14 de enero de 2017

Textos de San Máximo El Confesor

Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo El Confesor" -
Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística-.

Centurias sobre la Caridad

He aquí, oh padre Elpidio, que además del discurso acerca de la vida ascética he enviado a tu Santidad también el discurso sobre la caridad, en centurias de capítulos de igual número que los cuatro Evangelios. No es, en modo alguno, digno de tu expectativa, pero por lo menos no es inferior a nuestra posibilidad. Por lo restante, sepa tu Santidad que estas cosas no son en manera alguna labor de mi pensamiento personal, sino que, después de haber recorrido los tratados de los santos Padres y recogido de allí los conceptos que se referían al tema, y haber reunido después muchas cosas resumidamente, para que fuesen claras para recordarlas fácilmente, las envié a tu Santidad, recomendándote leerlas benévolamente y captar sólo su utilidad, pasando por alto la falta de belleza del estilo, y orar por mi modesta condición, privada de todo provecho espiritual. Te recomiendo también no tener lo escrito por inoportuno, pues he cumplido una orden; y digo esto porque somos muchos los que hoy oscurecemos con las palabras, mientras son pocos, en cambio, los que con las obras instruyen o son instruidos[1].
Aplícate, más bien, con esfuerzo a cada uno de los capítulos. No todos son fácilmente perceptibles a cada uno, como lo creo; sino que para muchos la mayor parte necesita de mucha investigación, aún si parecen dichos con simplicidad. Así, pues, revelada por ellos, podrá aparecer cualquier cosa útil para el alma. Y se revelará del todo por la gracia de Dios a quien lee con pensamientos no curiosos, sino con el temor de Dios y caridad. En cambio, nada útil se revelará jamás en ninguna parte a quien lee este trabajo o cualquier otro, no en vistas a una utilidad espiritual, sino con la intención de apresar expresiones para poder hablar mal de quien lo escribe, con el fin naturalmente de mostrarse a sí mismo, por presunción, más sabio que aquel.


Primera Centuria
1
La caridad es una buena disposición del alma, por la cual nada antepone al conocimiento de Dios. Es imposible que llegue a la posesión de esta caridad el que tiene una inclinación hacia cualquier cosa terrestre.

2
La caridad nace de la imperturbabilidad[2]; la imperturbabilidad, de la esperanza en Dios; la esperanza, de la paciencia y de la longanimidad; éstas, del perfecto dominio de sí; el dominio de sí, del temor de Dios; el temor, de la fe en el Señor.

3
Quien cree en el Señor teme el castigo; quien teme el castigo domina las pasiones; quien domina las pasiones soporta las aflicciones; quien soporta las aflicciones tendrá la esperanza en Dios; la esperanza en Dios separa de toda pasión terrena; elnous separado de éstas tendrá el amor de Dios.

4
El que ama a Dios antepone el conocimiento de Él a todas las cosas hechas por Él y persevera incesantemente en Él, mediante el deseo.

5
Si todas las cosas han sido hechas por Dios y  por medio de Dios, Dios es mejor que las cosas hechas por Él. Quien deja lo mejor y se dedica a las cosas peores, muestra que él mismo prefiere a Dios las cosas hechas por Él.


6
Quien tiene el nous fijo en el amor de Dios desprecia todas las cosas visibles y su mismo cuerpo como algo extraño.

7
Si el alma es mejor que el cuerpo e incomparablemente mejor que el mundo es Dios que la ha creado, quien antepone el alma el cuerpo y a Dios el mundo creado por él, no se distingue en nada de los idólatras.

Quien ha apartado el nous del amor y de la atención a Dios y lo tiene ligado a cualquier objeto sensible, éste es el que prefiere al alma, el cuerpo y al Dios creador, las cosas creadas por Él.

Si la vida del nous es la iluminación del conocimiento y éste nace del amor a Dios; se dice bien que nada es más grande que el amor divino[3].

10
Cuando por el ardiente amor (eros)[4] de la caridad hacia Dios, el nous sale fuera de sí (emigra), entonces no percibe nada ni de sí mismo ni de cualquier objeto. Iluminado por la luz divina e infinita, permanece insensible frente a todas las cosas nacidas de él, como también el ojo sensible respecto a los astros, cuando surge el sol.

11
Todas las virtudes colaboran con el nous hacia el ardiente amor (eros) divino, pero más que todas la oración pura. Volando por medio de ésta a Dios, se hace extraño a todos los seres.

