TEXTOS DE SAN MÁXIMO EL CONFESOR
CENTURIAS SOBRE LA CARIDAD
( Continuación )
Primera Centuria
49
No ensucies tu nous tolerando pensamientos de
concupiscencia y de ira, a fin de que, cayendo de la oración pura, no sucumbas
al espíritu de acedia[1].
50
El nous pierde la libre familiaridad[2] con
Dios, cuando se hace compañero de pensamientos malvados e impuros.
51
El insensato, llevado por las pasiones, cuando es movido por la ira se
turba, se apresura en huir irracionalmente de los hermanos[3].
Cuando luego es encendido por la concupiscencia, cambiando de parecer corre de
nuevo a su encuentro. El sabio, en cambio, hace lo contrario en ambos casos. En
cuanto a la ira, quitadas las causas de la turbación, se libra de la tristeza
hacia los hermanos; en cuanto a la concupiscencia, domina el impulso y el
encuentro irracional.
52
En el tiempo de las tentaciones no abandones tu monasterio, sino que
soporta con coraje las olas de pensamientos y, sobre todo, aquellos de la tristeza
y de la acedia. Puesto así providencialmente a prueba mediante las aflicciones,
tendrás firme la esperanza en Dios. Pero si te vas, serás hallado reprobado,
débil e inconstante.
53
Si no quieres perder la caridad según Dios, no dejes que el hermano se
vaya a descansar entristecido por ti y tú no te vayas a descansar entristecido
por él; sino ve, reconcíliate con tu hermano y, volviendo, ofrece a
Cristo con conciencia pura y mediante una ferviente oración el
don[4] de
la caridad.
54
Si el que posee todos los dones del Espíritu, no posee la caridad, de
nada le aprovecha, según el divino Apóstol[5],
¡cuánto empeño debemos mostrar para adquirirla!
55
Si la caridad no hace mal al prójimo[6],
quien envidia al hermano y se entristece por su buena fama, y con burlas
contamina su reputación o en cualquier modo le tiende maliciosamente insidias,
¿cómo no se hará extraño a la caridad y reo del juicio eterno?
56
Si la plenitud de la ley es la caridad[7],
quien guarda rencor hacia el hermano, trama contra él engaños e impreca contra
él, y goza de su caída, ¿cómo no será transgresor de la ley y digno del castigo
eterno?
57
Si el que calumnia al hermano y juzga al hermano, calumnia la
ley y juzga la ley[8] -y
la ley de Cristo es la caridad-, ¿cómo el calumniador no cae de la caridad de
Cristo y se hace culpable de castigo eterno?
58
No des tu oído a la lengua del calumniador ni tu lengua al oído del
malediciente, hablando o escuchando voluntariamente contra el prójimo, a fin de
que no caigas de la caridad divina y seas excluido de la vida eterna.
59
No soportes injurias contra tu padre ni animes a quien lo ofende, para
que el Señor, encolerizado por tus obras, no te extermine de la tierra de los
vivientes.
60
Cierra la boca a quien calumnia a tus oídos, para que no peques junto a
él con un doble pecado, habituándote a ti mismo a la funesta pasión y no
impidiendo a aquel de hablar contra el prójimo.
61
Yo os digo, -afirma el Señor-: Amad a vuestros
enemigos, haced el bien a aquellos que os odian, orad por aquellos que os
tratan mal[9].
¿Por qué mandó esto? Para liberarte del odio, de la tristeza, de la ira y del
rencor, y hacerte digno del grandísimo tesoro de la perfecta caridad; es
imposible que la posea quien no ama por igual a todos los hombres, a
imitación de Dios, que ama por igual a todos los hombres y quiere que
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad[10].
62
Yo os digo: no hagan frente al malvado; pero si alguien te golpea en le
mejilla derecha, preséntale también la otra, y se alguno quiere disputar contigo
y tomar tu túnica, déjale también el manto, y si alguno te exige andar una
milla, anda dos con él[11]. ¿Por qué?
Para conservarte sin ira y sin tristeza, y corregir a aquel mediante tu
paciencia y conducir a ambos, bueno como es, bajo el yugo de la caridad.
63
De las cosas de las cuales alguna vez hemos tenido impresión llevamos
también las imágenes pasionales. Quien vence, pues, las imágenes pasionales,
desprecia completamente también las cosas de las cuales nacen las imágenes;
porque la lucha contra los recuerdos es tanto más dura que aquella contra las
cosas, como el pecar de pensamiento es más fácil que el pecar de obra.
64
De las pasiones, algunas son corporales, otras espirituales. Las
corporales toman ocasión del cuerpo; las espirituales, de las cosas externas.
La caridad y el dominio de sí cortan ambas, una las espirituales; el
otro, las corporales.
65
De las pasiones algunas pertenecen a la parte irascible, otras a la
parte concupiscible del alma. Ambas se mueven por medio de los sentidos, y se
mueven cuando el alma se encuentra fuera de la caridad y del dominio de sí.
66
Las pasiones de la parte irascible del alma son más difíciles de
combatir que aquellas de la parte concupiscible; por eso como remedio mayor
contra aquellas ha sido dado por el Señor el mandamiento de la caridad.
67
Todas las otras pasiones tocan sólo la parte irascible del alma o la
concupiscible o la racional, como el olvido y la ignorancia; la acedia, en
cambio, aferrando todas las potencias del alma, excita casi todas las pasiones
juntas y, por eso, es la más grave de todas. Dice bien, pues, el Señor,
que ha dado el remedio contra ella: Con vuestra paciencia, ganaréis
vuestras almas[12].
68
No ofendas nunca a algún hermano, sobre todo sin razón, para que no
suceda que, no soportando la aflicción se vaya[13],
y no escapes tú, entonces, del reproche de la conciencia, la cual te entristece
siempre en el momento de la oración y excluye alnous de la
familiaridad divina.
69
No toleres sospechas o personas que son para ti ocasión de escándalo
hacia alguno, porque aquellos que en cualquier modo se escandalizan de las
cosas que acaecen deliberada o casualmente no conocen el camino de la paz, el
cual lleva, por medio de la caridad, al conocimiento de Dios a aquellos que lo
aman.
70
No posee aún la caridad perfecta el que aún está adherido a los juicios
de los hombres, como el que ama esto y odia aquello por tal o cual motivo, o
ahora lo ama, luego lo odia por los mismos motivos.
Continuará.
Notas:
[4] Mt 5, 24.
[5] Cf. 1 Co 13, 1-3.
[6] Rm 13, 10.
[7] Rm 13, 10.
[10] 1 Tm 2, 4.
[11] Mt 5, 39- 41.
[12] Lc 21, 19
[13] Cf. I, 51-52 y n. 18.
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