Primer Domingo de Cuaresma.
Comentario al Evangelio: Mt.4,1-11. [1]
Gregorio Magno
Sobre los
Evangelios: Glotonería, vanagloria y avaricia
«Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo
servían» (Mt 4,11)
Homilías sobre el Evangelio, 16
Examinando el proceso de la tentación del Señor, podremos comprender con
qué amplitud hemos sido librados de la tentación. El enemigo en el origen se
enfrentó al primer hombre, nuestro antepasado, por tres tentaciones: lo intentó
por la glotonería, la vanagloria y la avaricia. Por la glotonería le mostró la
fruta prohibida del árbol y lo persuadió a comerla. Lo tentó por la vanagloria
diciendo: «Seréis como dioses» (Gn 3,5). Y lo tentó también por la avaricia
diciendo: «Conoceréis el bien y el mal». En efecto, la avaricia no tiene solo
por objeto el dinero, sino también los honores.
Pero cuando tentó al segundo Adán (1 Co 15,47), los mismos medios que le habían
servido para hacer caer al primer hombre vencieron al diablo. Lo tienta por la
glotonería pidiéndole: «Manda que estas piedras se conviertan en panes»; lo
tienta por la vanagloria diciéndole: «Si eres el Hijo de Dios, échate abajo»;
lo tienta por el ávido deseo de honores, cuando le muestra todos los reinos del
mundo y le dice: «Todo esto, te daré si, postrándote a mis pies, me adoras».
Así habiendo hecho prisionero al diablo, el segundo Adán lo expulsa de nuestros
corazones por el mismo camino por donde había entrado.
Hay otra cosa, que debemos considerar en la tentación del Señor: podía haber
precipitado a su tentador al abismo, pero no hizo uso de su poder personal; se
limitó a responder al diablo con los preceptos de la Escritura Santa. Lo hizo
para darnos ejemplo de su paciencia, e invitarnos así a recurrir a la enseñanza
más que a la venganza. ¡Ved qué paciencia tiene Dios, y cuál es nuestra
impaciencia! Nos dejamos llevar por el furor tan pronto como la injusticia o la
ofensa nos alcanzan; el Señor, Él, aguanta la hostilidad del diablo, y le
respondió sólo con palabras de dulzura.
Máximo de Turín
Sermón: Alimentarse
de la Palabra que sale de boca de Dios
«No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca
de Dios» (Mt 4,4)
Sermón 16: PL 57, 561
El Salvador responde al diablo: «No sólo de pan vive el hombre, sino de
toda palabra de Dios». Lo que significa: «Él no vive del pan de este mundo, ni
del alimento material del que tú te serviste para engañar a Adán, el primer
hombre, sino de la Palabra de Dios, de su Verbo, que contiene el alimento de la
vida celeste». Por lo tanto, el Verbo de Dios, es Cristo nuestro Señor, como
dice el evangelista: «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto
a Dios» (Jn 1,1). Todo el que se alimenta de la palabra de Cristo ya no tiene
necesidad de alimento de la tierra. Como uno que se restaura con el pan del
Señor, no puede ya desear el pan de este mundo. En efecto, el Señor es su
propio pan, o más bien, el Señor es el mismo pan, como Él enseña por sus palabras:
« Yo soy el pan que ha bajado del cielo» (Jn 6,41). Y este pan hizo decir al
Profeta: «El pan fortalece el corazón del hombre» (Sal 103,15).
¿Qué me importa el pan que me ofrece el diablo, si yo tengo el pan que reparte
Cristo? ¿Qué me importa el alimento que ha expulsado al primer hombre del
Paraíso, ha hecho perder a Esaú su derecho de primogenitura...(Gn 25,29), que
ha convertido a Judas Iscariote en un traidor (Jn 13,26)? Adán perdió en efecto
el Paraíso por causa del alimento, Esaú perdió su derecho de primogenitura por
un plato de lentejas, y Judas renunció a su rango de apóstol por un bocado:
pues en el momento que él cogió el bocado, dejó de ser un apóstol para ser un
traidor... la comida que tenemos que tomar es aquella que abre el camino al
Salvador, no al diablo, aquella que transforma al que la come en confesor de la
fe y no en traidor.
El Señor tiene razón al decir, en este tiempo de ayuno, que es el Verbo de Dios
el que alimenta, para enseñarnos que no debemos pasar nuestros ayunos preocupándonos
de este mundo sino de la lectura de los textos sagrados. En efecto, aquel que
se alimenta de la Escritura se olvida del hambre del cuerpo; aquel que se
alimenta del Verbo celeste olvida el hambre. Pues bien, este es el alimento que
nutre el alma y calma al hambriento...: da también la vida eterna y aleja de
nosotros las trampas de la tentación del diablo. Esta lectura de textos
sagrados es vida como dice el Señor: « Las palabras que os he dicho son
espíritu y vida» (Jn 6,63).
