PENTECOSTÉS
San Basilio Magno
Tratado del
Espíritu Santo:
«Ante todo, ¿quién
habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo
y/o eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina?
Ya que es llamado
Espíritu de Dios y Espíritu de Verdad, que procede del Padre. Espíritu firme.
Espíritu Generoso. Espíritu Santo es su nombre propio peculiar… Hacia Él se
dirigen sus miradas todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él
tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para
ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural.
Capaz de perfeccionar a los otros, Él no tiene falta de nada… Él no crece por
adiciones, sino que está constantemente en plenitud; sólido en sí mismo, está
en todas partes. Él es fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a
todo ser racional como una Luz para entender la verdad
Aunque inaccesible
por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo,
pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera
idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la
proporción de su fe. Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro
en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen de Él,
pero Él permanece íntegro, a semejanza del rayo del sol, cuyos beneficios
llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire,
ilumina la tierra entera y el mar… Por Él se elevan a lo alto los corazones;
por su mano son conducidos los débiles; por Él los que caminan tras la virtud
llegan a la perfección. Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus
culpas y, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales.»
San Ireneo
Contra las herejías
3,17,1-3
«Dios había
prometido por boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su
Espíritu sobre sus siervos y siervas y que éstos profetizarían.
Por esto descendió
el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios que se había hecho Hijo del
Hombre, para así, permaneciendo en Él, habitar en el género humano,
reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por manos de
Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de
la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
“San Lucas nos
narra cómo después de la ascensión del Señor, descendió sobre los
discípulos, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, con el poder de dar a
todos los hombres entrada en la vida y dar su plenitud a la nueva
alianza. Todos a una los discípulos hablaban a Dios en todas las lenguas,
al reducir el Espíritu a la unidad a los pueblos distantes y ofrecer al
Padre las primicias de todas las naciones.
Por esto el Señor
había prometido que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de
Dios: del mismo modo que el trigo seco no puede convertirse en una masa
compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también
nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiésemos dado el
fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto.
Nuestros cuerpos,
en efecto, recibieron por el baño bautismal la unidad destinada a la
incorrupción, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu Santo.
El Espíritu de Dios
descendió sobre el Señor: Espíritu de prudencia y de sabiduría, Espíritu de
consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a
su vez, lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra
desde el cielo…Recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del
Padre y del Hijo hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado,
retornándolo al Señor con intereses»
San León Magno
Pentecostés
Correspondencia
entre el Pentecostés cristiano y el mosaico. Los Apóstoles son instruidos por
el Espíritu Santo. Se declara el misterio de la Santísima Trinidad y se refutan
los errores contra el Espíritu Santo. Todos los cristianos saben, mis amados
hermanos, que la festividad de hoy merece celebrarse entre las principales y
nadie discute la reverencia especial que este día se merece, puesto que fue
santificado por el Espíritu Santo con un señaladísimo milagro de su bondad.
Este es el día décimo a partir de aquel en que subió el Señor sobre lo más
encumbrado del cielo para sentarse a la diestra de Dios Padre y es el
quincuagésimo contando desde el día de su Resurrección, brillando ahora en todo
su esplendor lo que entonces se anunció y encerrando en si maravilloso cúmulo
de antiguos y nuevos misterios, que finalmente en esta fiesta se aclaran al
adivinarse ya la gracia en la antigua ley y aparecer ahora la ley plenamente
cumplida por la gracia. Como en otro tiempo fue dada la ley al pueblo hebreo,
libertado de los egipcios, en el día quincuagésimo después de la inmolación del
cordero en el monte Sinaí, así también, después de la Pasión de Cristo, en que
fue sacrificado el verdadero Cordero de Dios, el día quincuagésimo después de
su Resurrección el Espíritu Santo descendió sobre los Apóstoles y sobre todo el
pueblo de creyentes, para que fácilmente el cristiano sagaz conozca que los
comienzos del Viejo Testamento prefiguraban ya los principios del Evangelio,
estableciendo la segunda alianza el mismo Espíritu que instituyó la primera.
