad que estas cosas no son en manera alguna labor de mi pensamiento personal, sino que, después de haber recorrido los tratados de los santos Padres y recogido de allí los conceptos que se referían al tema, y haber reunido después muchas cosas resumidamente, para que fuesen claras para recordarlas fácilmente, las envié a tu Santidad, recomendándote leerlas benévolamente y captar sólo su utilidad, pasando por alto la falta de belleza del estilo, y orar por mi modesta condición, privada de todo provecho espiritual. Te recomiendo también no tener lo escrito por inoportuno, pues he cumplido una orden; y digo esto porque somos muchos los que hoy oscurecemos con las palabras, mientras son pocos, en cambio, los que con las obras instruyen o son instruidos[1].
Aplícate, más bien, con esfuerzo a cada uno de los capítulos. No todos son fácilmente perceptibles a cada uno, como lo creo; sino que para muchos la mayor parte necesita de mucha investigación, aún si parecen dichos con simplicidad. Así, pues, revelada por ellos, podrá aparecer cualquier cosa útil para el alma. Y se revelará del todo por la gracia de Dios a quien lee con pensamientos no curiosos, sino con el temor de Dios y caridad. En cambio, nada útil se revelará jamás en ninguna parte a quien lee este trabajo o cualquier otro, no en vistas a una utilidad espiritual, sino con la intención de apresar expresiones para poder hablar mal de quien lo escribe, con el fin naturalmente de mostrarse a sí mismo, por presunción, más sabio que aquel.


Primera Centuria
1
La caridad es una buena disposición del alma, por la cual nada antepone al conocimiento de Dios. Es imposible que llegue a la posesión de esta caridad el que tiene una inclinación hacia cualquier cosa terrestre.

2
La caridad nace de la imperturbabilidad[2]; la imperturbabilidad, de la esperanza en Dios; la esperanza, de la paciencia y de la longanimidad; éstas, del perfecto dominio de sí; el dominio de sí, del temor de Dios; el temor, de la fe en el Señor.

3
Quien cree en el Señor teme el castigo; quien teme el castigo domina las pasiones; quien domina las pasiones soporta las aflicciones; quien soporta las aflicciones tendrá la esperanza en Dios; la esperanza en Dios separa de toda pasión terrena; el nous separado de éstas tendrá el amor de Dios.

4
El que ama a Dios antepone el conocimiento de Él a todas las cosas hechas por Él y persevera incesantemente en Él, mediante el deseo.

5
Si todas las cosas han sido hechas por Dios y  por medio de Dios, Dios es mejor que las cosas hechas por Él. Quien deja lo mejor y se dedica a las cosas peores, muestra que él mismo prefiere a Dios, las cosas hechas por Él.


6
Quien tiene el nous fijo en el amor de Dios desprecia todas las cosas visibles y su mismo cuerpo como algo extraño.

7
Si el alma es mejor que el cuerpo e incomparablemente mejor que el mundo es Dios, que lo ha creado, quien prefiere  el cuerpo antes que el alma, y el mundo por Dios creado antes que a Dios, no se distingue en nada de los idólatras.

Quien ha apartado el nous del amor y de la atención a Dios y lo tiene ligado a cualquier objeto sensible, éste es el que prefiere al alma, el cuerpo y al Dios creador, las cosas creadas por Él.

Si la vida del nous es la iluminación del conocimiento y éste nace del amor a Dios; se dice bien que nada es más grande que el amor divino[3].


Notas:
[1] Cf. Char IV, 85
[2] Traducimos apátheia como “imperturbabilidad”, siguiendo a Ceresa-Gastaldo, en vez de “libertad interior”, como lo hacen von Balthasar (innere Freiheit) y Pégon (liberté intérieure).

[3] Cf. 1 Co 13, 13.

Continuará...

11 de septiembre de 2016

Participamos en la Eucaristía y compartimos nuestros bienes


De la Apología primera de San Justino, mártir, a favor de los cristianos
Lectura bíblica: Hch 2, 42 - 47

