Textos
de San Máximo El Confesor
Extraídos
de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor"
Editorial
Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
tercera centuria
51
Si, dedicándonos por largo tiempo a Dios cuidamos
la parte pasible del alma, no cederemos más a los asaltos de los
pensamientos, sino que, considerando con más precisión sus causas y
cortándolas, llegaremos a ser más clarividentes, de manera que se cumpla en
nosotros el Mi ojo vio a mis enemigos y mi oído escuchará a aquellos
que se levantan contra mí para hacerme mal[1].
52
Cuando veas que tu nous se ocupa
piadosa y justamente de las ideas del mundo, sabe que también tu cuerpo
permanece puro y sin pecado; cuando, en cambio, veas que el nous se
da al pecado de pensamiento y no lo impides, sabe que también tu cuerpo no
tardará mucho en caer en éstos.
53
Como el cuerpo tiene por mundo a las cosa, así
también el nous tiene por mundo a las ideas; y como el cuerpo
fornica con el cuerpo de la mujer, así también el nousfornica con
la idea de la mujer mediante la imagen de su propio cuerpo: ve la forma de su
propio cuerpo unida en el pensamiento con la forma de la mujer. Del mismo modo
se venga en el pensamiento mediante la forma de su propio cuerpo de la forma
del que lo afligió. Y así también para los otros pecados: Lo que el cuerpo hace
en el mundo de las cosas, el nous lo realiza también en el mundo
de las ideas.
54
No hay que temblar ni horrorizarse ni sorprenderse
por el hecho de que Dios Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio
al Hijo[2].
El Hijo exclama: No juzguéis, para que no seáis juzgados; no condenéis
para no ser condenados[3].
Y el Apóstol de modo semejante: No juzguéis antes de tiempo, hasta que
venga el Señor, y: En el juicio en que juzgas al otro, te condenas
a ti mismo[4].
Los hombres, en cambio, habiendo dejado de llorar sus pecados, substraen
el juicio al Hijo y ellos mismo, como si fueran sin pecado, se juzgan y
condenan uno al otro: y el cielo permaneció atónito por esto[5],
la tierra tembló, pero ellos no se avergüenzan, habiendo llegado a ser
insensibles.
55
El que se dedica a los pecados ajenos o por
sospecha juzga al hermano, no ha iniciado aún la penitencia ni el
discernimiento ni el conocimiento de las propias culpas, que son, en verdad,
más pesadas que una masa de plomo de muchos talentos, ni comprende de dónde
viene que un hombre se haga duro de corazón, amante de la vanidad y que busca
la mentira. Por esto, como un insensato y andando en tiniebla, habiendo dejado
sus propias culpas, va imaginándose aquellas ajenas, sean reales o sean
imaginadas por sospecha.
56
El amor propio, como se ha dicho muchas veces, es
causa de todos los pensamientos pasionales. De éste se engendran los tres
pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la gula, el de la avaricia y
el de la vanagloria. De la gula nace el de la fornicación, de la avaricia, el
de la avidez; de la vanagloria, el de la soberbia. Todos los otros siguen cada
uno a los tres: el de la ira, de la tristeza, del resentimiento, de la acedia,
de la envidia, de la maledicencia, y los restantes. Estas pasiones atan
el nous a las cosas materiales y lo retienen en la tierra,
como una piedra pesadísima encima de él, aún siendo el nous por
naturaleza más ligero y ágil que el fuego.
57
Principio de todas las pasiones es el amor
propio; el fin es la soberbia. El amor propio es el amor irracional por el
cuerpo; quien lo ha cortado, ha cortado conjuntamente todas las pasiones que
nacen de él.
58
Como aquellos que engendran los cuerpos tiene
afección a los que han nacido de ellos, así también el nous tiene
una inclinación natural para sus razonamientos. Y así como a los padres más
susceptibles de pasión los propios hijos, aún si son bajo toda consideración
los más ridículos de todos, parecen los más amables y los más bellos, así
también al nous insensato sus razonamientos, aún si son más
malos que todos, parecen más sabios que todos, No así para el sabio los propios
razonamientos; pero, cuando parece persuadido que son verdaderos y buenos,
sobre todo entonces, no confía en su propio juicio, sino que escoge otros
hombres sabios como jueces de sus razonamientos, para no correr o haber corrido
en vano[6];
y de ellos recibe seguridad.
59
Cuando hayas vencido cualquiera de las pasiones más
deshonrosas, por ejemplo gula o fornicación, ira, avidez, rápidamente caerá
sobre ti el pensamiento de la vanagloria; y si vences a éste, le seguirá el de
la soberbia.
60
Mientras todas las pasiones deshonrosas dominan al
alma, el pensamiento de la vanagloria está lejos de ésta; pero apenas son
vencidas todas las predichas pasiones, lo encadenan a ella.
