26 de noviembre de 2017



                                    



Fiesta de Cristo Rey

26 de noviembre 2017, último domingo del año litúrgico


Por: Tere Vallés | Fuente: Catholic.net 

  Último domingo del Año Litúrgico


Cristo es el Rey del universo y de cada uno de nosotros.

Es una de las fiestas más importantes del calendario litúrgico, porque celebramos que Cristo es el Rey del universo. Su Reino es el Reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, del amor y la paz.

Un poco de historia

La fiesta de Cristo Rey fue instaurada por el Papa Pío XI el 11 de Marzo de 1925.
El Papa quiso motivar a los católicos a reconocer en público que el mandatario de la Iglesia es Cristo Rey.

Posteriormente se movió la fecha de la celebración dándole un nuevo sentido. Al cerrar el año litúrgico con esta fiesta se quiso resaltar la importancia de Cristo como centro de toda la historia universal. Es el alfa y el omega, el principio y el fin. Cristo reina en las personas con su mensaje de amor, justicia y servicio. El Reino de Cristo es eterno y universal, es decir, para siempre y para todos los hombres.

Con la fiesta de Cristo Rey se concluye el año litúrgico. Esta fiesta tiene un sentido escatólogico pues celebramos a Cristo como Rey de todo el universo. Sabemos que el Reino de Cristo ya ha comenzado, pues se hizo presente en la tierra a partir de su venida al mundo hace casi dos mil años, pero Cristo no reinará definitivamente sobre todos los hombres hasta que vuelva al mundo con toda su gloria al final de los tiempos, en la Parusía.

Si quieres conocer lo que Jesús nos anticipó de ese gran día, puedes leer el Evangelio de Mateo 25,31-46.

En la fiesta de Cristo Rey celebramos que Cristo puede empezar a reinar en nuestros corazones en el momento en que nosotros se lo permitamos, y así el Reino de Dios puede hacerse presente en nuestra vida. De esta forma vamos instaurando desde ahora el Reino de Cristo en nosotros mismos y en nuestros hogares, empresas y ambiente.

Jesús nos habla de las características de su Reino a través de varias parábolas en el capítulo 13 de Mateo:
“es semejante a un grano de mostaza que uno toma y arroja en su huerto y crece y se convierte en un árbol, y las aves del cielo anidan en sus ramas”;
“es semejante al fermento que una mujer toma y echa en tres medidas de harina hasta que fermenta toda”;
“es semejante a un tesoro escondido en un campo, que quien lo encuentra lo oculta, y lleno de alegría, va, vende cuanto tiene y compra aquel campo”;
“es semejante a un mercader que busca perlas preciosas, y hallando una de gran precio, va, vende todo cuanto tiene y la compra”.

En ellas, Jesús nos hace ver claramente que vale la pena buscarlo y encontrarlo, que vivir el Reino de Dios vale más que todos los tesoros de la tierra y que su crecimiento será discreto, sin que nadie sepa cómo ni cuándo, pero eficaz.

La Iglesia tiene el encargo de predicar y extender el reinado de Jesucristo entre los hombres. Su predicación y extensión debe ser el centro de nuestro afán vida como miembros de la Iglesia. Se trata de lograr que Jesucristo reine en el corazón de los hombres, en el seno de los hogares, en las sociedades y en los pueblos. Con esto conseguiremos alcanzar un mundo nuevo en el que reine el amor, la paz y la justicia y la salvación eterna de todos los hombres.

Para lograr que Jesús reine en nuestra vida, en primer lugar debemos conocer a Cristo. La lectura y reflexión del Evangelio, la oración personal y los sacramentos son medios para conocerlo y de los que se reciben gracias que van abriendo nuestros corazones a su amor. Se trata de conocer a Cristo de una manera experiencial y no sólo teológica.

Acerquémonos a la Eucaristía, Dios mismo, para recibir de su abundancia. Oremos con profundidad escuchando a Cristo que nos habla.








Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.


Centurias sobre la Caridad
cuarta centuria

1
El nous se admira, primeramente, considerando la absoluta infinitud divina y aquel mar ilimitado y ardientemente deseado. En segundo lugar, es estremecido por cómo condujo de la nada a la existencia a las creaturas. Pero como su magnificencia no tiene límite[1], así es impenetrable su sabiduría.