Gregorio Nacianceno
Disertaciones: El
cristiano dispone de medios para superar las tentaciones
«Pero él le contestó...» (Mt 4,4)
Discurso 40, 10: PG 36, 370-371
Si el tentador, el
enemigo de la luz, te acomete después del bautismo –y ciertamente lo hará, pues
tentó incluso al Verbo, mi Dios, oculto en la carne, es decir, a la misma Luz
velada por la humanidad— sabes cómo vencerlo: no temas la lucha. Opónle el
agua, opónle el Espíritu contra el cual se estrellarán todos los ígneos dardos
del Maligno.
Si te representa tu propia pobreza —de hecho no dudó hacerlo con Cristo,
recordándole su hambre para moverle a transformar las piedras en panes–
recuerda su respuesta. Enséñale lo que parece no haber aprendido; opónle
aquella palabra de vida, que es pan bajado del cielo y da la vida al mundo. Si
te tienta con la vanagloria —como lo hizo con Jesús cuando lo llevó al alero
del templo y le dijo: Tírate abajo, para demostrar tu divinidad— no te dejes
llevar de la soberbia. Si en esto te venciere, no se detendrá aquí: es
insaciable y lo quiere todo; se muestra complaciente, de aspecto bondadoso,
pero acaba siempre confundiendo el bien con el mal. Es su estrategia.
Este ladrón es un experto conocedor incluso de la Escritura. Aquí el está
escrito se refiere al pan; más abajo, se refiere a los ángeles. Y en efecto,
está escrito: Encargará a los ángeles que cuiden de ti y te sostendrán en sus
manos. ¡Oh sofista de la mentira! ¿Por qué te callas lo que sigue? Pero aunque
tú lo calles, yo lo conozco perfectamente. Dice: caminaré sobre ti, áspid y
víbora, pisotearé leones y dragones; protegido y amparado —se entiende— por la
Trinidad.
Si te tienta con la avaricia, mostrándote en un instante todos los reinos como
si te pertenecieran y exigiéndote que le adores, despréciale como a un
miserable. Amparado por la señal de la cruz, dile: También yo soy imagen de
Dios; todavía no he sido, como tú, arrojado del cielo por soberbio; estoy
revestido de Cristo; por el bautismo, Cristo se ha convertido en mi heredad;
eres tú quien debe adorarme. Créeme, a estas palabras se retirará, vencido y
avergonzado, de todos aquellos que han sido iluminados, como se retiró de
Cristo, luz primordial.
Estos son , los
beneficios que el bautismo confiere a aquellos que reconocen la fuerza de su
gracia; éstos son los suntuosos banquetes que ofrece a quienes sufren un hambre
digna de alabanza.
Catena Aurea: Comentarios de los Padres de la Iglesia por
versículos
Pseudo-Crisóstomo, opus imperfectum super
Matthaeum, hom. 5
1-2. Después que Jesús fue
bautizado por San Juan en agua, fue llevado por el Espíritu al desierto, para
que allí fuese bautizado con el fuego de la tentación. De donde se dice que
entonces Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu. Fue entonces cuando el
Padre clamó desde el cielo: Este es mi hijo muy amado.
Fue
llevado por el Espíritu Santo, no como precepto del mayor al menor. No se dice
que es llevado solamente, quien es llevado por la potestad de otro, sino
también aquel que se complace en la exhortación racional de alguien. Como está
escrito de San Andrés, que encontró a Simón su hermano y lo llevó a Jesús.
El
diablo busca a los hombres para tentarlos, pero como el demonio no podía ir
contra el Señor, Este fue a buscarlo. Por ello se dice: que fue para ser
tentado.
No
sólo Jesucristo fue llevado por el Espíritu al desierto, sino que también lo
son todos los hijos de Dios que tienen el Espíritu Santo. No se contentan con
vivir ociosos, sino que el Espíritu Santo los insta para que emprendan alguna
gran obra, lo cual equivale a ir al desierto a buscar al demonio, porque no hay
injusticia allí, donde el diablo no se complace. Todo el bien existe fuera de
la carne y fuera del mundo, porque el bien es superior a la carne y al mundo.
Todos los hijos de Dios salen, pues, a tal desierto para ser tentados; por ejemplo:
si te has propuesto no casarte, te lleva el Espíritu al desierto, esto es, más
allá de los límites de la carne y del mundo, para que seas tentado por la
concupiscencia de la carne. ¿Cómo puede ser tentado por la lujuria, el que todo
el día está con su mujer? Pero debemos saber, que los verdaderos hijos de Dios,
no son tentados por el demonio si no salen al desierto. Pero, los hijos del
diablo, en la carne y en el mundo, son tentados y obedecen o consienten en la
tentación. Así como el hombre de bien no fornica, sino que vive contento con su
esposa, así el malo, aunque tenga su mujer, no se contenta con ella; esto se
constata por regla general. Los hijos del diablo no salen a buscarlo para que
los tiente; ¿qué necesidad tiene de salir a la pelea, quien no desea vencer?