61
La vanagloria, sea alejada sea presente, engendra
soberbia; alejada, produce presunción; presente, arrogancia.
62
El obrar ocultamente quita la vanagloria; el
atribuir a Dios las buenas acciones, la soberbia.
63
El que ha sido hecho digno del conocimiento de Dios
y ha gozado abundantemente de este gozo, ese desprecia todos los placeres que
nacen de la potencia concupiscible.
64
El que desea las cosas terrenas desea los alimentos
o lo que sirve a los placeres sexuales o gloria humana o riquezas o cualquier
otro que sigue a estas cosas; y si elnous no encontrase algo mejor
que esto a lo cual volver el deseo, no se persuadiría jamás en despreciar
totalmente estas cosas. Incomparablemente mejor que ellas es el conocimiento de
Dios y de las cosas divinas.
65
El que desprecia los placeres los desprecia o por
temor o por esperanza o por conocimiento y amor de Dios.
66
El conocimiento sin pasión de las cosas divinas no
mueve al nous a despreciar totalmente las cosas materiales,
sino que lo asemeja al pensamiento simple de una cosa sensible. Por esto es
posible encontrar muchos hombres que tienen mucha ciencia y se revuelcan como
puercos en el barro de las pasiones de la carne[7].
Tras haber sido purificados un poco por su diligencia y haber obtenido el
conocimiento, vueltos luego negligentes, se han hecho semejantes a Saúl, el
cual, considerado digno del reino y habiendo gobernado indignamente, fue
expulsado de él con terrible ira.
67
Como el pensamiento simple de las cosas humanas no
obliga al nous a despreciar aquellas divinas, así tampoco el
simple conocimiento de las cosas divinas lo persuade a despreciar totalmente
aquellas humanas, por eso la verdad está en sombras y figuras. Y por esto hay
necesidad de la bienaventurada pasión de la santa caridad, que liga el nous con
las contemplaciones espirituales y lo persuade a preferir las cosas
inmateriales a aquellas materiales y las cosas espirituales y divinas a
aquellas sensibles.
68
El que ha cortado totalmente las pasiones y ha
vuelto simples los pensamientos, no los ha vuelto aún completamente a las cosas
divinas, sino que puede no estar inclinado ni a las cosas humanas ni a aquellas
divinas; lo que sucede a quien se dedica sólo a la vida activa y no ha sido
hecho digno aún del conocimiento, el cual se abstiene de las pasiones por el
temor al castigo o por la esperanza del reino.
69
Por la fe caminamos, no por visiones, y tenemos
el conocimiento en espejos y en enigmas. Por eso tenemos necesidad de mucho
ejercicio en estas cosas, para que por una detenida meditación y familiaridad
con ellas hagamos inalterable la posesión de las contemplaciones.
70
Si, después de haber cortado un poco las causas de
las pasiones, nos dedicamos a las contemplaciones espirituales, pero no
aplicándonos continuamente a ellas, durante esta misma ocupación nos volveremos
fácilmente de nuevo a las pasiones de la carne, no recogiendo de ello fruto
alguno, si no un simple conocimiento con presunción, cuyo fin será el
oscurecimiento gradual del conocimiento y el retorno total del nous a
las cosas materiales.
71
La pasión reprochable del amor entretiene al nous en
las cosas materiales; la pasión laudable del amor lo liga con las cosas
divinas. En aquellas cosas en la cual se entretiene, el nous se
habitúa también a explanarse; en aquellas en las cuales se extiende, a volver
aún el deseo y el amor a ellas, sea a las cosas divinas e intelectuales que le
son propias sea a las cosas y a las pasiones de la carne.
72
Dios creó el mundo invisible y el visible, y Él
hizo también el alma y el cuerpo. Y si este mundo visible es tan bello, ¿cómo
será, entonces, el invisible? Si aquel pues es mejor que éste, ¿cuánto superior
a los dos será Dios que los creó? Si, pues, el creador de todas las cosas
bellas es mejor que todas las creaturas, ¿por qué motivo el nous,
dejado aquello que es mejor que todo, se dedica a lo que es peor que todo?
-hablo de las pasiones de la carne-, ¿no es quizá porque, vuelto y habituado
desde el nacimiento a esta meta, no ha alcanzado aún una perfecta experiencia
de Aquel que es mejor y superior a todo? Si con un prolongado ejercicio[8] de
dominio sobre los placeres y de meditación de las cosas divinas lo arrancamos
gradualmente de tal condición, progresando poco a poco se extenderá en las
cosas divinas y reconocerá su propia dignidad y finalmente transferirá todo su
deseo hacia lo divino.