Pues como nos narran los Hechos apostólicos al cumplirse los días de
Pentecostés y estando todos los discípulos en un mismo lugar, se percibió un
ruido que venía del cielo, como de viento impetuoso que se acerca, y llenó toda
la casa en donde estaban reunidos. Y aparecieron distribuidas entre ellos como
lenguas de fuego que se posasen sobre las cabezas de cada uno, y fueron llenos
del Espíritu Santo, comenzando a hablar con otras lenguas, conforme el Espíritu
Santo hacia que hablasen (Act. Ap., 2, 1). I ¡Oh, cuán veloz es la palabra de
la sabiduría, y siendo Dios el maestro que pronto se aprende lo que se enseña!
No necesitaron de intérprete para entender, ni de práctica para hablar, ni de
tiempo para consagrarse al aprendizaje, sino que iluminando cuando quiso el
Espíritu de verdad los vocablos peculiares de las diversas lenguas se hicieron
familiares en la boca de la Iglesia. En este día empezó a resonar la trompeta
de la predicación evangélica y desde entonces las lluvias de carismas y los
ríos de bendiciones cayeron sobre la tierra desierta y árida, porque para
reanimar el aspecto del mundo, el Espíritu Santo se cernía sobre las aguas
(Gen., 1, 2), y para ahuyentar las viejas tinieblas, refulgían los rayos de la
nueva luz y con el brillo de las lenguas de fuego aparecía la palabra de Dios
iluminada y su elocuencia, como encendida, puesto que estaban dotadas de fuerza
para iluminar el entendimiento y de fuego para consumir el pecado.
Más aunque el mismo
acontecimiento aparezca admirable, mis amados hermanos, y no quepa duda de que
en aquel alegre concierto de todas las voces humanas estaba presente la
majestad del Espíritu Santo, a nadie se le ocurra pensar, sin embargo, que en
esto que ven los ojos corporales aparece su divinidad, pues es por naturaleza
invisible e igual en este punto con el Padre y el Hijo, dando a conocer con la
señal que le plugo la excelencia de su obra y don pero guardando en su misma
Divinidad la propiedad de su esencia, porque como ni el Padre ni el Hijo así
tampoco el Espíritu Santo pueden ser vistos por ojo humano. En la Trinidad
divina nada es desemejante, nada es desigual, y todas las cosas que puedan
pensarse de su ser ni en poder, ni en gloria, ni en eternidad son diferentes. Y
siendo, en lo que se refiera a las propiedades de las divinas Personas, uno el
Padre, otro el Hijo y otro el Espíritu Santo, empero no hay diversidad de
Divinidad ni de Naturaleza. Y procediendo el Hijo Unigénito del Padre y siendo
el Espíritu Santo espirado por el Padre y el Hijo, no procede como las demás
criaturas que dependen del Padre y del Hijo, sino que vive y reina con ambos y
sempiternamente por subsistir juntamente con el Padre y el Hijo. Por donde al
prometer el Señor antes de su Pasión a sus discípulos la venida del Espíritu
Santo, dijo: “Todavía tengo muchas cosas que deciros, más no podéis ahora
comprenderlas. Pero cuando venga aquel Espíritu de verdad, Él os llevará al
conocimiento de la verdad. No hablará de su caudal, sino que dirá cuanto
hubiere oído y os predecirá lo futuro, todas las cosas que tiene el Padre son
mías, por eso os dije que recibirá de mi caudal y os lo anunciará” (Jo., 16,
13). No son distintas las cosas del Padre y del Hijo y del Espíritu, sino que
todo lo que tiene el Padre también lo tiene el Hijo y el Espíritu Santo y nunca
faltó esta mutua comunicación en aquella Trinidad, porque la razón de poseer
todos los bienes es su preexistencia eterna. Allí nadie puede pensar en
tiempos, jerarquías o distinciones, y si nadie es capaz de definir lo que es
Dios, tampoco nadie ose decir que no es, pues más excusable parece no decir
cosas dignas de una Naturaleza inefable que atribuirle las que le sean
contrarias. Así, pues, cuanto sean capaces de concebir los corazones piadosos
de la eterna e inmutable gloria del Padre, otro tanto atribuyen al Hijo y al