Los que son verdaderos hijos de Dios, salen más allá de los límites de la carne
a combatir contra el demonio, porque arden en deseos de obtener la victoria.
Por ello Jesús salió a buscar al diablo, para ser tentado por él.
Y
ayunó cuarenta días y cuarenta noches, para expresar la medida de nuestros
ayunos. De donde se sigue que, habiendo ayunado cuarenta días y cuarenta
noches.
Sabía
el Señor las intenciones del demonio cuando se proponía tentarle. El demonio
sabía que Cristo había nacido en el mundo, según la predicación de los ángeles,
la relación de los pastores, la búsqueda de los magos y la manifestación de San
Juan. Por lo que el Señor se adelantó contra él no como Dios, sino como hombre;
mejor aún, como Dios y como hombre, porque no tener hambre en el espacio de
cuarenta días, no era propio de hombre y tener hambre alguna vez, no es propio
de Dios. Por ello tuvo hambre para que no se crea que sólo es Dios, porque
entonces hubiese destruido la esperanza del demonio que se proponía tentarle y
hubiese impedido su propia victoria. De donde se sigue: después tuvo hambre.
3-4. Porque el diablo, al ver
que Jesús ayunaba cuarenta días, empezó a desesperar. Pero cuando vio que
empezó a tener hambre, comenzó a esperar otra vez. De donde se sigue: y “acercándose
el tentador”. Si eres tentado cuando ayunas, no digas que has perdido el fruto
de tu ayuno, porque aunque tu ayuno no evite que seas tentado, sin embargo te
aprovechará para vencer la tentación.
Así
como el diablo cegaba a todos los hombres, así fue cegado por Cristo de una
manera invisible. Conoció que tuvo hambre después de cuarenta días, pero no
comprendió que no la tuvo en el espacio de los mismos. Cuando sospechó que no
era Hijo de Dios, no pensó en que el fuerte puede descender hasta las cosas más
débiles y el débil puede ascender hasta las cosas más fuertes. Mas habiendo
observado que no tuvo hambre en tantos días, debió conocer que era Dios, aunque
al ver que tuvo hambre después de los cuarenta días, pudo comprender que era
hombre. Pero dirás: Moisés y Elías ayunaron cuarenta días y eran hombres. Pero
ellos ayunando tenían hambre y se sostenían. Este no tuvo hambre en el espacio
de cuarenta días, sino después. Tener hambre y no comer es propio de la
paciencia humana; pero no tener hambre, sólo es propio de la naturaleza divina.
No
dijo, pues: no de sólo pan vivo, para que no pareciese que hablaba de sí; sino,
no sólo de pan vive el hombre, para que el diablo pudiese decir: Si es Hijo de
Dios, se ha ocultado para que no se manifieste su poder. Si es hombre, se
excusa de una manera astuta, para que no se conozca que es que no puede.
5-7. No habiendo podido
conocer nada cierto el diablo en la respuesta de Jesucristo, acerca de si era
Dios o si era hombre, lo tentó otra vez, diciendo entre sí: “Este, que no ha
sido vencido por el hambre, aunque no sea Hijo de Dios, debe ser un Santo”.
Pueden los hombres santos resistir el hambre, pero cuando han vencido todas las
necesidades de la carne, caen por medio de la vanagloria. Por ello empezó a
tentarle con la vanidad, por lo que prosigue: “Entonces lo llevó el diablo a la
ciudad Santa”.
Pero
acaso dirás: ¿Cómo teniendo figura corporal lo colocó en el pináculo del templo
en presencia de todos? Pero del mismo modo que el diablo lo hacía en presencia
de todos, El también, sin que el diablo lo supiese, pudo hacer que no fuese
visto por nadie cuando así obraba.
Pero,
¿cómo podía conocer en esta ocasión si era Hijo de Dios o no? Volar por el aire
no es propiamente obra de Dios, porque a nada conduce.
Pero si alguno vuela provocado, esto lo hace más bien por ostentación y esto
proviene más del diablo que de Dios. Si al hombre sabio le basta ser lo que es
y no necesita aparentar lo que no es, ¿cuánto más el Hijo de Dios no necesita
ostentar aquello de lo que ninguno puede conocer lo que es en sí mismo?
En
realidad, el Hijo de Dios no es llevado en manos de ángeles, sino que más bien
El es quien los lleva. Y si es llevado en manos de ángeles, no es porque la
piedra pueda herir sus plantas como débil, sino por honor, puesto que es Dios.