2
¿Cómo no se maravilla contemplando aquel inmenso y extraordinario mar de bondad? o, ¿Cómo no sale de sí considerando cómo y de dónde vienen la sustancia racional e intelectual y los cuatro elementos, de los cuales son los cuerpos, no preexistiendo materia alguna  a su creación? ¿Cuál es además, aquella potencia que, pasando al acto, llevó estas cosas al ser?. Pero los discípulos de los Griegos no admiten esto, ignorando la bondad omnipotente y su activa e impenetrable sabiduría y ciencia.

3
Dios, existiendo como creador desde la eternidad, cuando quiere crea con el Verbo consustancial y con el Espíritu por infinita bondad. Y no digas: ¿Por qué razón ha creado ahora, siendo Él siempre bueno? Porque, te respondo, la sabiduría inescrutable de la sustancia infinita no cae bajo el conocimiento humano.

4
El Creador, cuando quiso, dio sustancia y existencia al conocimiento de los seres eternamente preexistente en Él. Es absurdo dudar de Dios omnipotente, si Él puede hacer subsistir cualquier cosa, cuando lo quiere.

5
Busca por qué causa Dios ha creado; ésta es, pues, el conocimiento. No busquéis, en cambio, cómo y por qué Él ha creado. No cae bajo tu mente; porque de las cosas divinas algunas son comprensibles, otras incomprensibles a los hombres. Una contemplación sin freno podría arrojar en un precipicio, como dice uno de los santos.

6
Algunos dicen que las creaturas coexisten desde la eternidad con Dios, lo cual es imposible. ¿Cómo pueden coexistir desde la eternidad con Aquel que es absolutamente infinito aquellas cosas que son bajo todo aspecto finitas? ¿Y cómo pueden ser realmente creaturas, si son coeternas con el Creador? Pero éste es el discurso de los griegos, los cuales admiten a Dios como creador solamente de la cualidad, pero de ningún modo de la sustancia. Nosotros, en cambio, habiendo conocido al Dios omnipotente, afirmamos que Él es creador no de cualidad, sino de sustancias dotadas de cualidad. Si esto es así, las creaturas no coexisten con Dios desde la eternidad.

7
La divinidad, y las cosas divinas, son según cierto aspecto, cognoscibles; según otro, incognoscibles; cognoscibles, en las contemplaciones respecto a sus atributos; incognoscibles, en las prerrogativas de su sustancia.

8
No busques modos y propiedades en la sustancia simple e infinita de la santa Trinidad, para no hacerla compuesta como las creaturas; lo cual es absurdo e impío pensar acerca de Dios.

9
Única sustancia, simple, uniforme, sin cualidad, pacífica e inmutable es la sustancia infinita, omnipotente y creadora de todas las cosas. Toda creatura, en cambio, es compuesta de sustancia y accidente, y necesitada siempre de la divina providencia, en cuanto no es libre de cambio.

10
Toda la sustancia intelectual y sensible, llevada al ser por Dios, recibió  potencias para percibir los seres: la sustancia intelectual, los pensamientos;  la sensible, las sensaciones.

11
Dios es solamente participado; la creatura, en cambio, participa y comunica: participa del ser y del ser-bueno, y comunica solamente el ser-bueno; pero de un modo la sustancia corpórea y de otro la incorpórea.

12
La sustancia incorpórea comunica el ser-bueno sea hablando sea obrando sea siendo contemplada; la corpórea, sólo siendo contemplada.

13
El ser-siempre y el no-ser de la sustancia racional e intelectual está en la voluntad de Aquel que creó todos los bienes; el ser aquella buena o mala, en cambio, según la elección, está en la voluntad de las creaturas.

14
El mal no es contemplado en torno a la sustancia de las creaturas, sino en torno al movimiento errado e irracional.

15
El alma se mueve rectamente cuando su parte concupiscible se distingue por el dominio de sí; la parte irascible, expulsado el odio, persevera en la caridad; la parte racional es conducida hacia Dios mediante la oración y la contemplación espiritual.

16
No tiene aún la caridad perfecta ni el conocimiento profundo de la providencia divina, el que en tiempo de tentación no soporta las adversidades que le acaecen, sino que separándose de la caridad de los hermanos espirituales.