Comentario
Este pasaje de San Justino describe una celebración eucarística alrededor del año 150 d. C. y de ahí su gran valor testimonial. Fijémonos en la permanente continuidad entre aquellas celebraciones y las nuestras, pero también en el hecho de que la eucaristía entonces resultaba inseparable de la solidaridad con los pobres. En la antigüedad existía una viva conciencia de que, al compartir el Cuerpo y la Sangre del Señor, los cristianos nos hacemos parte del mismo Cristo y debemos ser solícitos unos
con otros. Quienes tenían pues bienes económicos se disponían a compartir generosamente con los necesitados. “No es una orden (es) para que demuestren la sinceridad de su amor fraterno. Bien conocen la generosidad de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por ustedes se hizo pobre, siendo rico, para hacerlos ricos con su pobreza” (2 Co 8, 8 - 9), había señalado el mismo apóstol Pablo a los cristianos de Corinto. Fijémonos también en que los diáconos se encargaban de llevar la comunión a los
ausentes, tal y como lo hacen hoy en nuestras propias comunidades los ministros extraordinarios de la eucaristía.
Sólo pueden participar de la eucaristía los que admiten como verdaderas nuestras enseñanzas, han sido lavados en el baño del nuevo nacimiento y del perdón de los pecados y viven tal y como Cristo nos enseñó.
Porque el pan y la bebida que tomamos no los recibimos como pan y bebida
corrientes, sino que así como Jesucristo, nuestro salvador, se encarnó por la acción del Verbo de Dios y tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que aquel alimento sobre el cual se ha pronunciado la acción de gracias, usando de la plegaria que contiene sus mismas palabras, y del cual, después de transformado, se nutre nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.
Los apóstoles, en efecto, en sus comentarios llamados Evangelios, nos enseñan que así lo mandó Jesús, ya que él, tomando pan y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Hagan esto en memoria mía; éste es mi cuerpo; del mismo modo, tomando el cáliz y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y se lo entregó a ellos solos.
A partir de entonces, nosotros celebramos siempre el recuerdo de estas cosas; y, además, los que tenemos alguna posesión socorremos a todos los necesitados, y así estamos siempre unidos.
Y por todas las cosas de las cuales nos alimentamos alabamos al creador de todo, por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Y, el día llamado del sol, nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite.
Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras a la imitación de tan luminosos ejemplos. Luego nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces, se trae pan, vino y agua; entonces el que preside eleva, fervientemente, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y participación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes.
Los que poseen bienes en abundancia, y desean ayudar a los demás, dan, según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone a disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las viudas y a todos los que, por enfermedad u otra causa cualquiera, se hallan en necesidad, como también a los que están encarcelados y a los viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a todos los necesitados.
Nos reunimos precisamente el día del sol porque éste es primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es también el día en que Jesucristo, nuestro salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos a quienes enseñó estas mismas cosas que hemos puesto a consideración de ustedes.


La eucaristía es don de vida eterna


Del Tratado de San Ireneo, obispo, Contra las herejías
Lectura bíblica: Jn 6, 25 – 27
San Ireneo de Lión ( c.140- c.202)

Fue discípulo del obispo mártir Policarpo de Esmirna, quien a su vez había sido discípulo directo del apóstol Juan. Ireneo es sin duda el teólogo más importante de la Iglesia en el siglo II, por su gran obra “En contra de los Herejes”; ésta fue la primera exposición de conjunto de la teología cristiana.
Aunque provenía de Asia Menor, fue obispo de una colonia griega cristiana en la Galia, del 177 al 178. Sucedió en esa sede al obispo mártir Fotino en tiempos del emperador romano Marco Aurelio. Cuando el Papa Víctor I excomulgó a las Iglesias de Asia por celebrar la Pascua en una fecha diferente a la de Roma, Ireneo –ejerciendo audazmente su corresponsabilidad eclesial- escribió al Papa, persuadiéndole a restaurar la unidad y tolerar las diferentes tradiciones. Víctor I recapacitó y retiró la excomunión.

Comentario
Es propio de San Ireneo destacar que nuestra carne mortal también participa de la salvación y que por lo tanto resucitaremos con ella. La eucaristía nos dispone para la resurrección, pues “ella es comida que permanece y con la cual uno tiene vida eterna” (Jn 6, 27). “La Pascua de Cristo -ha dicho Juan Pablo II en consonancia con San Ireneo- incluye también su resurrección. Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo
hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la eucaristía pan de vida (Jn 6, 51)”. Y es participando de ella que participamos
de la gloria de Cristo resucitado.
Si no fuese verdad que nuestra carne es salvada, tampoco lo sería que el Señor nos redimió con su sangre, ni que el cáliz eucarístico es comunión de su sangre y el pan que partimos es comunión de su cuerpo. La sangre, en efecto, procede de las venas y de la carne y de todo lo demás que pertenece a la condición real del hombre, condición que el Verbo de Dios asumió en toda su realidad para redimirnos con su sangre, como afirma el Apóstol: Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados.
Y, porque somos sus miembros, nos sirven de alimento los bienes de la creación; pero él, que es quien nos da estos bienes creados, haciendo salir el sol y haciendo llover según le place, afirmó que aquel cáliz, fruto de la creación, era su sangre, con la cual da nuevo vigor a nuestra sangre, y aseveró que aquel pan, fruto también de la creación, era su cuerpo, con el cual da vigor a nuestro cuerpo.
Por tanto, si el cáliz y el pan, cuando sobre ellos se pronuncian las palabras sacramentales, se convierten en la sangre y el cuerpo eucarísticos del Señor, con los cuales nuestra parte corporal recibe un nuevo incremento y consistencia, ¿cómo podrá negarse que la carne es capaz de recibir el don de Dios, que es la vida eterna, si es alimentada con la sangre y el cuerpo de Cristo, del cual es miembro?
Cuando el Apóstol dice en su carta a los Efesios: Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, no se refiere a alguna clase de hombre espiritual e invisible -ya que un espíritu no tiene carne ni huesos-, sino al hombre tal cual es en su realidad concreta, que consta de carne, nervios y huesos, que es alimentado con el cáliz de la sangre de Cristo, y que recibe vigor de aquel pan que es el cuerpo de Cristo.
Y del mismo modo que la rama de la vid plantada en tierra da fruto a su tiempo, y el grano de trigo caído en tierra y disuelto sale después multiplicado por el Espíritu de Dios que todo lo abarca y lo mantiene unido, y luego el hombre, con su habilidad, los transforma para su uso, y al recibir las palabras de la consagración se convierten en el alimento eucarístico del cuerpo y sangre de Cristo; del mismo modo nuestros cuerpos, alimentados con la eucaristía, después de ser sepultados y disueltos