¡Oh diablo! ¿Conque has leído que el Hijo de Dios es llevado en manos de
ángeles y no has leído que aplasta al áspid y al basilisco?[1] Mas cita aquel ejemplo como soberbio,
pero calla esto como astuto.
No
le dijo, pues: “No me tentarás, puesto que soy tu Dios y tu Señor”, sino así:
“No tentarás al Señor tu Dios”, lo mismo que podía decir todo hombre de Dios,
tentado por el demonio, porque el que tienta al hombre de Dios, tienta al mismo
Dios.
8-11. El diablo, vacilando en
la segunda tentación, pasó a la tercera. Porque como Cristo había roto las
redes de sus engaños y había pasado los límites de la vanagloria, le pone las
redes de la avaricia. Por lo que dice: “Otra vez lo tomó el diablo y lo puso en
la cumbre de un monte muy elevado”, tan elevado que habiendo recorrido el
diablo toda la tierra, no había encontrado otro más alto. Porque cuanto más
alto fuese el monte, tanto mayor sería el espacio de tierra que se podría ver.
De donde prosigue: “Y le manifestó todos los reinos del mundo y su gloria”. Le
manifestó esto así, no para que viese los reinos y sus ciudades, o sus pueblos,
o su plata o su oro, sino las partes de la tierra en que residía cada reino o
cada ciudad. Como si subiendo sobre un lugar elevado, te dijese con el dedo:
Mira, allí está Roma o Alejandría, no indicándote que veas las mismas ciudades,
sino las partes de la tierra en que se encuentran colocadas. Así el diablo
podía mostrar a Cristo todos los lugares con el dedo y exponerle los honores y
el estado de cada reino. Porque se dice mostrar también de lo que se expone
para su inteligencia.
Todas
las cosas que se hacen en el mundo por medio de la iniquidad (como por ejemplo,
las riquezas adquiridas por medio del robo o del perjurio), las da el diablo.
El demonio no puede dar las riquezas a quien quiere, sino a aquéllos que las
quieren recibir de él.
En
cuyas palabras pone fin a la tentación del diablo para que no siga adelante
tentándolo.
Debe
observarse que se cometió una grave injuria a Jesucristo cuando fue tentado por
el demonio y éste le dijo: “Si eres Hijo de Dios arrójate al abismo”. Pero no
se turbó ni increpó a su enemigo, mas cuando el demonio le quiso usurpar el
honor de ser Dios, indignado lo rechazó diciéndole: “Retírate, Satanás”, para
que nosotros aprendamos en El a sufrir las injurias de una manera digna, pero
que no consintamos que lleguen ni aun al oído las injurias contra Dios. Porque
es muy laudable que cada uno sufra con resignación las propias injurias, pero
tolerar las injurias del Señor es hasta impío.
El
diablo, pues, (como suele entenderse de una manera racional), no retrocedió
como obedeciendo a un precepto, sino que la divinidad que resaltaba en
Jesucristo y la del Espíritu Santo que resaltaba en El, fue quien separó de
allí al diablo. De donde prosigue: “Entonces lo dejó solo el demonio”. Lo que
aprovecha para nuestro consuelo, porque el diablo no tienta a los hombres
cuando quiere, sino cuando Dios se lo permite y si le permite que nos tiente
poco a poco, es atendiendo a nuestra débil naturaleza.
No
dijo, pues: “bajando los ángeles”, para manifestar que siempre estaban con El
en la tierra para su servicio. Pero, entonces se retiraron de El por orden de
Dios, para que el diablo pudiese tentar a Cristo, no fuera que, viendo a los
ángeles cerca de El, no se atreviese a aproximarse. No sabemos en qué forma le
servían, si sanándolo de las enfermedades, si ayudándolo en la corrección de
las almas o si ayudándolo a ahuyentar las tentaciones. Todas estas son las
cosas que hace por medio de los ángeles, de modo que, cuando éstos lo hacen,
parece que es El mismo quien lo hace. Sin embargo, debe saberse que no lo
asistían por necesidad de limitado poder, sino en honra de su infinita
potestad. No se dice que lo ayuden, sino que lo sirven.
Ahora
expliquemos brevemente qué significan las tentaciones de Cristo. El ayuno es la
abstinencia de una cosa mala; el hambre es el deseo de la misma cosa mala; su
uso es el pan. El que se habitúa con el pecado convierte la piedra en pan.