73
El que, sin pasión, dice el pecado del hermano lo
dice por dos razones: o para corregirlo o para provecho de otro. Si lo dice
fuera de estas dos razones, sea a él sea a otro, lo dice para ultrajarlo o para
herirlo y no podrá huir al abandono de Dios, sino que caerá absolutamente en
uno u otro pecado y, rechazado y ultrajado por otros, será avergonzado.
74
No es único el motivo del que comete en acto el
mismo pecado, sino que son diversos. Por ejemplo una cosa es pecar por hábito,
y otra por sorpresa; éste no tenía conciencia ni antes ni después del pecado,
pero se duele vivamente de lo que ha sucedido; el que peca por hábito, por el
contrario: aún antes no cesaba de pecar con el pensamiento y, cometido el acto,
tiene la misma disposición.
75
El que busca las virtudes por vanagloria,
evidentemente busca también el conocimiento por vanagloria. Ése no hace o dice
nada para edificación, sino que en todo busca la gloria de parte de quienes lo
ven o escuchan. La pasión se revela cuando cualquiera de los predichos critica
sus obras o sus palabras y por esto se entristece grandemente, no porque
aquellos no sean edificados, -pues no tenía eso por objetivo-, sino porque él
mismo es despreciado.
Notas:
Textos de San Máximo El
Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo
El Confesor" Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
tercera centuria
76
La pasión
de la avaricia se muestra en el recibir con alegría y en el dar con tristeza.
Tal hombre no puede ser un buen administrador.
77
Por estas
razones se soporta sufriendo: por el amor de Dios o por la esperanza de la
recompensa o por temor al castigo o por temor a los hombres o por naturaleza o
por placer o por ganancia o por vanagloria o por necesidad.
78
Una cosa es
ser liberado de los pensamientos y otra serlo de las pasiones. Muchas veces nos
libera de los pensamientos cuando no están presentes aquellas cosas por las
cuales se tienen las pasiones. Las pasiones están escondidas en el alma y se
manifiestan cuando aparecen las cosas. Es necesario, pues, custodiar al nous de
las cosas y saber hacia cuál tiene pasión.
79
Amigo
auténtico es aquel que en el tiempo de la tentación soporta, sin agitarse ni
turbarse, junto con el prójimo toda eventual aflicción, necesidad y desgracia
como propia.
80
No desprecies
la conciencia que te sugiere siempre cosa óptimas: te da consejos divinos y
angélicos, y libera de las manchas escondidas del corazón y concede confianza
con Dios en el momento de la partida.
81
Si quieres
llegar a ser sabio y modesto y no ser esclavo de las pasiones de la presunción,
busca siempre en los seres qué está escondido a tu conocimiento. Y encontrando
muchísimas y diversas cosas que se te esconden, te maravillarás de tu
ignorancia y reprimirás tu soberbia y, habiéndote conocido a ti mismo,
comprenderás muchas, grandes y maravillosas cosas; porque el creer saber no
permite progresar hacia el saber[1].
82
Desea
verdaderamente ser salvado el que no se opone a los remedios saludables: éstos
son los dolores y tristezas que provienen por variadas circunstancias. El que,
en cambio, se rebela a ellas, no sabe a qué tienden ni qué ventajas le traerán
antes de dejar el mundo.
83
Vanagloria
y avaricia son una el origen de la otra: los que tienen vanagloria enriquecen y
los ricos tienen vanagloria, pero en cuanto mundanos; mientras el monje,
careciendo de posesiones, tiene más vanagloria, pues teniendo dinero, lo
esconde, avergonzándose de poseer una cosa no conveniente a su estado.
84
Es propio
de la vanagloria del monje vanagloriarse por la virtud y por lo que le sigue;
además es propio de su soberbia exaltarse por su rectitud, despreciando a los
otros, y atribuyéndosela a sí mismo y no a Dios. Es propio, en cambio, de la
vanagloria y de la soberbia del hombre mundano vanagloriarse y exaltarse por la
belleza, la riqueza, el poder y la prudencia.
85
Los bienes
de los hombres mundanos son males para los monjes, y los bienes de los monjes
son males para los hombres mundanos. Por ejemplo, los bienes de los hombres
mundanos son riquezas, gloria, poderío, lujo, buena salud, fecundidad de prole
y las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos, el monje está perdido. Así
los bienes del monje son la falta de posesiones, de gloria, de poderío, dominio
de sí, sufrimiento las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos el hombre
amante del mundo considera esto como una gran desgracia e incluso corre peligro
muchas veces de ahorcarse y hubo algunos que, ciertamente, lo hicieron.
86
Los
alimentos fueron creados por dos motivos: para la nutrición o para el cuidado.
El que usa de ellos fuera de estos motivos está condenado como disoluto, porque
abusa de lo que ha sido dado en uso por Dios, y en todas estas cosas el abuso
es el pecado.