12 
Cuando por medio de la caridad el nous es raptado por la ciencia divina y, hecho extraño a los seres, percibe la infinitud divina, entonces llegado con estupor, según el divino Isaías, a la conciencia de la propia bajeza, pronuncia con convicción las palabras del profeta: ¡Oh!, infeliz de mí, estoy compungido, porque, siendo hombre y teniendo labios impuros, habito en medio de un pueblo que tiene labios impuros y he visto con mis ojos al Señor, rey de los ejércitos[5].

13 
El que ama a Dios no puede no amar también a todo hombre como a sí mismo, aún si aborrece las pasiones de quienes aún no se han purificado. Por eso, cuando ve su conversión y su corrección, goza con un gozo inconmensurable e inefable.

14 
Impura es el alma pasional, llena de pensamientos de concupiscencia y de odio.

15
Quien ve en su propio corazón huella de odio hacia cualquier hombre, por cualquier error, es totalmente extraño al amor a Dios, porque el amor a Dios no tolera el odio al hombre.

16 
El que me ama, dice el Señor, observará mis mandamientos. Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros[6]. Quien no ama al prójimo, no observa el mandamiento; y quien no observa el mandamiento, no puede tampoco amar al Señor.

17 
Feliz el hombre que puede amar a todo hombre por igual.

18 
Feliz el hombre que no se liga a ninguna cosa corruptible o efímera.

19 
Feliz el nous que ha sobrepasado todos los seres y se deleita incesantemente en la belleza divina.

20
Quien cuida de la carne por concupiscencia[7] y tiene rencor al prójimo por cosas temporales, ese adora a la creatura en vez de al Creador[8].

21
Quien conserva el cuerpo sin placeres y sin enfermedades, lo tiene como compañero  al servicio de las cosas mejores.

22
Quien huye de todos los deseos mundanos, se pone a sí mismo por encima de toda tristeza mundana.

23
Quien ama a Dios, ama ciertamente también al prójimo. Ése no puede conservar riquezas, sino que las administra de modo digno de Dios, ofreciéndolas a cada uno de los que las necesitan.

24
Quien hace la limosna a imitación de Dios, no conoce distinción entre malo y bueno o entre justo e injusto en las cosas necesarias al cuerpo, sino que distribuye a todos por igual según la necesidad, aún si por una buena elección prefiere el virtuoso al malo.

25
Como Dios, que es por naturaleza bueno e imperturbable, ama de igual modo a todos los hombres como obras suyas, pero glorifica al virtuoso[9], porque le está unido íntimamente también con la voluntad, y por bondad tiene compasión del malo y en esta vida lo convierte corrigiéndolo; así también quien es por voluntad bueno e impasible ama por igual a todos los hombres: al virtuoso, por naturaleza (humana) y por la buena elección; al malo, por naturaleza (humana) y por compasión, teniendo piedad de él como de quien es insensato y anda en tinieblas.

26 
La disposición de la caridad se manifiesta no sólo mediante la distribución de riquezas, sino mucho más mediante la distribución de la palabra de Dios y el servicio corporal (diakonía).

27
Quien ha renunciado sinceramente a las cosas del mundo y sirve -no hipócritamente- al prójimo por la caridad, se libra rápidamente de toda pasión y es constituido partícipe de la caridad y de las ciencia divinas.
28
Quien ha adquirido en sí la divina caridad, no se cansa de seguir tras el Señor su Dios, según el divino Jeremías[10], sino que soporta con coraje toda fatiga, ultraje y violencia, no pensando generalmente mal de nadie.

29
Cuando recibas violencia de parte de cualquiera o seas ultrajado en cualquier cosa, entonces guárdate de los pensamientos de ira, para que éstos, separándote de la caridad por medio de la tristeza, no te sitúen en la región del odio.

30
Cuando sufras intensamente por una injuria o una deshonra, reconoce que te es de gran provecho, porque mediante la deshonra es expulsada de ti providencialmente la vanagloria.

31
Como la memoria del fuego no calienta el cuerpo, así la fe sin la caridad no obra la iluminación del conocimiento en el alma.

32
Como la luz del sol atrae a sí al ojo sano, así también el conocimiento de Dios atrae a Sí naturalmente al nous puro, mediante la caridad.

33
Es puro el nous que, habiendo sido separado de la ignorancia, es iluminado por la luz divina.

34
Es pura el alma que ha sido liberada de las pasiones y es alegrada continuamente por la caridad divina.

35
La pasión es el movimiento reprochable del alma contra la naturaleza.

36
La imperturbabilidad es el estado pacífico del alma, por el cual ésta llega a ser difícilmente excitable hacia el mal[11].

37
Quien por el empeño ha adquirido los frutos de la caridad, no se aparta de ésta aún si sufriese innumerables males. Y que te persuada Esteban, el discípulo de Cristo y sus seguidores, y Él mismo, que ora por sus asesinos y pide al Padre perdón por ellos como por aquellos que no saben[12].