Responda, pues, al demonio cuando lo tiente, diciendo: “Que no de sólo el uso
de aquella cosa vive el hombre, sino de la observancia de los mandatos de
Dios”. Cuando alguno se engríe como si fuese santo, es como llevado al templo y
cuando se crea que está en la cumbre de la santidad, entonces es cuando le
coloca sobre el pináculo del templo y ésta es la tentación que sigue a la
primera, porque la victoria de la tentación produce la vanagloria y es causa de
jactancia. Pero advierte que Cristo ayunó voluntariamente. El diablo lo llevó
al templo para que tú te consagres espontáneamente a la abstinencia, pero por
ello no te creas que has llegado a la cumbre de la santidad. Huye del orgullo
del corazón y no experimentarás tu ruina. La subida al monte es la marcha hacia
las riquezas y la gloria de este mundo, como que desciende de la soberbia del
corazón. Cuando quieras hacerte rico, lo cual equivale a subir al monte,
empiezas a pensar en adquirir las riquezas y los honores y entonces el Príncipe
de este mundo te manifiesta la gloria de su reino. En tercer lugar, te ofrece
las causas para que, si las quieres seguir, le sirvas, menospreciando la
justicia de Dios.
Notas
[1] El basilisco era un animal de fábula al que se le
atribuía el poder de matar con la vista.
San
Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 13,1-3
1-2. Cualquiera que seas, por
grandes que sean las tentaciones que sufras después del bautismo, no te turbes
por ello, más bien permanece firme. Pues has recibido las armas para combatir,
no para estar ocioso. Y esa es la razón por la que Dios no te exceptúa de las
tentaciones. Primero, para que te des cuenta que ahora eres mucho más fuerte.
Segundo, para que te mantengas en moderación y humildad y no te engrías por la
grandeza de los dones recibidos. Tercero, para que el demonio que acaso duda si
realmente lo has abandonado, por la prueba de las tentaciones, puede tener
seguridad de que te has apartado de él. Cuarto, la resistencia te hace más
fuerte que el hierro mejor templado. Quinto, las tentaciones te dan la mejor
prueba de los preciosos tesoros que se te han confiado. Pues, si no hubiera
visto el diablo que estás ahora constituido en más alto honor y altura, no te
tentaría.
Cuanto
mayor es la soledad más tienta el diablo. Por ello tentó a la primera mujer
cuando estuvo sola, sin su marido. De donde se le dio ocasión al demonio para
que tentase. Por ello fue conducido al desierto.
Para
que conozcas cuán útil y bueno es el ayuno y qué clase de escudo es contra el
diablo y por qué después del bautismo conviene ayunar y no vivir sujetos a
apetitos inmoderados, quiso ayunar Jesús, no porque El lo necesitase, sino para
enseñarnos.
No
ayunó más de lo que habían ayunado Moisés y Elías, para que no se creyese
imposible que había tomado carne.
5-7. Observa que los
testimonios son citados por el Señor de una manera conveniente, pero el diablo
los cita de una manera inconveniente. No porque está escrito “enviará sus
ángeles”, etc., persuade a Jesús a arrojarse.
San Agustín
1-2. ¿Por qué se ofreció a
ser tentado? Para constituirse en mediador que venciese las tentaciones, no
sólo con su auxilio, sino con su ejemplo (de Trinitate, 4,13).
O
de otro modo: toda la sabiduría consiste en conocer al Creador y a la creatura.
El Creador es la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La creatura, es en
parte invisible como el alma, que consta de tres potencias (se nos manda amar a
Dios de tres maneras: con todo el corazón, con toda el alma y con toda la
inteligencia) y parte visible como es el cuerpo. A éste debemos también el
Números cuatro, por el frío y el calor, la sequedad y la humedad. El Números
diez, que forma toda la ley, multiplicado por cuatro (esto es, es el Números
que corresponde al cuerpo, multiplicado, porque el cuerpo ejerce sus funciones
de cuatro modos), se forma el Números cuarenta, cuyas partes iguales que son
diez, si se añade una de ellas, forma el Números cincuenta. Los números uno,
dos, cuatro, cinco, ocho, diez y veinte, que son partes iguales del Números
cuarenta, unidos, forman el Números cincuenta: y por ello, el tiempo que nos
mortificamos y nos afligimos, se fija en el Números cuarenta. Además el estado
de eterna felicidad, en el que habrá alegría, se prefigura en la celebración de
la Quincuagésima, desde la Pascua hasta Pentecostés (de diversis quaestionibus
octoginta tribus liber, q. 81).
Y
porque Jesús ayunó inmediatamente después del bautismo, no debe entenderse que
el precepto del ayuno obliga inmediatamente después del bautismo, para que sea
necesario ayunar a continuación, como lo hizo Jesucristo, sino que debe
ayunarse cuando somos atacados por el tentador, para que el cuerpo pague su
malicia con el castigo y el alma consiga su victoria por la humillación
(sermones, 210,3).