17
Objetivo de la providencia divina es unificar mediante la fe recta y la caridad espiritual a aquellos que han sido divididos por el mal en diversos modos; por esto ha sufrido el Salvador, para reconducir a la unidad a los hijos dispersos de Dios[2]. Quien no tolera los fastidios ni soporta la adversidad ni resiste a las aflicciones, camina fuera de la caridad y del objetivo de la providencia.

18
Si la caridad es longánima y benigna[3], el que es pusilánime en las aflicciones que le acaecen y por esto llega a ser malo hacia aquellos que lo afligen y se separa del amor a ellos, ¿cómo no se va a alejar del objetivo de la providencia divina?

19
Presta atención a ti mismo, para que el mal que te separa del hermano no venga a encontrarse no en el hermano, sino en ti; y empéñate en reconciliarte con él, para que no te apartes del mandamiento de la caridad.

20
No desprecies el mandamiento de la caridad, para que por medio de él serás hijo de Dios; transgrediéndolo, serás hallado hijo de la gehena.

21
Las cosas que separan de la caridad a los amigos son estas: envidiar o ser envidiado, dañar o ser dañado, despreciar o ser despreciado y los pensamientos que nacen de la sospecha. Ojalá no hayas hecho ni sufrido ninguna de estas cosas, y por ello no estés separado de la caridad por el amigo.

22
Te ha acontecido una tentación de parte del hermano y la tristeza te condujo al odio; no seas vencido por el odio, sino que vence en la caridad[4]al odio. Vencerás de este modo: orando sinceramente a Dios por él, aceptando su justificación o buscando tú mismo cautivarlo con ésta, y considerándote a ti mismo como causa de la tentación y siendo paciente hasta que la nube pase.

23
Es paciente quien espera el fin de la tentación y aguarda la gloria de la perseverancia.

24
Hombre paciente, grande en prudencia[5], porque soporta hasta el fin todo lo que le acontece y, esperando, resiste las adversidades. Y el fin es la vida eterna[6], según el divino Apóstol;  ésta es la vida eterna, que Te conozcan a Ti, el único Dios verdadero y a quien enviaste, Jesucristo[7].

25
No consientas fácilmente a la pérdida de la caridad espiritual, porque no ha sido dejado a los hombres otro camino de salvación.



[1] Sal  144, 3.
[2]Jn  11, 52.
[3] 1 Co 13, 4.
[4] Cf. Rm  12, 21.
[5] Pr  14, 29.
[6] Rm  6, 22.

[7]Jn 17, 3.

12 de noviembre de 2017





Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor"
Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.


Centurias sobre la Caridad

tercera centuria

51
Si, dedicándonos por largo tiempo a Dios cuidamos la parte  pasible del alma, no cederemos más a los asaltos de los pensamientos, sino que, considerando con más precisión sus causas y cortándolas, llegaremos a ser más clarividentes, de manera que se cumpla en nosotros el Mi ojo vio a mis enemigos y mi oído escuchará a aquellos que se levantan contra mí para hacerme mal[1].

52
Cuando veas que tu nous se ocupa piadosa y justamente de las ideas del mundo, sabe que también tu cuerpo permanece puro y sin pecado; cuando, en cambio, veas que el nous se da al pecado de pensamiento y no lo impides, sabe que también tu cuerpo no tardará mucho en caer en éstos.

53
Como el cuerpo tiene por mundo a las cosa, así también el nous tiene por mundo a las ideas; y como el cuerpo fornica con el cuerpo de la mujer, así también el nousfornica con la idea de la mujer mediante la imagen de su propio cuerpo: ve la forma de su propio cuerpo unida en el pensamiento con la forma de la mujer. Del mismo modo se venga en el pensamiento mediante la forma de su propio cuerpo de la forma del que lo afligió. Y así también para los otros pecados: Lo que el cuerpo hace en el mundo de las cosas, el nous lo realiza también en el mundo de las ideas.

54
No hay que temblar ni horrorizarse ni sorprenderse por el hecho de que Dios Padre no juzga a nadie, sino que ha dado todo juicio al Hijo[2]. El Hijo exclama: No juzguéis, para que no seáis juzgados; no condenéis para no ser condenados[3]. Y el Apóstol de modo semejante: No juzguéis antes de tiempo, hasta que venga el Señor, y: En el juicio en que juzgas al otro, te condenas a ti mismo[4]. Los hombres, en cambio,  habiendo dejado de llorar sus pecados, substraen el juicio al Hijo y ellos mismo, como si fueran sin pecado, se juzgan y condenan uno al otro: y el cielo permaneció atónito por esto[5], la tierra tembló, pero ellos no se avergüenzan, habiendo llegado a ser insensibles.