Espíritu Santo, sin restricciones ni diferencias. Por tanto, confesamos a esta
beatísima Trinidad como un solo Dios, pues en estas tres Personas no puede
darse diversidad, ni sustancial, ni de poder, ni de voluntad, ni de modo de
obrar. Y como aborrecemos a los Arrianos que pretenden ver distancias entre el
Padre y el Hijo, así también detestamos a los Macedonianos, que aunque concedan
la igualdad entre el Padre y el Hijo, sin embargo aseguran que el Espíritu
Santo es de inferior naturaleza, no reparando que cometen una blasfemia tal que
no se les perdonará ni en el siglo presente ni en el juicio futuro, pues dice
el Señor: “Quien hablare contra el Hijo del hombre será perdonado, más el que
hablare contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este siglo ni el
venidero” (Mt., 12, 32). Así que quien persista en esta impiedad no será
perdonado, pues arroja de si a aquel por cuya virtud podía confesar su fe, de
forma que nunca alcanzará el remedio del perdón quien no tiene abogado que
interceda por él. De este divino Espíritu procede el poder invocar al Padre, de
Él las lágrimas de los penitentes, de Él los gemidos de los que oran y nadie
puede decir Señor Jesús, si no es por el Espíritu Santo (1 Cor., 12, 4), cuya
igual omnipotencia con el Padre y con el Hijo, formando con ellos una única
Divinidad, la proclama claramente el Apóstol cuando dice: “Danse, claro está,
gracias diversas, pero es uno mismo el Espíritu. Y también hay diversidad de
ministerios, pero es uno mismo el Señor, y diversidad de operaciones, mas es el
mismo Dios quien obra en todas las cosas” (Ib.,v. 5) Con éstos y con otros
textos, queridísimos, con que brilla abundantemente la autoridad de las divinas
Letras, debemos animarnos a reverenciar cada uno de nosotros este día de
Pentecostés, saltando de gozo en honor del Espíritu Santo, santificador de toda
la iglesia, maestro del alma fiel, inspirador de las creencias, doctor de la
sabiduría, fuente de amor, símbolo de castidad y principio de toda virtud.
Alégrense hoy las almas de los cristianos porque en todo el mundo es alabado el
sólo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo con la general confesión de todas las
lenguas y porque todavía ahora el misterio que se descubrió bajo la forma de
lenguas de fuego aún sigue obrando y comunicando sus dones. Este mismo Espíritu
de verdad hace brillar su mansión con el esplendor de su gloria y de su luz y
no quiere que en su templo haya tinieblas ni tibieza. Para participar de su
obra y doctrina usemos de la reparación de ayunos y limosnas, pues a este
venerable día va unida la costumbre de una práctica saludable que
experimentaron ser muy útil los santos de todos los tiempos, y a ejercitarla
con interés os exhortamos con pastoral solicitud, para que si la incauta
negligencia contrajo algunas manchas en los días pasados, las repare la
aspereza del ayuno y las subsane la piadosa devoción. Así, pues, ayunemos las
ferias cuarta y sexta y el sábado celebremos las vigilias con el fervor
acostumbrado. Por Jesucristo nuestro Señor que vive y reina con el Padre y el
Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amen.
San Agustín
La fiesta de
Pentecostés
a) EL ESPÍRITU
SANTO, “VINO NUEVO”
“Decían los judíos:
“Están embriagados y llenos de vino”. ¡Qué acusación tan necia y calumniosa! El
ebrio no, solo no aprende ninguna lengua ajena, sino que incluso, pierde la
propia. Sin embargo, por aquellos ignorantes hablaba la verdad, porque estaban
llenos de vino nuevo y habían sido convertidos en nuevos odres. Eran los odres
viejos que, se admiraban de los nuevos, y con sus calumnias no podían ser
innovados, ni llenados” (cf. Serm. 266, 2: PL 38,1225).
b) EL DON DE
LENGUAS SÍMBOLO DE LA UNIDAD
1. Comenzaba a ser
universal
Reunida en una sola
casa, recibió… la Iglesia el Espíritu Santo. Contaba unos pocos miembros, mas
ya se hablaba en las lenguas de todo el orbe. He aquí lo que simbolizaba.