5-7. La sana doctrina enseña
que cuando el hombre tenga algo que hacer, no debe tentar al Señor su Dios
(contra Faustum, 22,36).
8-11. De donde prosigue: Está
escrito, pues: “Sólo adorarás al Señor tu Dios y sólo a El servirás”. Nuestro
único bien y nuestro Señor es la Santísima Trinidad, a quien únicamente debemos
con razón la servidumbre de nuestra piedad (contra sermonem Arrianorum, 29).
Con
el nombre de servidumbre se entiende el culto debido al Señor. Nuestros
expositores llaman latría al culto divino, cualquiera que sea el lugar de las
Sagradas Escrituras, en donde encuentran la palabra servidumbre. Pero aquella
servidumbre que se debe a los hombres, según lo que preceptúa el apóstol ( Tit
2,9), diciendo que los siervos deben estar sometidos a sus señores, se traduce
en griego por la palabra dulía, pero latría (o siempre, o con tanta frecuencia
como casi siempre), se llama a la servidumbre que pertenece al culto de Dios [1] (de civitate Dei, 10,1).
Después
de la tentación, los santos ángeles, temibles a los espíritus infernales,
servían al Señor y en ello mismo se manifestaba a los demonios cuán grande
fuese su poder. De donde prosigue: “Y he aquí que los ángeles se acercaron y le
servían” (de civitate Dei, 9,20).
San
Lucas, en verdad, no expone las tentaciones por este orden: de donde viene la duda
acerca de cuál tentación fuese la primera; si le manifestó primero los reinos
del mundo y después lo llevó al pináculo del templo, o viceversa. En nada
afecta a la esencia, puesto que se sabe que todo esto se verificó (de consensu
evangelistarum, 2,16).
Notas
[1] El culto puede ser la latría, que se tributa sólo a Dios. En sentido
estricto el culto sólo puede tributarse a Dios. En un sentido general se habla
de culto de hiperdulía, que
se tributa a la Virgen María y de mera dulía, a
los ángeles y santos. Pero en estos casos no se trata de culto en sentido
estricto sino más bien de devoción, la que ha de tener como fin último la
gloria de Dios.
San Gregorio Magno, homiliae in Evangelia,
16,1.5
1-2. Algunos suelen dudar por
qué espíritu fue llevado Jesús al desierto. Por ello se añade: lo llevó el
diablo a la santa ciudad. Pero verdaderamente y sin vacilación alguna se
entiende por todos y se cree que fue llevado por el Espíritu Santo, para que su
Espíritu lo llevase a aquel lugar, en donde el espíritu maligno habría de
tentarlo.
Pero
sépase que la tentación se hace de tres maneras: por sugestiones, por
delectaciones y por consentimiento. Cuando nosotros somos tentados, empezamos
por la sugestión, cayendo después en la delectación y en el consentimiento,
pues obramos según las tendencias del pecado, propagado con la naturaleza, y
por ello sufrimos las tentaciones. Pero Dios que se había encarnado en las
entrañas de una Virgen, había venido al mundo sin pecado; por ello, ninguna
lucha debía sentir en sí. Pudo ser tentado por sugestión, pero la delectación
no pudo ofender su inteligencia y por ello, aquella tentación del diablo fue
exterior y no afectó al interior.
El
autor de todas las cosas no tomó comida alguna en cuarenta días. Nosotros
también mortificamos nuestra carne, cuanto podemos por medio de la abstinencia,
en el espacio de cuarenta días. Se conserva el Números cuadragésimo, porque se
conserva la virtud del Decálogo, por los cuatro libros del Santo Evangelio. El
Números diez, multiplicado por cuatro, da el Números cuarenta. O de otro modo,
en el cuerpo contamos cuatro elementos, en los cuales podemos obedecer los
preceptos del Decálogo, puesto que el Decálogo acepta la sumisión de los
cuatro. Los que por los apetitos de la carne despreciamos los mandatos del
Decálogo, es muy justo que mortifiquemos la carne, cuatro veces diez. También,
así como en la ley se nos ordena dar a Dios la décima parte de los frutos, así
debemos ofrecerle la décima parte de los días de cada año. Seis semanas
transcurren desde el primer domingo de cuaresma, hasta las alegrías del tiempo
pascual, cuyos días son cuarenta y dos: de los cuales, quitando los seis
domingos de abstinencia, quedan treinta y seis. El año consta de trescientos
sesenta y cinco días; y nosotros nos mortificamos en el espacio de treinta y
seis días, que constituyen la décima parte del año, que es lo que ofrecemos
como décimas al Señor.
