BLOG DE ESPIRITUALIDAD MONASTICA
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16 de septiembre de 2016
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
He aquí, oh padre Elpidio, que además del discurso acerca de la vida ascética he enviado a tu Santidad también el discurso sobre la caridad, en centurias de capítulos de igual número que los cuatro Evangelios. No es, en modo alguno, digno de tu expectativa, pero por lo menos no es inferior a nuestra posibilidad. Por lo restante, sepa tu Santidad que estas cosas no son en manera alguna labor de mi pensamiento personal, sino que, después de haber recorrido los tratados de los santos Padres y recogido de allí los conceptos que se referían al tema, y haber reunido después muchas cosas resumidamente, para que fuesen claras para recordarlas fácilmente, las envié a tu Santidad, recomendándote leerlas benévolamente y captar sólo su utilidad, pasando por alto la falta de belleza del estilo, y orar por mi modesta condición, privada de todo provecho espiritual. Te recomiendo también no tener lo escrito por inoportuno, pues he cumplido una orden; y digo esto porque somos muchos los que hoy oscurecemos con las palabras, mientras son pocos, en cambio, los que con las obras instruyen o son instruidos[1].
Aplícate, más bien, con esfuerzo a cada uno de los capítulos. No todos son fácilmente perceptibles a cada uno, como lo creo; sino que para muchos la mayor parte necesita de mucha investigación, aún si parecen dichos con simplicidad. Así, pues, revelada por ellos, podrá aparecer cualquier cosa útil para el alma. Y se revelará del todo por la gracia de Dios a quien lee con pensamientos no curiosos, sino con el temor de Dios y caridad. En cambio, nada útil se revelará jamás en ninguna parte a quien lee este trabajo o cualquier otro, no en vistas a una utilidad espiritual, sino con la intención de apresar expresiones para poder hablar mal de quien lo escribe, con el fin naturalmente de mostrarse a sí mismo, por presunción, más sabio que aquel.
Primera Centuria
1
La caridad es una buena disposición del alma, por la cual nada antepone al conocimiento de Dios. Es imposible que llegue a la posesión de esta caridad el que tiene una inclinación hacia cualquier cosa terrestre.
2
La caridad nace de la imperturbabilidad[2]; la imperturbabilidad, de la esperanza en Dios; la esperanza, de la paciencia y de la longanimidad; éstas, del perfecto dominio de sí; el dominio de sí, del temor de Dios; el temor, de la fe en el Señor.
3
Quien cree en el Señor teme el castigo; quien teme el castigo domina las pasiones; quien domina las pasiones soporta las aflicciones; quien soporta las aflicciones tendrá la esperanza en Dios; la esperanza en Dios separa de toda pasión terrena; el nous separado de éstas tendrá el amor de Dios.
4
El que ama a Dios antepone el conocimiento de Él a todas las cosas hechas por Él y persevera incesantemente en Él, mediante el deseo.
5
Si todas las cosas han sido hechas por Dios y por medio de Dios, Dios es mejor que las cosas hechas por Él. Quien deja lo mejor y se dedica a las cosas peores, muestra que él mismo prefiere a Dios, las cosas hechas por Él.
6
Quien tiene el nous fijo en el amor de Dios desprecia todas las cosas visibles y su mismo cuerpo como algo extraño.
7
Si el alma es mejor que el cuerpo e incomparablemente mejor que el mundo es Dios, que lo ha creado, quien prefiere el cuerpo antes que el alma, y el mundo por Dios creado antes que a Dios, no se distingue en nada de los idólatras.
8
Quien ha apartado el nous del amor y de la atención a Dios y lo tiene ligado a cualquier objeto sensible, éste es el que prefiere al alma, el cuerpo y al Dios creador, las cosas creadas por Él.
9
Si la vida del nous es la iluminación del conocimiento y éste nace del amor a Dios; se dice bien que nada es más grande que el amor divino[3].
Notas:
[1] Cf. Char IV, 85
[2] Traducimos apátheia como “imperturbabilidad”, siguiendo a Ceresa-Gastaldo, en vez de “libertad interior”, como lo hacen von Balthasar (innere Freiheit) y Pégon (liberté intérieure).
[3] Cf. 1 Co 13, 13.
Continuará...