55
El que se dedica a los pecados ajenos o por sospecha juzga al hermano, no ha iniciado aún la penitencia ni el discernimiento ni el conocimiento de las propias culpas, que son, en verdad, más pesadas que una masa de plomo de muchos talentos, ni comprende de dónde viene que un hombre se haga duro de corazón, amante de la vanidad y que busca la mentira. Por esto, como un insensato y andando en tiniebla, habiendo dejado sus propias culpas, va imaginándose aquellas ajenas, sean reales o sean imaginadas por sospecha.

56
El amor propio, como se ha dicho muchas veces, es causa de todos los pensamientos pasionales. De éste se engendran los tres pensamientos capitales de la concupiscencia: el de la gula, el de la avaricia y el de la vanagloria. De la gula nace el de la fornicación, de la avaricia, el de la avidez; de la vanagloria, el de la soberbia. Todos los otros siguen cada uno a los tres: el de la ira, de la tristeza, del resentimiento, de la acedia, de la envidia, de la maledicencia, y los restantes. Estas pasiones atan el nous a las cosas materiales y lo retienen en la tierra, como una piedra pesadísima encima de él, aún siendo el nous por naturaleza más ligero y ágil que el fuego.

57
Principio de todas las pasiones es  el amor propio; el fin es la soberbia. El amor propio es el amor irracional por el cuerpo; quien lo ha cortado, ha cortado conjuntamente todas las pasiones que nacen de él.

58
Como aquellos que engendran los cuerpos tiene afección a los que han nacido de ellos, así también el nous tiene una inclinación natural para sus razonamientos. Y así como a los padres más susceptibles de pasión los propios hijos, aún si son bajo toda consideración los más ridículos de todos, parecen los más amables y los más bellos, así también al nous insensato sus razonamientos, aún si son más malos que todos, parecen más sabios que todos, No así para el sabio los propios razonamientos; pero, cuando parece persuadido que son verdaderos y buenos, sobre todo entonces, no confía en su propio juicio, sino que escoge otros hombres sabios como jueces de sus razonamientos, para no correr o haber corrido en vano[6]; y de ellos recibe seguridad.

59
Cuando hayas vencido cualquiera de las pasiones más deshonrosas, por ejemplo gula o fornicación, ira, avidez, rápidamente caerá sobre ti el pensamiento de la vanagloria; y si vences a éste, le seguirá el de la soberbia.

60
Mientras todas las pasiones deshonrosas dominan al alma, el pensamiento de la vanagloria está lejos de ésta; pero apenas son vencidas todas las predichas pasiones, lo encadenan a ella.

61
La vanagloria, sea alejada sea presente, engendra soberbia; alejada, produce presunción; presente, arrogancia.

62
El obrar ocultamente quita la vanagloria; el atribuir a Dios las buenas acciones, la soberbia.

63
El que ha sido hecho digno del conocimiento de Dios y ha gozado abundantemente de este gozo, ese desprecia todos los placeres que nacen de la potencia concupiscible.

64
El que desea las cosas terrenas desea los alimentos o lo que sirve a los placeres sexuales o gloria humana o riquezas o cualquier otro que sigue a estas cosas; y si elnous no encontrase algo mejor que esto a lo cual volver el deseo, no se persuadiría jamás en despreciar totalmente estas cosas. Incomparablemente mejor que ellas es el conocimiento de Dios y de las cosas divinas.

65
El que desprecia los placeres los desprecia o por temor o por esperanza o por conocimiento y amor de Dios.

66
El conocimiento sin pasión de las cosas divinas no mueve al nous a despreciar totalmente las cosas materiales, sino que lo asemeja al pensamiento simple de una cosa sensible. Por esto es posible encontrar muchos hombres que tienen mucha ciencia y se revuelcan como puercos en el barro de las pasiones de la carne[7]. Tras haber sido purificados un poco por su diligencia y haber obtenido el conocimiento, vueltos luego negligentes, se han hecho semejantes a Saúl, el cual, considerado digno del reino y habiendo gobernado indignamente, fue expulsado de él con terrible ira.