3-4. Pero si observamos el
orden de la tentación, veremos con cuánta magnanimidad somos liberados de la
tentación. El enemigo antiguo tentó al primer hombre por la gula, cuando le
instó a que comiese de la fruta prohibida; y por la vanagloria, cuando le dijo:
“Conoceréis el bien y el mal”. La avaricia, no sólo es propia del dinero, sino
también de la elevación cuando se ambiciona con exceso los honores. Del mismo
modo que rindió al primer hombre, sucumbió el demonio cuando tentó al segundo.
Lo tienta por la gula, cuando dice: “Di que estas piedras se conviertan en
pan”. Por la vanagloria, cuando dice: “Si eres hijo de Dios, arrójate”. Por la
avaricia de la grandeza, cuando le manifiesta todos los reinos del mundo: “Todo
esto te daré”.
Así,
tentado el Señor por el diablo, respondió con los preceptos de las Santas
Escrituras: “el que pudo sumergir a su tentador en el abismo, no hizo
ostentación de su gran poder y esto lo hizo con el fin de darnos ejemplo, para
que cuantas veces tengamos que sufrir algo de los hombres malos, nos inclinemos
más a su enseñanza que a su castigo.
5-7. Pero cuando se dice que
Dios-hombre fue llevado por el demonio a la ciudad santa, los oídos humanos se
escandalizan. El diablo es la cabeza de todos los malos. ¿Qué de particular
tiene el que permitiese ser llevado por él a la ciudad santa, cuando permitió
que sus miembros lo crucificasen?
8-11. En estas palabras se
manifiesta la doble naturaleza de su persona, porque es hombre a quien el
diablo tienta y El mismo es Dios a la vez, a quien los ángeles sirven.
San Hilario, in Matthaeum, 3
1-2. En los santificados se
ceban más las tentaciones del diablo porque la victoria sobre los santos le es
mucho más grata.
Después
de cuarenta días. No tuvo hambre en el espacio de cuarenta días. Por lo tanto,
el Señor cuando tuvo hambre, no fue víctima de la necesidad, sino que dejó el
hombre a su naturaleza. No debía ser vencido el diablo por Dios, sino por la
carne. En lo que se demuestra que habría de tener hambre después del trascurso
de cuarenta días, en que había de habitar sobre la tierra. Habría de tener
hambre de la salvación humana, en cuyo tiempo, habiendo esperado el premio del
Padre, recobró al hombre a quien había redimido.
3-4. Propuso esta operación
tentando para conocer el poder de Dios en la conversión de piedras en pan y
para engañar la paciencia del hombre hambriento, por la complacencia de la
comida.
5-7. Perturbando los
esfuerzos del diablo, Jesús se manifiesta como Dios y como hombre.
8-11. Pero vencido por
nosotros y aplastada la cabeza del diablo, se ve desde luego que con la ayuda
de los ángeles y de nuestras virtudes no nos habrán de faltar los auxilios del
cielo.
San Jerónimo
1-2. Fue llevado, no
obligado, ni cautivo, sino por el deseo de combatir.
3-4. Pero eres contenido por
dos, oh diablo. Si ya confiesas su imperio proponiendo la conversión de las
piedras en pan, en vano tientas a Aquel que tiene tanto poder y si no puede
hacerlo, en vano sospechas que es Hijo de Dios.
El
propósito de Jesucristo era vencer por la humildad.
5-7. Esta conducción no
procede de la invencibilidad del Señor, sino de la soberbia de su enemigo, que
considera la firme voluntad del Salvador como una necesidad.
El
diablo hace esto en todas las tentaciones, para ver si puede conocer que es el
Hijo de Dios. Le dice, pues: “Arrójate”, porque la voz del diablo, con la que
desea que los hombres caigan siempre al abismo puede persuadir, pero no puede
precipitar.
Leemos
esto en el salmo noventa, pero allí no se habla de Cristo, sino que es una
profecía de un hombre santo; el diablo interpreta mal las Escrituras.
Quebranta
las flechas del diablo sacadas de las Escrituras, con los escudos de las mismas
Escrituras. Así, pues, le dice Jesús: También está escrito: “No tentarás al
Señor tu Dios”.
Y
debe notarse que sólo citó los testimonios necesarios del Deuteronomio, para
mostrar los sacramentos de la nueva ley.
8-11. Prosigue: Y le dijo:
“Todo esto te daré”. El arrogante y soberbio habla de jactancia. No podía darle
todos los reinos del mundo, porque muchos santos varones fueron hechos reyes
por Dios.
No
son condenados con la misma sentencia San Pedro y Satanás. A San Pedro se le
dice: “Apártate de mí, Satanás”; esto es, “sígueme, aunque eres opuesto a mi
voluntad”; pero a éste le dice: “retírate, Satanás”. Y no se le dice que detrás
de mí, para que se entienda: “Vete al fuego eterno que preparado está para ti y
para tus ángeles”.
Diciendo
el diablo al Señor: “Si postrándote me adoras”, oye, por el contrario, que él
es quien más bien debe adorarle como a su Señor y Dios.
