1 de julio de 2016

Si descendemos con Él al agua del bautismo
también subiremos con Él

De las Disertaciones de San Gregorio Nacianceno, obispo

Lectura bíblica: Mt 3, 13-17

San Gregorio de Nacianzo (329-390)
Hijo de un obispo católico casado (costumbre aún vigente en la Iglesia de aquel entonces, según 1 Tim 3, 2), recibió su formación cristiana en Cesarea y Alejandría; posteriormente estudió 10 años en la famosa Universidad de Atenas, donde estrechó amistad con su paisano San Basilio.
En 357 recibió el bautismo y se retiró a vivir como monje. Su padre le presionó para que aceptara ser ordenado sacerdote en 362; entre tanto, San Basilio ahora era arzobispo de Cesarea y batallaba tenazmente en varios frentes, por lo que necesitó de su apoyo y le nombró obispo de Sásima en 371. Pero Gregorio se resistía a ocupar su pequeña e insignificante diócesis y la dejó vacante. Su propio padre tuvo que exhortarle
para que al menos regresara a Nacianzo y le sirviera allí de obispo auxiliar. Cuando murió su padre de casi 100 años, asumió por corto tiempo como su sucesor. Luego se retiró otra vez, en contra del parecer de todos los obispos vecinos. Finalmente fue llamado con urgencia a la capital Constantinopla en el año 379, para pastorear a la debilitada comunidad católica de la capital. Los católicos sufrían entonces el embate de los arrianos, secta que había conquistado al emperador Valente y gran número de obispos. Gregorio tuvo enorme éxito con sus sermones: no sólo fortaleció a su comunidad, sino que atrajo incluso a quienes se habían alejado. San Jerónimo fue su oyente en esa etapa. En 381, con el apoyo del nuevo emperador Teodosio -que se opuso a los arrianos y apoyó al catolicismo- resultó electo Patriarca de la capital por el concilio de Constantinopla, pero renunció ante las mezquinas intrigas de los obispos
egipcios. Regresó brevemente a Nacianzo y luego se retiró definitivamente a la finca de Arianzo, donde había nacido. Murió en 390. Fue un gran orador y brillante teólogo. Contribuyó a establecer la doctrina de la Santísima Trinidad. Era ante todo poeta, pensador y místico.

Comentario
Por nuestro propio bautismo participamos también del bautismo de Cristo y del don del Espíritu. Él ha sido iluminado en el Jordán y su luz resplandece ahora sobre nosotros. Esa luz es plena ya en Cristo y parcial en nosotros, hasta que alcancemos la fuente de toda luz en la eternidad. Estamos mientras tanto llamados a unirnos cada vez más íntimamente al Señor para ser junto con Él luz del mundo.
Cristo es hoy iluminado, dejemos que esta luz divina nos penetre también a nosotros; Cristo es bautizado, bajemos con él al agua, para luego subir también con él.
Juan está bautizando, y Jesús acude a él; posiblemente para santificar al mismo que lo bautiza; con toda seguridad para sepultar en el agua a todo el viejo Adán; antes de nosotros y por nosotros, el que era espíritu y carne santifica el Jordán, para así iniciarnos por el Espíritu y el agua en los sagrados misterios.
El Bautista se resiste, Jesús insiste. Soy yo quien debo ser bautizado por ti, le dice la lámpara al Sol, la voz a la Palabra, el amigo al Esposo, el más grande entre los nacidos de mujer al Primogénito de toda criatura, el que había saltado de gozo ya en el seno materno al que había sido adorado también en el seno de su madre, el que lo había precedido y lo precederá al que se había manifestado y se manifestará. Soy yo quien debo ser bautizado por ti; podía haber añadido: «y por causa de ti.» Él, en efecto,
sabía con certeza que recibiría más tarde el bautismo del martirio y que, como a Pedro, le serían lavados no sólo los pies, sino todo su cuerpo.
Pero, además, Jesús sube del agua; lo cual nos recuerda que hizo subir al mundo con él hacia lo alto, porque en aquel momento ve también cómo el cielo se rasga y se abre, aquel cielo que Adán había cerrado para sí y para su descendencia, como había hecho que se le cerrase la entrada al paraíso con una espada de fuego.
El Espíritu atestigua la divinidad de Cristo, acudiendo a él como a su igual; y una voz bajó del cielo, ya que del cielo procedía aquel de quien testificaba esta voz; y el Espíritu se apareció en forma corporal de una paloma, para honrar así el cuerpo de Cristo, que es también divino por su excepcional unión con Dios. Muchos siglos atrás fue asimismo una paloma la que anunció el fin del diluvio.
Honremos hoy, pues, el bautismo de Cristo y celebremos como es debido
esta festividad.
Procuren una limpieza de espíritu siempre en aumento. Nada agrada tanto a Dios como la conversión y salvación de la persona humana, ya que para ella tienen lugar todas estas palabras y misterios; sean como lumbreras en medio del mundo, como una fuerza vital para las demás personas; si así lo hacen, llegarán a ser luces perfectas en la presencia de aquella gran luz, impregnados de sus resplandores celestiales, iluminados de un modo más claro y puro por la Trinidad, de la
cual han recibido ahora, con menos plenitud, un único rayo proveniente de la única Divinidad, en Cristo Jesús, nuestro Señor, a quien sea la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.


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