11 de septiembre de 2016
Participamos en la Eucaristía y compartimos nuestros bienes
De la Apología primera de San Justino, mártir, a favor de los cristianos
Lectura bíblica: Hch 2, 42 - 47
Comentario
Este pasaje de San Justino describe una celebración eucarística alrededor del año 150 d. C. y de ahí su gran valor testimonial. Fijémonos en la permanente continuidad entre aquellas celebraciones y las nuestras, pero también en el hecho de que la eucaristía entonces resultaba inseparable de la solidaridad con los pobres. En la antigüedad existía una viva conciencia de que, al compartir el Cuerpo y la Sangre del Señor, los cristianos nos hacemos parte del mismo Cristo y debemos ser solícitos unos
con otros. Quienes tenían pues bienes económicos se disponían a compartir generosamente con los necesitados. “No es una orden (es) para que demuestren la sinceridad de su amor fraterno. Bien conocen la generosidad de Cristo Jesús, nuestro Señor. Por ustedes se hizo pobre, siendo rico, para hacerlos ricos con su pobreza” (2 Co 8, 8 - 9), había señalado el mismo apóstol Pablo a los cristianos de Corinto. Fijémonos también en que los diáconos se encargaban de llevar la comunión a los
ausentes, tal y como lo hacen hoy en nuestras propias comunidades los ministros extraordinarios de la eucaristía.
Sólo pueden participar de la eucaristía los que admiten como verdaderas nuestras enseñanzas, han sido lavados en el baño del nuevo nacimiento y del perdón de los pecados y viven tal y como Cristo nos enseñó.
Porque el pan y la bebida que tomamos no los recibimos como pan y bebida
corrientes, sino que así como Jesucristo, nuestro salvador, se encarnó por la acción del Verbo de Dios y tuvo carne y sangre por nuestra salvación, así también se nos ha enseñado que aquel alimento sobre el cual se ha pronunciado la acción de gracias, usando de la plegaria que contiene sus mismas palabras, y del cual, después de transformado, se nutre nuestra sangre y nuestra carne, es la carne y la sangre de Jesús, el Hijo de Dios encarnado.
Los apóstoles, en efecto, en sus comentarios llamados Evangelios, nos enseñan que así lo mandó Jesús, ya que él, tomando pan y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Hagan esto en memoria mía; éste es mi cuerpo; del mismo modo, tomando el cáliz y habiendo pronunciado la acción de gracias, dijo: Ésta es mi sangre, y se lo entregó a ellos solos.
A partir de entonces, nosotros celebramos siempre el recuerdo de estas cosas; y, además, los que tenemos alguna posesión socorremos a todos los necesitados, y así estamos siempre unidos.
Y por todas las cosas de las cuales nos alimentamos alabamos al creador de todo, por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo.
Y, el día llamado del sol, nos reunimos en un mismo lugar, tanto los que habitamos en las ciudades como en los campos, y se leen los comentarios de los apóstoles o los escritos de los profetas, en la medida que el tiempo lo permite.
Después, cuando ha acabado el lector, el que preside exhorta y amonesta con sus palabras a la imitación de tan luminosos ejemplos. Luego nos ponemos todos de pie y elevamos nuestras preces; y, como ya hemos dicho, cuando hemos terminado las preces, se trae pan, vino y agua; entonces el que preside eleva, fervientemente, oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama: Amén. Seguidamente tiene lugar la distribución y participación, a cada uno de los presentes, de los dones sobre los cuales se ha pronunciado la acción de gracias, y los diáconos los llevan a los ausentes.
Los que poseen bienes en abundancia, y desean ayudar a los demás, dan, según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone a disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las viudas y a todos los que, por enfermedad u otra causa cualquiera, se hallan en necesidad, como también a los que están encarcelados y a los viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a todos los necesitados.
Nos reunimos precisamente el día del sol porque éste es primer día de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia, y también porque es también el día en que Jesucristo, nuestro salvador, resucitó de entre los muertos. Lo crucificaron, en efecto, la vigilia del día de Saturno, y a la mañana siguiente de ese día, es decir, en el día del sol, fue visto por sus apóstoles y discípulos a quienes enseñó estas mismas cosas que hemos puesto a consideración de ustedes.
La eucaristía es don de vida eterna
Del Tratado de San Ireneo, obispo, Contra las herejías
Lectura bíblica: Jn 6, 25 – 27
San Ireneo de Lión ( c.140- c.202)
Fue discípulo del obispo mártir Policarpo de Esmirna, quien a su vez había sido discípulo directo del apóstol Juan. Ireneo es sin duda el teólogo más importante de la Iglesia en el siglo II, por su gran obra “En contra de los Herejes”; ésta fue la primera exposición de conjunto de la teología cristiana.
