Continuación…
San Máximo:
Interpretación del Padre Nuestro
Por eso, también nosotros, -para retroceder un poco y reasumir
sucintamente la fuerza de lo que hemos dicho-
si queremos ser librados del Maligno y no entrar en tentación, creamos a
Dios y perdonemos las ofensas a quienes nos ofenden. Pues dijo: “Si no perdonáis a los hombres sus pecados,
tampoco vuestro Padre celeste os perdonará”1; para que no
recibamos sólo el perdón de las culpas sino que también venzamos la ley del
pecado, no permitiendo Dios que la experimentemos, y aplastemos a la maligna
serpiente -que ha engendrado esta ley- de la cual pedimos ser librados. Porque
Cristo, que ha vencido el mundo2, nos guiará en el combate, y nos
armará con las leyes de los mandamientos y, conforme a estas leyes, con la
remoción de las pasiones; y unirá, mediante el amor, a la naturaleza humana
consigo misma. Y, siendo Él pan de vida3,
de sabiduría, de conocimiento y de justicia, moverá nuestro apetito
insaciablemente hacia Él y, por la realización de la voluntad del Padre, nos
hará semejantes a los ángeles en su adoración4, manifestando por
nuestra conducta, y mediante una buena imitación, la beatitud celeste.
Y de allí nos guiará luego al supremo ascenso a las realidades divinas, al Padre de las luces5,
haciéndonos partícipes de la divina
naturaleza6, por la participación por gracia del Espíritu Santo,
por la cual recibiremos el título de hijos de Dios, portando íntegramente al
autor todo de esta misma gracia e Hijo del Padre por naturaleza, sin
circunscribirlo ni mancharlo; de quien, por quien y en quien tenemos y
tendremos el ser, el movimiento y la vida7.
Conclusión: Exhortación a
vivir el Misterio presentado por la Oración
Que el fin de nuestra oración sea la contemplación de este misterio de
la divinización, para que conozcamos lo
que ha realizado de nosotros la
kénosis en la carne del Hijo unigénito, y de dónde y dónde ha hecho subir, por
la potencia de su mano que ama al hombre, a aquellos que habían alcanzado el punto más bajo de todo el
universo8, allá donde nos había precipitado el peso del pecado.
Amaremos más así a Quien sabiamente ha preparado esta salvación para nosotros.
Mostremos mediante nuestras acciones el cumplimiento de la oración y,
proclamando, manifestemos que Dios es verdaderamente Padre por gracia.
Mostremos claramente, por el contrario, que no tenemos por padre de nuestra
vida al maligno quien, mediante las pasiones deshonrosas, se dedica a imponer
siempre tiránicamente su dominio a la naturaleza. Que no nos suceda cambiar la
muerte por la vida, porque también cada uno de los adversarios (Cristo y el
Diablo) distribuye naturalmente a los que le están unidos: uno dispensa la vida
eterna a aquellos que lo aman; el otro, por la sugerencia de las tentaciones
voluntarias, la muerte a quienes se aproximan a él.
Porque, según la Escritura, doble es el modo de las tentaciones: uno por
el placer, el otro por el dolor; uno
libre y el otro no. Aquel engendra el pecado y la enseñanza del Señor nos
prescribe orar para no caer en él, cuando dice: “Y no nos dejes caer en tentación”9 y “Velad y orad para no caer en tentación”10.
El otro protege del pecado, castigando la disposición que ama el pecado con
suplementos involuntarios de penas. Si alguien las soporta, y sobre todo si no
está adherido por los clavos del mal, escuchará al gran apóstol Santiago quien
proclama explícitamente: “Considerad un
gran gozo, hermanos mío, el estar rodeados por toda clase de pruebas, porque la
prueba de nuestra fe produce la paciencia, la paciencia virtud probada y la
virtud probada debe ir acompañada por una obra perfecta”11. El
Maligno usa pérfidamente ambas tentaciones, la voluntaria y la involuntaria.
Sembrando la tentación voluntaria, excita al alma con los placeres del cuerpo
para apartar su deseo, con estas maquinaciones, del amor divino; y, con el
engaño, busca obtener la tentación involuntaria porque quiere destruir la
naturaleza con dolor, para forzar al alma, abatida por la debilidad de los
sufrimientos, a volver sus pensamientos a la calumnia contra el Creador.
Notas:
[6] 2 P 1,
4. Este pasaje bíblico es usado casi siempre por los Padres en relación al
misterio de la divinización.
[8]
Aparece el principio denominado tantum-quantum. El hombre asciende por
la divinización, en la medida en que Cristo descendió por su encarnación kenótica.
[9] Mt
7, 13.
[10] Mt
26, 41.
[11] St
1, 2-4, unido a Rm 5, 4.
[12] 1
Co 1, 2.
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