bajo tierra, resucitarán a su tiempo, por la resurrección que les otorgará aquel que es el Verbo de Dios, para gloria de Dios Padre, que rodea de inmortalidad a este cuerpo mortal y da como regalo la incorrupción a este cuerpo corruptible, ya que la fuerza de Dios se muestra perfecta en la debilidad.
Continuación…

Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.

Diálogo Ascético
Texto

41.  Habiendo conocido del Antiguo y Nuevo Testamento el temor del Señor, su bondad y el amor a los hombres, convirtámonos de todo nuestro corazón. ¿Por qué pereceremos, hermanos? Los pecadores purifiquémonos las manos, limpiemos nuestros corazones los vacilantes, gimamos, hagamos luto y lloremos a causa de nuestros pecados. Cesemos nuestras malas acciones, tengamos fe en la misericordia de Dios; temamos sus amenazas, guardemos sus mandamientos, amémonos los unos a los otros de todos corazón.  Digamos, “hermanos nuestros", también a aquellos que nos odian y nos repugnan para que el Nombre del Señor sea glorificado y contemplado en su gozo.  Perdonémonos los unos a los otros, ya que nos tentamos entre nosotros, porque todos somos combatidos por el mismo enemigo.  Opongámonos a nuestros malos pensamientos, invocando el socorro de Dios y hagamos huir de nosotros los espíritus malvados e impuros.  Sometamos la carne al espíritu, mortificándola y esclavizándola a través de toda penuria[1].  Purifiquémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu[2].  Estimulémonos unos a otros en el paroxismo del amor y de las buenas obras[3].  No nos envidiemos ni, envidiosos, nos hagamos feroces; más bien, tengamos compasión unos de otros y curémonos mutuamente por medio de la humildad. No nos calumniemos, no nos injuriemos, Porque somos miembros unos de otros[4]. Alejemos de nosotros la negligencia y la pereza; mantengámonos virilmente luchando contra los espíritus del mal: Tenemos junto al Padre a un abogado, Jesucristo, el Justo[5]. Él es propiciación de nuestros pecados, y supliquémosle con un corazón purificado con toda nuestra alma, y él perdonará nuestros pecados. Porque el Señor está cerca de todos los que lo invocan de verdad[6].  Y por eso dice: Ofrece al Señor un sacrificio de Alabanza, y al altísimo tus votos, e invócame en el día del peligro; yo te sacaré y tú me glorificarás[7]. Y nuevamente en Isaías: Rompe todas las cadenas injustas, desata todos los lazos de servidumbre; da la victoria a los quebrantados y destruye, todo contrato injusto. Parte tu pan con el hambriento, introduce en tu casa a los pobres sin techo. Si ves a uno desnudo, vístelo y no desprecies a los que son de tu raza.  Entonces brotará tu luz como la aurora y encontrarás rápidamente remedio a tus heridas: Tu justicia marchará delante de ti y la gloria del Señor te rodeará[8]. ¿Y qué después de esto? Grita entonces y el Señor te escuchará, y mientras aún estás hablando te dirá: ‘Aquí estoy’, entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía. Y Dios estará siempre contigo y  tu alma será colmada como lo desea[9]. Observa  que rompiendo todos los lazos de injusticia en nuestro corazón y disolviendo toda obligación de contratos violentos de rencor, y buscando con toda el alma beneficiar al prójimo, nos ilumínanos con la luz del conocimiento, y nos libramos de las pasiones indignas y nos llenamos de toda virtud, y resplandecemos por la gloria del Señor y nos liberamos de toda ignorancia: invocando los dones de Cristo, somos escuchados y tendremos siempre a Dios con nosotros y seremos colmados del deseo de Dios.