Aquella diminuta Iglesia naciente que hablaba todos los idiomas, ¿no era figura
inequívoca de la gran Iglesia de hoy, desde el oriente al ocaso ya difundida,
que habla todas las lenguas? Ahora es el cumplimiento de aquella promesa (cf.
Serm. 267,3: BAC, Obras de San Agustín, t. 7 p.457-459; PL 38,1231)
2. Don de lenguas
ayer y hoy
Aquel viento no
hinchó, sino que alimentó; aquel fuego no quemó, sino que excitó. Se cumplió lo
que mucho antes, se había profetizado: “No hay discursos ni palabras cuya voz
deje de oírse” (Ps. 18,4). Para que después al iniciarse la predicación del
Evangelio, se cumpliera lo que sigue: “Su pregón sale por la tierra toda y sus
palabras llegan a los confines del orbe de la tierra” (Ps. 18,5). ¿Qué otra
cosa profetizaba el Espíritu Santo… sino que todos habían de creer en el
Evangelio, de forma que al principio cada uno de los fieles, y después la
Iglesia entera, hablara todas las lenguas? ¿Qué dicen a esto los que no quieren
incorporarse a la sociedad cristiana, que fructifica y crece por doquiera?
¿Pueden acaso negar que viene también ahora el Espíritu Santo sobre los
cristianos? Pues ¿por qué no habla nadie las lenguas de todas las gentes
(indicio de su venida de entonces), sino porque ahora se cumple lo que entonces
se significaba? En aquella ocasión un solo fiel, hablaba todas las lenguas, y
ahora la unidad de los fieles las habla también. Así, pues, también hoy son
nuestras todas las lenguas, porque todos somos miembros del cuerpo que las
posee” (cf. Serm. 269,1: PL 38,1234).
3. La diversidad al
servicio de la unidad
“Aquel viento,
purificaba los corazones de la paja carnal; aquel fuego consumía el heno de la
vieja concupiscencia; aquellas lenguas en las que hablaban, llenos del Espíritu
Santo, simbolizaban la Iglesia futura… Porque así como después del diluvio la
impiedad soberbia de los hombres edificó contra el Señor una torre elevada, y
se dividió el género humano en diversas lenguas para que cada raza tuviera la
suya propia y no pudiera ser entendida por los demás, así la humilde piedad de
los fieles puso la diversidad de sus lenguas al servicio de la unidad de la
Iglesia, para que los elementos dispersos de la humanidad se aunasen como
miembros de un mismo cuerpo en la cabeza, que es Cristo, y en la unidad de este
santo cuerpo se inflamaran con el fuego del amor. Porque así como entonces, al
recibir al Espíritu Santo, un solo hombre hablaba las lenguas de todos así
ahora habla todas las lenguas la misma unidad a la que pertenecéis, y en la que
recibís el Espíritu Santo”, (cf. Serm. 271: PL 38,1245).