67
Como el pensamiento simple de las cosas humanas no obliga al nous a despreciar aquellas divinas, así tampoco el simple conocimiento de las cosas divinas lo persuade a despreciar totalmente aquellas humanas, por eso la verdad está en sombras y figuras. Y por esto hay necesidad de la bienaventurada pasión de la santa caridad, que liga el nous con las contemplaciones espirituales y lo persuade a preferir las cosas inmateriales a aquellas materiales y las cosas espirituales y divinas a aquellas sensibles.

68
El que ha cortado totalmente las pasiones y ha vuelto simples los pensamientos, no los ha vuelto aún completamente a las cosas divinas, sino que puede no estar inclinado ni a las cosas humanas ni a aquellas divinas; lo que sucede a quien se dedica sólo a la vida activa y no ha sido hecho digno aún del conocimiento, el cual se abstiene de las pasiones por el temor al castigo o por la esperanza del reino.

69
Por la fe caminamos, no por visiones, y tenemos el conocimiento en espejos y en enigmas. Por eso tenemos necesidad de mucho ejercicio en estas cosas, para que por una detenida meditación y familiaridad con ellas hagamos inalterable la posesión de las contemplaciones.

70
Si, después de haber cortado un poco las causas de las pasiones, nos dedicamos a las contemplaciones espirituales, pero no aplicándonos continuamente a ellas, durante esta misma ocupación nos volveremos fácilmente de nuevo a las pasiones de la carne, no recogiendo de ello fruto alguno, si no un simple conocimiento con presunción, cuyo fin será el oscurecimiento gradual del conocimiento y el retorno total del nous a las cosas materiales.
71
La pasión reprochable del amor entretiene al nous en las cosas materiales; la pasión laudable del amor lo liga con las cosas divinas. En aquellas cosas en la cual se entretiene, el nous se habitúa también a explanarse; en aquellas en las cuales se extiende, a volver aún el deseo y el amor a ellas, sea a las cosas divinas e intelectuales que le son propias sea a las cosas y a las pasiones de la carne.

72
Dios creó el mundo invisible y el visible, y Él hizo también el alma y el cuerpo. Y si este mundo visible es tan bello, ¿cómo será, entonces, el invisible? Si aquel pues es mejor que éste, ¿cuánto superior a los dos será Dios que los creó? Si, pues, el creador de todas las cosas bellas es mejor que todas las creaturas, ¿por qué motivo el nous, dejado aquello que es mejor que todo, se dedica a lo que es peor que todo? -hablo de las pasiones de la carne-, ¿no es quizá porque, vuelto y habituado desde el nacimiento a esta meta, no ha alcanzado aún una perfecta experiencia de Aquel que es mejor y superior a todo? Si con un prolongado ejercicio[8] de dominio sobre los placeres y de meditación de las cosas divinas lo arrancamos gradualmente de tal condición, progresando poco a poco se extenderá en las cosas divinas y reconocerá su propia dignidad y finalmente transferirá todo su deseo hacia lo divino.

73
El que, sin pasión, dice el pecado del hermano lo dice por dos razones: o para corregirlo o para provecho de otro. Si lo dice fuera de estas dos razones, sea a él sea a otro, lo dice para ultrajarlo o para herirlo y no podrá huir al abandono de Dios, sino que caerá absolutamente en uno u otro pecado y, rechazado y ultrajado por otros, será avergonzado.

74
No es único el motivo del que comete en acto el mismo pecado, sino que son diversos. Por ejemplo una cosa es pecar por hábito, y otra por sorpresa; éste no tenía conciencia ni antes ni después del pecado, pero se duele vivamente de lo que ha sucedido; el que peca por hábito, por el contrario: aún antes no cesaba de pecar con el pensamiento y, cometido el acto, tiene la misma disposición.

75
El que busca las virtudes por vanagloria, evidentemente busca también el conocimiento por vanagloria. Ése no hace o dice nada para edificación, sino que en todo busca la gloria de parte de quienes lo ven o escuchan. La pasión se revela cuando cualquiera de los predichos critica sus obras o sus palabras y por esto se entristece grandemente, no porque aquellos no sean edificados, -pues no tenía eso por objetivo-, sino porque él mismo es despreciado.