Aunque provenía de Asia Menor, fue obispo de una colonia griega cristiana en la Galia, del 177 al 178. Sucedió en esa sede al obispo mártir Fotino en tiempos del emperador romano Marco Aurelio. Cuando el Papa Víctor I excomulgó a las Iglesias de Asia por celebrar la Pascua en una fecha diferente a la de Roma, Ireneo –ejerciendo audazmente su corresponsabilidad eclesial- escribió al Papa, persuadiéndole a restaurar la unidad y tolerar las diferentes tradiciones. Víctor I recapacitó y retiró la excomunión.
Comentario
Es propio de San Ireneo destacar que nuestra carne mortal también participa de la salvación y que por lo tanto resucitaremos con ella. La eucaristía nos dispone para la resurrección, pues “ella es comida que permanece y con la cual uno tiene vida eterna” (Jn 6, 27). “La Pascua de Cristo -ha dicho Juan Pablo II en consonancia con San Ireneo- incluye también su resurrección. Efectivamente, el sacrificio eucarístico no sólo
hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace en la eucaristía pan de vida (Jn 6, 51)”. Y es participando de ella que participamos
de la gloria de Cristo resucitado.
Si no fuese verdad que nuestra carne es salvada, tampoco lo sería que el Señor nos redimió con su sangre, ni que el cáliz eucarístico es comunión de su sangre y el pan que partimos es comunión de su cuerpo. La sangre, en efecto, procede de las venas y de la carne y de todo lo demás que pertenece a la condición real del hombre, condición que el Verbo de Dios asumió en toda su realidad para redimirnos con su sangre, como afirma el Apóstol: Por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el
perdón de los pecados.
Y, porque somos sus miembros, nos sirven de alimento los bienes de la creación; pero él, que es quien nos da estos bienes creados, haciendo salir el sol y haciendo llover según le place, afirmó que aquel cáliz, fruto de la creación, era su sangre, con la cual da nuevo vigor a nuestra sangre, y aseveró que aquel pan, fruto también de la creación, era su cuerpo, con el cual da vigor a nuestro cuerpo.
Por tanto, si el cáliz y el pan, cuando sobre ellos se pronuncian las palabras sacramentales, se convierten en la sangre y el cuerpo eucarísticos del Señor, con los cuales nuestra parte corporal recibe un nuevo incremento y consistencia, ¿cómo podrá negarse que la carne es capaz de recibir el don de Dios, que es la vida eterna, si es alimentada con la sangre y el cuerpo de Cristo, del cual es miembro?
Cuando el Apóstol dice en su carta a los Efesios: Porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos, no se refiere a alguna clase de hombre espiritual e invisible -ya que un espíritu no tiene carne ni huesos-, sino al hombre tal cual es en su realidad concreta, que consta de carne, nervios y huesos, que es alimentado con el cáliz de la sangre de Cristo, y que recibe vigor de aquel pan que es el cuerpo de Cristo.
Y del mismo modo que la rama de la vid plantada en tierra da fruto a su tiempo, y el grano de trigo caído en tierra y disuelto sale después multiplicado por el Espíritu de Dios que todo lo abarca y lo mantiene unido, y luego el hombre, con su habilidad, los transforma para su uso, y al recibir las palabras de la consagración se convierten en el alimento eucarístico del cuerpo y sangre de Cristo; del mismo modo nuestros cuerpos, alimentados con la eucaristía, después de ser sepultados y disueltos
bajo tierra, resucitarán a su tiempo, por la resurrección que les otorgará aquel que es el Verbo de Dios, para gloria de Dios Padre, que rodea de inmortalidad a este cuerpo mortal y da como regalo la incorrupción a este cuerpo corruptible, ya que la fuerza de Dios se muestra perfecta en la debilidad.
Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Diálogo Ascético
Texto
41. Habiendo conocido del Antiguo y Nuevo Testamento el temor del Señor, su bondad y el amor a los hombres, convirtámonos de todo nuestro corazón. ¿Por qué pereceremos, hermanos? Los pecadores purifiquémonos las manos, limpiemos nuestros corazones los vacilantes, gimamos, hagamos luto y lloremos a causa de nuestros pecados. Cesemos nuestras malas acciones, tengamos fe en la misericordia de Dios; temamos sus amenazas, guardemos sus mandamientos, amémonos los unos a los otros de todos corazón. Digamos, “hermanos nuestros", también a aquellos que nos odian y nos repugnan para que el Nombre del Señor sea glorificado y contemplado en su gozo. Perdonémonos los unos a los otros, ya que nos tentamos entre nosotros, porque todos somos combatidos por el mismo enemigo. Opongámonos a nuestros malos pensamientos, invocando el socorro de Dios y hagamos huir de nosotros los espíritus malvados e impuros. Sometamos la carne al espíritu, mortificándola y esclavizándola a través de toda penuria[1]. Purifiquémonos de toda contaminación de la carne y del espíritu[2]. Estimulémonos unos a otros en el paroxismo del amor y de las buenas obras[3]. No nos envidiemos ni, envidiosos, nos hagamos feroces; más bien, tengamos compasión unos de otros y curémonos mutuamente por medio de la humildad. No nos calumniemos, no nos injuriemos, Porque somos miembros unos de otros[4]. Alejemos de nosotros la negligencia y la pereza; mantengámonos virilmente luchando contra los espíritus del mal: Tenemos junto al Padre a un abogado, Jesucristo, el Justo[5]. Él es propiciación de nuestros pecados, y supliquémosle con un corazón purificado con toda nuestra alma, y él perdonará nuestros pecados. Porque el Señor está cerca de todos los que lo invocan de verdad[6]. Y por eso dice: Ofrece al Señor un sacrificio de Alabanza, y al altísimo tus votos, e invócame en el día del peligro; yo te sacaré y tú me glorificarás[7]. Y nuevamente en Isaías: Rompe todas las cadenas injustas, desata todos los lazos de servidumbre; da la victoria a los quebrantados y destruye, todo contrato injusto. Parte tu pan con el hambriento, introduce en tu casa a los pobres sin techo. Si ves a uno desnudo, vístelo y no desprecies a los que son de tu raza. Entonces brotará tu luz como la aurora y encontrarás rápidamente remedio a tus heridas: Tu justicia marchará delante de ti y la gloria del Señor te rodeará[8]. ¿Y qué después de esto? Grita entonces y el Señor te escuchará, y mientras aún estás hablando te dirá: ‘Aquí estoy’, entonces surgirá tu luz en las tinieblas, y tu oscuridad será como el mediodía. Y Dios estará siempre contigo y tu alma será colmada como lo desea[9]. Observa que rompiendo todos los lazos de injusticia en nuestro corazón y disolviendo toda obligación de contratos violentos de rencor, y buscando con toda el alma beneficiar al prójimo, nos ilumínanos con la luz del conocimiento, y nos libramos de las pasiones indignas y nos llenamos de toda virtud, y resplandecemos por la gloria del Señor y nos liberamos de toda ignorancia: invocando los dones de Cristo, somos escuchados y tendremos siempre a Dios con nosotros y seremos colmados del deseo de Dios.
42. Amémonos unos a otros y seremos amados por Dios. Seamos magnánimos unos con otros y él será magnánimo con nuestros pecados. No devolvamos mal por mal[10], y no lo recibiremos según nuestros pecados. En el perdón de los hermanos encontraremos el perdón por nuestros pecados. Y la misericordia de Dios está oculta en la misericordia hacia el prójimo. Por eso el Señor decía: perdonad y se os perdonará[11]. Y si perdonáis a los hombres sus faltas, también vuestro Padre celestial os perdonará vuestros pecados”[12]. Y también:Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia"[13]. Y: con la medida con que midáis, seréis medidos[14]. He aquí que el Señor nos ha concedido el modo de salvación, y nos ha dado el poder eterno de hacernos hijos de Dios; y, en definitiva, en nuestra voluntad está nuestra salvación[15].
