Continuación…
Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo
El Confesor" - Editorial
Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
Primera Centuria
71
La caridad
perfecta no escinde la única naturaleza de los hombres según sus diversas
disposiciones; sino que, mirando siempre a ésta sola, ama de igual modo a todos
los hombres: a los virtuosos los ama como amigos, a los malos como enemigos,
haciéndoles el bien y teniéndoles paciencia y soportando lo que recibe de parte
de ellos, no pensando mal en ningún modo, sino sufriendo por ellos, si la
ocasión lo requiere, para hacerlos también a ellos amigos, si es posible. En
caso contrario no se aparta tampoco de la propia buena intención, mostrando
siempre los frutos de la caridad hacia todos los hombres igualmente. Por esto,
el Señor y Dios nuestro Jesucristo, mostrando su caridad hacia nosotros, sufrió
por toda la humanidad y dio a todos igualmente la esperanza de la resurrección;
aún si cada uno se hace digno de la gloria o del castigo.
72
El que no
desprecia gloria y deshonra, riqueza y pobreza, placer y tristeza, no ha
adquirido aún la caridad perfecta; la caridad perfecta no sólo desprecia estas
cosas, sino también la misma vida temporal y la muerte.
73
Escucha lo
que dicen los que fueron hechos dignos de la caridad perfecta: ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la
persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Como está escrito,
a causa tuya somos entregados a la muerte todo el día; fuimos considerados como
destinados al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria por medio
de Aquel que nos amó. Estoy persuadido que ni la muerte ni la vida ni los
ángeles ni los principados ni las potencias ni el presente ni el futuro, ni la
altura ni la profundidad, ni ninguna otra creatura podrá separarnos del amor de
Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor[1].
Esto dicen y hacen todos los santos acerca del amor a Dios.
74
Escucha,
nuevamente, lo que dicen acerca del amor al prójimo: Digo la verdad en
Cristo, no miento, y testimonia en mi favor también mi conciencia en el
Espíritu Santo; tengo mucha tristeza y una pena continua, en mi corazón.
Desearía ser yo mismo separado de Cristo por mis hermanos, mis parientes según
la carne, que son israelitas[2],
etc. Así también Moisés[3] y
los otros santos.
75
El que no
desprecia gloria, placer y la avaricia, que hace crecer estas pasiones y surge
por medio de ellas, no puede cortar las ocasiones de la ira; y el que no las
corta, no puede alcanzar la caridad perfecta.
76
Humildad y
sufrimiento libran al hombre de todo pecado: aquella extirpa las pasiones del
alma, ésta las del cuerpo. También el bienaventurado David hace claramente
esto, cuando suplica a Dios diciendo: Mira mi humildad y mi fatiga, y
perdona todos mis pecados[4].
77
Por medio
de los mandamientos el Señor hace imperturbables a aquellos que los
practican, y por medio de las doctrinas divinas les concede la
iluminación del conocimiento.
78
Todas las
doctrinas son o acerca de Dios o acerca de las cosas visibles o invisibles o
acerca de la providencia y al juicio divino respecto a ellas[5].
79
La limosna
cura la parte irascible del alma, el ayuno doma la concupiscencia, la oración
purifica al nous y lo prepara a la contemplación de los seres.
Para las potencias del alma el Señor nos ha dado también los mandamientos.
80
Aprended de
mí, dice, que soy manso y humilde de corazón[6],
etc. La mansedumbre mantiene a la parte irascible imperturbada; la humildad
libra al nous de la presunción y de la vanagloria.
81
Doble es el
temor de Dios: el primero es engendrado en nosotros por las amenazas del
castigo y por medio de él nacen en nosotros progresivamente el dominio de sí,
la paciencia, la esperanza en Dios y la imperturbabilidad, de la cual (nace) la
caridad; el segundo está unido a la misma caridad y produce continuamente en el
alma la reverencia, para que la confianza de la caridad no llegue al desprecio
de Dios.
82
La caridad
perfecta expulsa al primer temor del alma que la ha alcanzado, no temiendo más
el castigo. En cambio, está siempre unida al segundo, como se ha dicho. Al
primer temor corresponde este pasaje: Por el temor del Señor cada uno
se aparta del mal, y: El comienzo de la sabiduría es el temor del
Señor[7].
Al segundo, este: El temor del Señor es santo, permanece por los siglos de
los siglos, y: Nada falta a quienes le temen[8].
83
Mortificad
vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, impureza, pasión,
malos deseos y avaricia[9], etc. Llamó tierra al pensamiento de la carne; decía fornicación al
pecado de obra; llamó impureza al consentimiento; designó pasión al
pensamiento pasional; malos deseos a la aceptación sola del pensamiento del
deseo; llamó avidez a la materia que engendra y hace crecer la pasión. A todos
estos, en cuanto son miembros del pensamiento de la carne, mandó mortificar el
divino Apóstol.