42. Amémonos unos a otros y seremos amados por Dios. Seamos magnánimos unos con otros y él será magnánimo con nuestros pecados. No devolvamos mal por mal[10],  y no lo recibiremos según nuestros pecados.  En el perdón de los hermanos encontraremos el perdón por nuestros pecados.  Y la misericordia de Dios está oculta en la misericordia hacia el prójimo. Por eso el Señor decía: perdonad y se os perdonará[11]. Y si perdonáis a los hombres sus faltas, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados”[12]. Y también:Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia"[13]. Y: con la medida con que midáis, seréis medidos[14]. He aquí que el Señor nos ha concedido el modo de salvación, y nos ha dado el poder eterno de hacernos hijos de Dios; y, en definitiva, en nuestra voluntad está nuestra salvación[15].

43. Démonos enteramente al Señor, a fin de recibirlo todo entero. Hagámonos dioses por su gracia, por eso Él se hizo hombre, siendo Dios y Señor por naturaleza.  Obedezcámosle, y él sin esfuerzos nos vengará de nuestros enemigos. Si mi pueblo me hubiese escuchado, dice, si Israel hubiese marchado por mi senda, en un instante habría abatido a mis adversarios, y habría vuelto la mano en contra de los que lo afligían[16] (146).  Pongamos toda nuestra esperanza solo en Él.  Y enraicemos todo nuestra solicitud en Él solo, y Él mismo nos liberará de toda tribulación, y nos nutrirá durante toda la vida. Amemos de corazón a todos los hombres, pero no pongamos la esperanza en hombre alguno: porque en la medida en que el Señor nos guarde, todos nuestros amigos nos cuidarán, y todos los enemigos serán impotentes contra nosotros.  Pero cuando el Señor nos abandone, entonces todos nuestros amigos también y todos los enemigos llegan a ser fuertes contra nosotros. Y más aún, quien confía en sí mismo, caerá con una caída indigna, pero el que teme al Señor será exaltado. Por eso dice David: No espero en mi arco, ni mi espada me salva.  Tú nos salvaste de los que nos afligían y confundiste a los que nos odian[17].

44. No admitamos ningún pensamiento que minimice nuestros pecados y predique su remisión. Contra estos pensamientos el Señor, nos ponía en guardia, diciendo: Cuídense de los falsos profetas, que vendrán a Uds. con vestidos de ovejas, pero que dentro son lobos rapaces[18]. Porque mientras nuestro nous permanece turbado por el pecado, no alcanzamos aún su perdón porque no hemos producido aún frutos dignos de penitencia, y el fruto de la penitencia es la imperturbabilidad del alma y la imperturbabilidad es la cancelación del pecado. Y aún no tenemos una perfecta imperturbabilidad cuando, por momentos, somos turbados por las pasiones y, por momentos, no lo somos. Por medio del santo bautismo hemos sido liberados del pecado original, pero de los que osamos cometer después del bautismo, somos liberados por medio de la penitencia.

45. Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos la remisión de los pecados.  Despreciemos las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres[19]. Andemos en  el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne[20]. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza.  Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante[21]. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por lo placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia;busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor[22]. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos y del señor del mundo[23]. Abandonemos la carne y las cosas carnales.  Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía.  Imitemos al divino Apóstol; acojamos al caudillo de la vida; gocemos de la fuente de la vida. Danzaremos con los ángeles, con los ángeles alabaremos a nuestro Señor Jesucristo; a quien la gloria y el poder junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.

Notas:
[1] Cf. 1 Co 9, 27.
[2] 2 Co  7, 1.
[3] Cf. Hb  10, 24.
[4] Ef  4, 25.
[5] Cf. 1 Jn  2, 1.
[6] Sal  144, 18.
[7] Sal  49, 14.
[8] Is  58, 6-8.
[9] Is  58, 9- 10.
[10] Cf. Rm  12, 17.
[11] Lc  6, 37.
[12] Mt  6, 14.
[13] Mt  5, 7.
[14] Mt  7, 2.
[15] Clara afirmación de Máximo, ya desde sus primeros escritos, de la insoslayable función de la voluntad humana en la obra de salvación.
[16] Sal  80, 14- 15.
[17] Sal 43, 7- 8.
[18]Mt  7, 15.
[19] Aquí se ve diáfanamente el encadenamiento de los tres niveles: desprecio por la materia- amor al prójimo- amor a Dios.
[20] Ga  5, 16.
[21] Cf. Flp  3, 13.
[22] Hb  12, 14.
[23] Cf. Ef  6, 12.


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                Continuará...