43. Démonos enteramente al Señor, a fin de recibirlo todo entero. Hagámonos dioses por su gracia, por eso Él se hizo hombre, siendo Dios y Señor por naturaleza. Obedezcámosle, y él sin esfuerzos nos vengará de nuestros enemigos. Si mi pueblo me hubiese escuchado, dice, si Israel hubiese marchado por mi senda, en un instante habría abatido a mis adversarios, y habría vuelto la mano en contra de los que lo afligían[16] (146). Pongamos toda nuestra esperanza solo en Él. Y enraicemos todo nuestra solicitud en Él solo, y Él mismo nos liberará de toda tribulación, y nos nutrirá durante toda la vida. Amemos de corazón a todos los hombres, pero no pongamos la esperanza en hombre alguno: porque en la medida en que el Señor nos guarde, todos nuestros amigos nos cuidarán, y todos los enemigos serán impotentes contra nosotros. Pero cuando el Señor nos abandone, entonces todos nuestros amigos también y todos los enemigos llegan a ser fuertes contra nosotros. Y más aún, quien confía en sí mismo, caerá con una caída indigna, pero el que teme al Señor será exaltado. Por eso dice David: No espero en mi arco, ni mi espada me salva. Tú nos salvaste de los que nos afligían y confundiste a los que nos odian[17].
44. No admitamos ningún pensamiento que minimice nuestros pecados y predique su remisión. Contra estos pensamientos el Señor, nos ponía en guardia, diciendo: Cuídense de los falsos profetas, que vendrán a Uds. con vestidos de ovejas, pero que dentro son lobos rapaces[18]. Porque mientras nuestro nous permanece turbado por el pecado, no alcanzamos aún su perdón porque no hemos producido aún frutos dignos de penitencia, y el fruto de la penitencia es la imperturbabilidad del alma y la imperturbabilidad es la cancelación del pecado. Y aún no tenemos una perfecta imperturbabilidad cuando, por momentos, somos turbados por las pasiones y, por momentos, no lo somos. Por medio del santo bautismo hemos sido liberados del pecado original, pero de los que osamos cometer después del bautismo, somos liberados por medio de la penitencia.
45. Hagamos sinceramente penitencia para que, liberados de las pasiones, consigamos la remisión de los pecados. Despreciemos las cosas temporales a fin de no transgredir el mandamiento del amor; para que no caigamos del amor de Dios, combatiendo por su causa a los hombres[19]. Andemos en el Espíritu y no realizaremos el deseo de la carne[20]. Velemos y estemos sobrios, rechacemos el sueño de la pereza. Rivalicemos con los santos atletas del Salvador. Imitemos sus combates, olvidándonos de lo que queda atrás y tendiendo hacia lo que está por delante[21]. Imitemos su carrera infatigable, su ardiente deseo, la fortaleza de la continencia, la santificación de la castidad, la nobleza de la paciencia, el aguante de la magnanimidad, la lamentación de la compasión, la tranquilidad de la dulzura, el ardor del celo, el amor sin ficción, la altura de la humildad, la simplicidad de la pobreza, la virilidad, la bondad, la benignidad. No nos dejemos relajar por lo placeres, no nos hagamos soberbios por los pensamientos, no corrompamos la conciencia;busquemos la paz con todos y la santificación, sin la cual ninguno verá al Señor[22]. Y, sobre todas las cosas, huyamos del mundo, hermanos y del señor del mundo[23]. Abandonemos la carne y las cosas carnales. Corramos hacia el cielo, allí tendremos nuestra ciudadanía. Imitemos al divino Apóstol; acojamos al caudillo de la vida; gocemos de la fuente de la vida. Danzaremos con los ángeles, con los ángeles alabaremos a nuestro Señor Jesucristo; a quien la gloria y el poder junto con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Notas:
[1] Cf. 1 Co 9, 27.
[2] 2 Co 7, 1.
[3] Cf. Hb 10, 24.
[4] Ef 4, 25.
[5] Cf. 1 Jn 2, 1.
[6] Sal 144, 18.
[7] Sal 49, 14.
[8] Is 58, 6-8.
[9] Is 58, 9- 10.
[10] Cf. Rm 12, 17.
[11] Lc 6, 37.
[12] Mt 6, 14.
[13] Mt 5, 7.
[14] Mt 7, 2.
[15] Clara afirmación de Máximo, ya desde sus primeros escritos, de la insoslayable función de la voluntad humana en la obra de salvación.
[16] Sal 80, 14- 15.
[17] Sal 43, 7- 8.
[18]Mt 7, 15.
[19] Aquí se ve diáfanamente el encadenamiento de los tres niveles: desprecio por la materia- amor al prójimo- amor a Dios.
[20] Ga 5, 16.
[21] Cf. Flp 3, 13.
[22] Hb 12, 14.
[23] Cf. Ef 6, 12.
Continuará...
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