Notas:
[1] Sal  91, 12.
[2] Cf. Jn  5, 22.
[3] Mt  7, 1 y Lc  6, 37.
[4] 1 Co  4, 5 y Rm  2, 1.
[5] Jr  2, 12.
[6] Cf.  Ga  2, 2.
[7] Cf.  2 P  2, 22.
[8] ascesis







Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.


Centurias sobre la Caridad

tercera centuria

76
La pasión de la avaricia se muestra en el recibir con alegría y en el dar con tristeza. Tal hombre no puede ser un buen administrador.

77
Por estas razones se soporta sufriendo: por el amor de Dios o por la esperanza de la recompensa o por temor al castigo o por temor a los hombres o por naturaleza o por placer o por ganancia o por vanagloria o por necesidad.

78
Una cosa es ser liberado de los pensamientos y otra serlo de las pasiones. Muchas veces nos libera de los pensamientos cuando no están presentes aquellas cosas por las cuales se tienen las pasiones. Las pasiones están escondidas en el alma y se manifiestan cuando aparecen las cosas. Es necesario, pues, custodiar al nous de las cosas y saber hacia cuál tiene pasión.

79
Amigo auténtico es aquel que en el tiempo de la tentación soporta, sin agitarse ni turbarse, junto con el prójimo toda eventual aflicción, necesidad y desgracia como propia.

80
No desprecies la conciencia que te sugiere siempre cosa óptimas: te da consejos divinos y angélicos, y libera de las manchas escondidas del corazón y concede confianza con Dios en el momento de la partida.

81
Si quieres llegar a ser sabio y modesto y no ser esclavo de las pasiones de la presunción, busca siempre en los seres qué está escondido a tu conocimiento. Y encontrando muchísimas y diversas cosas que se te esconden, te maravillarás de tu ignorancia y reprimirás tu soberbia y, habiéndote conocido a ti mismo, comprenderás muchas, grandes y maravillosas cosas; porque el creer saber no permite progresar hacia el saber[1].

82
Desea verdaderamente ser salvado el que no se opone a los remedios saludables: éstos son los dolores y tristezas que provienen por variadas circunstancias. El que, en cambio, se rebela a ellas, no sabe a qué tienden ni qué ventajas le traerán antes de dejar el mundo.

83
Vanagloria y avaricia son una el origen de la otra: los que tienen vanagloria enriquecen y los ricos tienen vanagloria, pero en cuanto mundanos; mientras el monje, careciendo de posesiones, tiene más vanagloria, pues teniendo dinero, lo esconde, avergonzándose de poseer una cosa no conveniente a su estado.

84
Es propio de la vanagloria del monje vanagloriarse por la virtud y por lo que le sigue; además es propio de su soberbia exaltarse por su rectitud, despreciando a los otros, y atribuyéndosela a sí mismo y no a Dios. Es propio, en cambio, de la vanagloria y de la soberbia del hombre mundano vanagloriarse y exaltarse por la belleza, la riqueza, el poder y la prudencia.

85
Los bienes de los hombres mundanos son males para los monjes, y los bienes de los monjes son males para los hombres mundanos. Por ejemplo, los bienes de los hombres mundanos son riquezas, gloria, poderío, lujo, buena salud, fecundidad de prole y las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos, el monje está perdido. Así los bienes del monje son la falta de posesiones, de gloria, de poderío, dominio de sí, sufrimiento las cosas que siguen a éstos; llegando a éstos el hombre amante del mundo considera esto como una gran desgracia e incluso corre peligro muchas veces de ahorcarse y hubo algunos que, ciertamente, lo hicieron.

86
Los alimentos fueron creados por dos motivos: para la nutrición o para el cuidado. El que usa de ellos fuera de estos motivos está condenado como disoluto, porque abusa de lo que ha sido dado en uso por Dios, y en todas estas cosas el abuso es el pecado.

87
La humildad es la oración continua con lágrimas[2] y aflicciones; ella, clamando siempre a Dios en auxilio, no permite confiar insensatamente en la propia fuerza y sabiduría ni que nos exaltemos sobre los otros; dichos vicios son enfermedades penosas de la pasión de la soberbia.