Rábano
3-4. Este testimonio está
tomado del Deuteronomio. Por lo que, si alguno no se alimenta de la palabra de
Dios, no puede vivir, porque así como el cuerpo humano no puede vivir sin el
alimento terreno, así el alma no puede vivir sin la palabra de Dios. Se dice
que la palabra procede de la boca de Dios, cuando manifiesta su voluntad, por
medio de las Sagradas Escrituras.
5-7. Se llamaba santa la
ciudad de Jerusalén porque se encontraba en ella el templo, el Sancta Sanctorum
y el culto del verdadero Dios, establecido por Moisés.
Debe
observarse que, aun cuando Nuestro Salvador permitiese al diablo que le pusiese
sobre el pináculo del templo, sin embargo, no quiso descender a su dominio,
dándonos ejemplo para que cuando alguno nos inste a subir por el camino
estrecho de la verdad, obedezcamos; pero que si alguno quiere precipitarnos de
la altura de la verdad y de la virtud a los abismos del error y de los vicios,
no lo oigamos.
O
de otro modo: lo tentaba como hombre, para conocer cuánto podría en la
presencia de Dios.
8-11. El diablo manifestó
estas cosas al Señor, no porque él pudiese dilatar el espacio de su vista o
enseñarle algo nuevo, sino porque quería hacer caer al Señor en el deseo de las
vanidades de la pompa mundana (que él tanto amaba) sugiriéndole con palabras y
mostrándoselas como algo de buena apariencia y apetecible.
San Ambrosio, in Lucam, 4,3
3-4. Por esto empezó, por
donde en otro tiempo había vencido, a saber, por la gula. De donde le dijo: “Si
eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan”. ¿Para qué estos
preámbulos, sino porque sabía que el Hijo de Dios habría de venir? Pero no sabía
que había venido por medio de la carne. Hace el oficio de explorador y de
tentador: mientras confiesa que cree en Dios, se esfuerza por engañar al
hombre.
5-7. Pero por lo mismo que
Satanás se transfigura en ángel de luz y prepara su perdición en las mismas
Sagradas Escrituras a los fieles, usa muchas veces de textos de las mismas
Escrituras, no para enseñar, sino para engañar. De donde prosigue: “Está
escrito que te mandará sus ángeles”.
8-11. Tiene la ambición un
peligro doméstico. Para dominar a unos, primero les sirve, se inclina con el
obsequio, para que se le conceda el honor, y mientras se propone ir más allá,
se humilla más. De donde oportunamente añade el diablo: “si postrándote me
adoras”.
Remigio
5-7. Para que se conozca que
el diablo tienta a los hombres aun en los lugares más santos.
El
pináculo [1]era
el asiento de los doctores. El templo no tiene puntos altos, como lo tienen
nuestras casas, sino que era plano, como se acostumbra en Palestina y en el
mismo templo había tres explanadas. Y sépase que en el pavimento había una
elevación y en cada explanada había un pináculo. Si lo colocó en el pináculo
que había en el pavimento, o si lo colocó en la de la primera, segunda o
tercera explanada, no se sabe; pero sí que lo colocó en donde pudo haber algún
precipicio.
8-11. Llama la gloria de ellos
al oro, la plata, las piedras preciosas y a los bienes temporales.
Debe
admirarse también la locura del demonio. Le prometía dar los reinos de la
tierra a quien da a sus fieles los reinos del cielo y la gloria mundana a quien
es Señor de la gloria celestial.
O
según otros ejemplos: “Retírate”, esto es, “piensa y recuerda en cuánta gloria
fuiste creado y en cuánta desgracia has caído”.
Notas
[1] La palabra pináculo proviene del latín: pinnaculum. Se refiere a la parte superior y más
alta de un edificio o templo.
San León Magno, sermones, 39,3
3-4. De donde venció al
tentador con testimonios de la ley, no con potestad de valor para honrar en
esto más al hombre y castigar más a su enemigo. Lo hizo con el fin de que el
enemigo del género humano no sólo fuese vencido por El como Dios, sino como
hombre. De donde se sigue: El cual respondiendo le dijo: “Está escrito: No de
sólo pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de Dios”.
Orígenes, in Lucam, 30
8-11. No debe juzgarse que al
manifestarle los reinos del mundo le hiciese ver, por ejemplo, los reinos de
los persas, de los medos, de los hindúes, sino que le enseñó su reino; cómo
reinaba en el mundo, es decir, cómo reina en unos por la lujuria, cómo en otros
por la avaricia, etc.
Teodoto
5-7. Y tienta a Dios quien
hace algo poniéndose en peligro sin motivo.
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Nota
[1]- Sacado de : www.deiverbum.org
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