c) EL ESPÍRITU
SANTO, ALMA DEL CUERPO MÍSTICO
1. Diversas
funciones, pero vida común
“Nadie, pues,
interrogue cómo, habiendo recibido al Espíritu Santo, no recibió el don de
lenguas. Si queréis poseer el Espíritu Santo, prestadme atención, hermanos
míos. Decimos alma al espíritu que hace vivir al hombre y llámese alma al
espíritu que a cada uno de los hombres da la vida, y bien sabéis el oficio del
alma dentro del cuerpo: dar vida a todos los miembros. Ve por los ojos, oye por
el oído, huele por el olfato, habla por la lengua, y por medio de los pies
anda. Presente a todos los órganos, a la vez toda entera en todos, presta vida
y función peculiar a cada uno. Ni oye el ojo, ni el oído habla, ni la lengua
ve; todos, sin embargo, viven: el oído y la lengua. Las funciones son diversas,
más la vida es común. Así la Iglesia de Dios obra milagros por medio de algunos
santos, por otros predica la verdad; es virgen en unos, en otros guarda la
castidad conyugal; en éstos esto y en aquéllos aquello; cada uno tiene su don,
su función específica, pero su vida es la misma. Lo que respecto al organismo
humano es el alma, lo es el Espíritu Santo respecto al cuerpo de Cristo, la
Iglesia; el Espíritu Santo hace en toda la Iglesia lo que hace el alma en todos
los miembros de un mismo cuerpo. Ved ahora lo que debéis huir, observar o
temer. Acontece a las veces amputar un miembro del cuerpo; digamos un pie, una
mano, un dedo. ¿Sigue por acaso el alma en el miembro amputado? Integrando el
cuerpo vivía; fuera del cuerpo muere. Tal un cristiano católico vive mientras
permanece unido al cuerpo la Iglesia; en separándose del cuerpo, es hereje,
miembro cortado y sin vida. Si, pues, queréis vivir del Espíritu Santo, guardad
la caridad, amad la verdad, mantened la unidad para llegar a la vida
perdurable” (cf. Serm. 267,4: BAC, t,7 p.459;PL 38,1231)
2. A semejanza del
cuerpo
“Contemplad
nuestros miembros. El cuerpo está constituido de muchos, y una misma alma
los alimenta a todos a través de la propia alma, por virtud de la cual existo
yo como hombre, coordino todos mis miembros; les mando que se muevan, empleo
los ojos para ver, los oídos para oír, la lengua para hablar, las manos para
obrar, los pies para caminar. Los oficios de los miembros son diversos, pero un
mismo espíritu los anima. Se mandan y se hacen muchas cosas, pero uno manda y a
uno se le sirve. Pues lo que nuestra alma es para nuestros miembros, el
Espíritu Santo lo es para el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Por eso el
Apóstol, cuando habla del cuerpo, dice: Unum corpus. Mas yo te pregunto: ¿Vive
este cuerpo? Vive. Y ¿quién unifica su vida? Un alma: Et unus spiritus.
Observad, hermanos, nuestro cuerpo y compadeceos de los que se apartan de la
Iglesia. Mientras vivimos y disfrutamos de salud, cada uno de los miembros
cumple su oficio, si un miembro duele, todos los demás se compadecen porque
están en el cuerpo pueden compadecerse, no pueden, en cambio, expirar. Pues
¿qué es expirar sino perder el espíritu? Ahora bien, si se arranca un miembro
del cuerpo, ¿acaso sigue en él el espíritu? Y, sin embargo, se reconoce qué
miembro es: dedo, mano, brazo, oreja, etc. Continúan, sí, teniendo, la forma,
pero no la vida. Así el hombre separado de la Iglesia. Buscas en él el
bautismo, y lo encuentras. Buscas, la fe, y la hallas. Posee la forma. Pero, si
no está alimentada por el espíritu, en vano nos gloriaremos de la forma (cf.
Serm. 268,2: PL 38,1232).
San Juan el Crisóstomo hablando sobre el mismo tema
dice: «Hace diez días ascendió la naturaleza humana al trono de Dios y hoy ha
bajado el Espíritu Santo en ella. Para que nadie dude y se pregunte ¿qué ha
hecho el Cristo cuando ha subido al cielo? ¿Quizás nos ha reconciliado con el
Padre? ¿Quizás lo ha hecho para reconciliarnos? Queriendo demostrarnos que ha
reconciliado el género humano, inmediatamente nos ha enviado los regalos para
nuestra reconciliación. Nosotros hemos mandado la fe y hemos tomado del cielo
regalos, hemos mandado obediencia y hemos recibido justicia»
POR CRISTIANOORTODOXO EL JUNIO 25, 2013 •
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