87
La humildad
es la oración continua con lágrimas[2] y
aflicciones; ella, clamando siempre a Dios en auxilio, no permite confiar
insensatamente en la propia fuerza y sabiduría ni que nos exaltemos sobre los
otros; dichos vicios son enfermedades penosas de la pasión de la soberbia.
88
Una cosa es
combatir contra el pensamiento simple, para no excitar la pasión, y otra es
combatir contra el pensamiento pasional, para que no suceda el consenso. Ambos
modos, sin embargo, no permiten que los pensamientos se detengan.
89
La tristeza
está unida al rencor; cuando el nous mira con tristeza el
rostro del hermano, es evidente que tiene rencor hacia él. Pero los
caminos de los rencorosos llevan a la muerte, porque todo rencoroso
es un transgresor de la ley[3].
90
Si guardas
rencor a alguno, ora por él y así frenas la pasión que te turba, separando con
la oración la tristeza del recuerdo del mal que te hizo; llegado luego a ser caritativo
y compasivo (filántropo), expulsa completamente del alma la pasión. Si,
en cambio, otro te guarda rencor, sé gentil y humilde con él, estate
amigablemente son él y así lo libras de la pasión.
91
Con
esfuerzo detendrás la tristeza del envidioso, él considera desgracia aquello
que envidia en ti y no es posible detener la tristeza de otro modo, si no lo
ocultas algo. Pero si eso es provechoso a muchos, y lo entristece a él, ¿por
cuál parte optarás? Es necesario ser de utilidad a muchos y no descuidar a
aquel, en cuanto es posible, ni dejarse arrastrar por la malicia de la pasión,
como si combatieses no contra la pasión, sino contra el que está sujeto a ella;
debes, en cambio, con humildad considerarlo superior a ti y en todo tiempo,
lugar y situación darle la precedencia. También tu envidia puede detenerse, si
te alegras de lo que se alegra el que es envidiado por ti y si también te
entristeces de lo que él se entristece, cumpliendo la palabra del
Apóstol: Alégrate con los que se alegran y llora con los que lloran[4].
92
Nuestro nous está
en medio de dos cosas, produciendo cada una un efecto propio; de la virtud y
del vicio, es decir del ángel y del demonio. El nous tiene el
poder y la capacidad sea de seguir sea de oponerse al que quiere.
93
Las santas
Potencias nos mueven hacia el bien; las tendencias naturales y la buena
disposición nos auxilian. Las pasiones y la mala disposición favorecen a los
asaltos de los demonios.
94
El nous puro
es enseñado por Dios mismo viniendo a él, o por las santas Potencias que le
inspiran el bien, o por la naturaleza de las cosas contempladas por él.
95
El nous que
fue hecho digno del conocimiento debe conservar imperturbables las ideas de las
cosas y estables sus contemplaciones y puro el estado de la oración; no puede,
en cambio, preservarlo siempre de los impulsos de la carne, ahumado por el
ataque de los demonios.
96
No siempre
nos airamos por aquellas cosas por las cuales nos entristecemos, las causas de
la tristeza son más numerosas que aquellas de la ira. Por ejemplo si esta cosa
se quebró, se arruinó esta otra, murió un tal: por estas cosas solamente nos
entristecemos. Por las restantes, nos entristecemos y nos airamos, no
comportándonos de modo filosófico.
97
Acogiendo
el nous las ideas de las cosas, es llevado por naturaleza a
transformarse en cada idea; contemplándolas espiritualmente, se transfigura
variadamente en cada objeto contemplado; llegado a Dios, se hace totalmente sin
forma y sin figura; contemplando a Aquel que es simple, llega a ser simple y
todo luminoso.
98
Es perfecta
el alma cuya potencia pasible se ha inclinado enteramente hacia Dios.
99
Es perfecto
el nous que por medio de la verdadera fe en suprema ignorancia
conoce supremamente a Aquel que es supremamente incognoscible y contemplando la
universalidad de sus creaturas, ha recibido de Dios el conocimiento que abraza
la providencia y el juicio respecto a ellas -digo, en cuanto es posible a los
hombres.
100
El tiempo
se divide en tres períodos y la fe se extiende a todos los tres; la esperanza,
a uno, la caridad, a dos. Y la fe y la esperanza duran hasta un determinado
momento; la caridad, en cambio, permanece por siglos infinitos, en suprema
unión con Aquel que es supremamente infinito y en continuo aumento: y por
esto más grande que todas es la caridad[5].
Notas
[1] Es fácil intuir en el trasfondo la vieja
cuestión de la Apología: Gnósthi seautón.
[2] La oración con lágrimas es uno de los
aspectos característicos de la espiritualidad monástica.