38
Si es propio de la caridad el ser longánimo y hacer el bien[13], quien se irrita y obra el mal se hace claramente extraño a la caridad; y quien es extraño a la caridad es extraño a Dios, porque Dios es caridad[14].

39
No digáis, -afirma el divino Jeremías[15]-: Es el templo del Señor. Y tú no digas: La sola fe en nuestro Señor Jesucristo me puede salvar. Esto es imposible, si no adquieres también el amor a Él mediante las obras. En cuanto al solo creer, también los demonios creen y tiemblan[16]

40
Obras de caridad son el hacer el bien al prójimo por buena disposición, la longanimidad, la paciencia y el uso de todas las cosas con recta intención.

41
El que ama a Dios no se entristece ni entristece a nadie por cosas temporales; en cambio se entristece y entristece por una tristeza salvífica, por la cual el bienaventurado Pablo se entristeció y entristeció a los Corintios[17].

42
Quien ama a Dios vive una vida angélica sobre la tierra ayunando, velando, salmodiando, orando y pensando siempre el bien de todo hombre.

43
Si uno desea cualquier cosa, lucha para obtenerla; de todas las cosas buenas y deseables es incomparablemente más bueno y más deseable lo divino. ¡Cuánto empeño debemos mostrar para conseguir esto, lo que es bueno y deseable por naturaleza.

44
No ensucies tu carne en acciones vergonzosas y no manches tu alma en malos pensamientos, y la paz de Dios descenderá sobre ti, trayendo la caridad.

45
Macera tu carne con la abstinencia y la vigilia y conságrate sin pereza a la salmodia y a la oración, y la santidad de la continencia descenderá sobre ti, trayendo la caridad.

46
Quien ha sido hecho digno del conocimiento divino y ha obtenido su iluminación por medio de la caridad, no se dejará inflar por el espíritu de la vanagloria; quien, en cambio aún no ha sido hecho digno, es agitado fácilmente por aquel. Pero si éste mira a Dios en todas sus acciones, como haciendo todo por Él, la evitará fácilmente con la ayuda de Dios.

47
Quien aún no ha obtenido el conocimiento divino que obra mediante la caridad, piensa grandes cosas de las acciones que realiza según Dios. Quien, en cambio, fue hecho digno de tenerlo, dice con convicción las palabras del patriarca Abraham, aquellas que pronunció cuando fue hecho digno de la divina manifestación: Yo soy tierra y ceniza[18].

48
Quien teme al Señor tiene siempre por compañía a la humildad y, mediante sus sugerencias, llega a la caridad y al agradecimiento a Dios. Recuerda su precedente conducta mundana y las diversas caídas y  las tentaciones acaecidas desde la juventud y cómo el Señor lo arrancó de todas aquellas cosas y lo hizo pasar de la vida viciosa a la vida divina. Y junto con el temor recibe también la caridad, dando siempre gracias con mucha humildad al Benefactor y Guía de nuestra vida.



Notas:
[1] Cf. Char IV, 85
[2] Traducimos apátheia como “imperturbabilidad”, siguiendo a Ceresa-Gastaldo, en vez de “libertad interior”, como lo hacen von Balthasar (innere Freiheit) y Pégon (liberté intérieure).
[3] Cf. 1 Co 13, 13.
[4] Sherwood hace notar cómo en el vocabulario maximiano eros  indica el deseo natural de al creatura de alzarse hacia Dios; agápe  es el don divino que permite la realización de este deseo, que se realiza en el amor. Cf. Ceresa-Gastaldo p. 53 n. 3.
[5] Is  6, 5
[6] Jn 14, 15 (con modificaciones) y 15, 12.
[7] Cf. Rm 13, 14
[8] Cf. Rm  1, 25.
[9] El texto crítico aportado por Ceresa-Gastaldo dice enáteron. Seguramente debería decir enáreton.
[10] Cf. Jr  17, 16.
[11] Véase la semejanza de esta definición con la que Evagrio hace de la virtud en Kephalaia Gnostica VI, 21: “la virtud es el estado del alma racional, en el cual ella difícilmente es puesta en movimiento hacia el mal”. Les six Centuries des Kephalia gnostica, ed. crit. y trad. de A. Guillaumont. Patrologia Orientalis 28. París 1958, p. 225.
[12] Cf. Hch  7, 59- 60 y Lc 23, 34.
[13] Cf. 1 Co 13, 4
[14] Cf. 1 Jn  4, 8.
[15] Jr  7, 4.
[16] St  2, 19.
[17] Cf. 2 Co  7, 8ss.
[18] Gn  18, 27.

 

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