7 de agosto de 2016

La eucaristía es el viático
de nuestro camino



De los Tratados de San Gaudencio de Brescia, obispo
Lectura bíblica: Jn 6, 48 – 50; 1 Co 10, 14 - 17
Gaudencio de Brescia (¿ - c. 406)
Obispo de Brescia al norte de Italia, fue enviado por el papa Inocencio I a Constantinopla (404) para interceder ante la corte del emperador Arcadio a favor del perseguido arzobispo San Juan Crisóstomo, a quien conoció personalmente. Fue amigo personal de San Ambrosio. Se conservan 21 sermones suyos.

Comentario
Así como el grano de trigo debe ser amasado y la uva exprimida para obtener de ellos el pan y el vino, así también Cristo se inmoló y derramó su sangre en la cruz, para unirnos a su pasión por la eucaristía. Comulgando nos unimos en Cristo y recibimos la gracia liberadora de su pasión.
San Gaudencio resume además brevemente la doctrina eucarística: ella es don de la nueva alianza, prenda de la presencia del Señor entre nosotros y viático que nos fortalece y reanima en la peregrinación de nuestra vida.
El sacrificio celestial instituido por Cristo es verdaderamente el don de su nueva alianza que nos dejó en herencia, como prenda de su presencia entre nosotros, la misma noche en que iba a ser entregado para ser crucificado. Éste es el viático de nuestro camino, con el cual nos alimentamos y nutrimos durante el peregrinar de nuestra vida presente, hasta que salgamos de este mundo y lleguemos al Señor;
por esto decía el mismo Señor: Si no comen mi carne y no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes.
Quiso, en efecto, que sus beneficios permanecieran en nosotros, quiso que las almas redimidas con su sangre preciosa fueran continuamente santificadas por el sacramento de su pasión, por esto mandó a sus fieles discípulos, a los que instituyó también como primeros sacerdotes de su Iglesia, que celebraran incesantemente estos misterios de vida eterna, que todos los sacerdotes deben continuar celebrando en las Iglesias de todo el mundo, hasta que Cristo vuelva desde el cielo, de modo que, tanto los mismos sacerdotes como los fieles todos, teniendo
cada día ante nuestros ojos y en nuestras manos el memorial de la pasión de Cristo, recibiéndolo en nuestros labios y en nuestro pecho, conservemos el recuerdo imborrable de nuestra redención.
Además, puesto que el pan, compuesto de muchos granos de trigo reducidos a harina, necesita, para llegar a serIo, de la acción del agua y del fuego, nuestra mente descubre en él una figura del cuerpo de Cristo, el cual, como sabemos, es un solo cuerpo compuesto por la muchedumbre de todo el género humano y unido por el fuego del Espíritu Santo.
Jesús, en efecto, nació por obra del Espíritu Santo y, porque así convenía para cumplir la voluntad salvífica de Dios, penetró en las aguas bautismales para consagrarlas, y volvió del Jordán lleno del Espíritu Santo, que había descendido sobre él en forma de paloma, como atestigua el evangelista San Lucas: Jesús regresó de las orillas del Jordán, lleno del Espíritu Santo.
Asimismo, también el vino que es su sangre, resultante de la unión de muchos granos de uva, de la viña por él plantada, fue exprimido en el lagar de la cruz, y fermenta, por su propia virtud, en el espacioso recipiente de los que lo beben con espíritu de fe.

Todos nosotros, los que hemos escapado de la tiranía de Egipto y del diabólico Faraón, debemos recibir, con toda la avidez de que es capaz nuestro religioso corazón, este sacrificio de la Pascua salvadora, para que Nuestro Señor Jesucristo, al que creemos presente en sus sacramentos, santifique nuestro interior; él, cuya inestimable eficacia perdura a través de los siglos.

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