88
Una cosa es combatir contra el pensamiento simple, para no excitar la pasión, y otra es combatir contra el pensamiento pasional, para que no suceda el consenso. Ambos modos, sin embargo, no permiten que los pensamientos se detengan.

89
La tristeza está unida al rencor; cuando el nous mira con tristeza el rostro del hermano, es evidente que tiene rencor hacia él. Pero los caminos de los rencorosos llevan a la muerte, porque todo rencoroso es un transgresor de la ley[3].

90
Si guardas rencor a alguno, ora por él y así frenas la pasión que te turba, separando con la oración la tristeza del recuerdo del mal que te hizo; llegado luego a ser caritativo y compasivo (filántropo), expulsa completamente del alma la pasión. Si, en cambio, otro te guarda rencor, sé gentil y humilde con él, estate amigablemente son él y así lo libras de la pasión.

91
Con esfuerzo detendrás la tristeza del envidioso, él considera desgracia aquello que envidia en ti y no es posible detener la tristeza de otro modo, si no lo ocultas algo. Pero si eso es provechoso a muchos, y lo entristece a él, ¿por cuál parte optarás? Es necesario ser de utilidad a muchos y no descuidar a aquel, en cuanto es posible, ni dejarse arrastrar por la malicia de la pasión, como si combatieses no contra la pasión, sino contra el que está sujeto a ella; debes, en cambio, con humildad considerarlo superior a ti y en todo tiempo, lugar y situación darle la precedencia. También tu envidia puede detenerse, si te alegras de lo que se alegra el que es envidiado por ti y si también te entristeces de lo que él se entristece, cumpliendo la palabra del Apóstol: Alégrate con los que se alegran y llora con los que lloran[4].

92
Nuestro nous está en medio de dos cosas, produciendo cada una un efecto propio; de la virtud y del vicio, es decir del ángel y del demonio. El nous tiene el poder y la capacidad sea de seguir sea de oponerse al que quiere.

93
Las santas Potencias nos mueven hacia el bien; las tendencias naturales y la buena disposición nos auxilian. Las pasiones y la mala disposición favorecen a los asaltos de los demonios.

94
El nous puro es enseñado por Dios mismo viniendo a él, o por las santas Potencias que le inspiran el bien, o por la naturaleza de las cosas contempladas por él.

95
El nous que fue hecho digno del conocimiento debe conservar imperturbables las ideas de las cosas y estables sus contemplaciones y puro el estado de la oración; no puede, en cambio, preservarlo siempre de los impulsos de la carne, ahumado por el ataque de los demonios.

96
No siempre nos airamos por aquellas cosas por las cuales nos entristecemos, las causas de la tristeza son más numerosas que aquellas de la ira. Por ejemplo si esta cosa se quebró, se arruinó esta otra, murió un tal: por estas cosas solamente nos entristecemos. Por las restantes, nos entristecemos y nos airamos, no comportándonos de modo filosófico.

97
Acogiendo el nous las ideas de las cosas, es llevado por naturaleza a transformarse en cada idea; contemplándolas espiritualmente, se transfigura variadamente en cada objeto contemplado; llegado a Dios, se hace totalmente sin forma y sin figura; contemplando a Aquel que es simple, llega a ser simple y todo luminoso.

98
Es perfecta el alma cuya potencia pasible se ha inclinado enteramente hacia Dios.

99
Es perfecto el nous que por medio de la verdadera fe en suprema ignorancia conoce supremamente a Aquel que es supremamente incognoscible y contemplando la universalidad de sus creaturas, ha recibido de Dios el conocimiento que abraza la providencia y el juicio respecto a ellas -digo, en cuanto es posible a los hombres.

100
El tiempo se divide en tres períodos y la fe se extiende a todos los tres; la esperanza, a uno, la caridad, a dos. Y la fe y la esperanza duran hasta un determinado momento; la caridad, en cambio, permanece por siglos infinitos, en suprema unión con Aquel que es supremamente infinito y en continuo aumento: y por esto más grande que todas es la caridad[5].

Notas 
[1] Es fácil intuir en el trasfondo la vieja cuestión de la Apología: Gnósthi seautón.
[2] La oración con lágrimas es uno de los aspectos característicos de la espiritualidad monástica.
[3] Pr 12, 28 y 21, 24.
[4] Rm  12, 15.
[5] 1 Co  13, 13.