84
En primer
lugar la memoria lleva al nous el pensamiento simple y,
perdurando éste, excita la pasión; no siendo suprimida ésta, pliega el nous al
consenso; sucedido éste, llega luego al pecado en acto. El sapientísimo Pablo,
escribiendo a los Gentiles convertidos, manda eliminar en primer lugar el
efecto del pecado y luego, retrocediendo en orden, subir a la causa. Y la causa
es, como se ha dicho, la avaricia que engendra y hace crecer la pasión. Pienso
que así se indica la gula, como madre y nutriz de la fornicación. Y la avidez
es un mal no sólo respecto a las riquezas, sino también respecto a los
alimentos; como el dominio de sí es bueno no sólo respecto a los alimentos,
sino también respecto a las riquezas.
85
Como un
pájaro atado al pie apenas comienza a volar es tirado a tierra, arrastrado por
la correa; así también el nous que aún no ha alcanzado la
imperturbabilidad y vuela hacia el conocimiento de las cosas celestes es tirado
a tierra, arrastrado por las pasiones.
86
Cuando el nous se
ha librado perfectamente de las pasiones, entonces camina directamente hacia la
contemplación de los seres, dirigiéndose hacia el conocimiento de la santa
Trinidad.
87
Siendo
el nous puro, recogiendo las ideas de las cosas es movido
hacia la contemplación espiritual de ellas. Hecho impuro por indolencia,
imagina las simples ideas de las otras cosas, pero cuando recibe aquellas
humanas, se vuelve a pensamientos vergonzosos o malvados.
88
Cuando
jamás un pensamiento mundano perturbe tu nous durante el
tiempo de la oración, sabe entonces que no estás fuera de los confines de
la imperturbabilidad.
89
Cuando el
alma empieza a sentir su propia buena salud, entonces comienza también a ver
simples y sin turbación las imágenes en el sueño.
90
Como la
belleza de las cosas visibles atrae a sí el ojo sensible, así también el
conocimiento de las cosas invisibles atrae a sí el nous puro:
por invisible entiendo las cosas incorpóreas[10].
91
Es gran
cosa no sufrir de parte de las cosas, pero mucho más grande es permanecer
imperturbable ante sus imágenes. Por esto la guerra de los demonios contra
nosotros mediante los pensamientos es más dura que aquella mediante las cosas.
92
Quien ha
cultivado bien las virtudes y se ha enriquecido por el conocimiento, viendo
claramente las cosas según naturaleza, hace y considera toda cosa según recta
razón, no engañándose en modo alguno. Llegamos a ser, pues, virtuosos o malos
por el uso racional o irracional de las cosas.
93
Signo de
gran imperturbabilidad es que las ideas de las cosas suban siempre simples al
corazón, cuando el cuerpo vela y durante el sueño.
94
Con la
práctica de los mandamientos el nous se despoja de las
pasiones; con la contemplación espiritual de las cosas visibles, de las ideas
pasionales de las cosas; con el conocimiento de las cosas invisibles, de la
contemplación de las cosas visibles; de aquella, finalmente, con el
conocimiento de la santa Trinidad.
95
Como el
sol, surgiendo e iluminando al mundo, se muestra a sí mismo y a las cosas
iluminadas por él, así también el Sol de justicia surgiendo al nous puro,
se muestra a sí mismo y a los principios de todas las cosas que han sido y
serán hechas por Él.
96
No
conocemos a Dios por su esencia, sino por su magnificencia y por su providencia
de los seres; por medio de éstas, como por medio de espejos, comprendemos su
infinita bondad, sabiduría y potencia.
97
El nous puro
se encuentra en las ideas simples de las cosas humanas o en la contemplación
natural de las cosas visibles o en aquella de las invisibles, o en la luz de la
santa Trinidad.
98
El nous que
ha llegado a la contemplación de las cosas visibles busca sus principios
naturales o aquello que las cosas significan o investiga su misma causa.
99
Dándose a
la contemplación de las cosas invisibles, busca sus principios naturales y la
causa de su origen y aquello que está en relación con ella y qué providencia y
juicio exista en torno a ellas.
100
Llegado a
Dios, inflamado por el vivo deseo, busca en primer lugar los principios
en torno a su esencia, pero no encuentra apaciguamiento en aquello que le es
propio: esto es realmente imposible y negado igualmente a toda naturaleza
creada. Y es apaciguado entonces por aquello que está en torno a Él, es decir,
cuanto respecta a la eternidad, la infinitud, la inmensidad, la bondad, la
sabiduría y la potencia que crea, provee y juzga los seres. Y de Él sólo esto es
comprensible: la infinitud, y el hecho mismo de no conocer nada es un
conocimiento superior alnous, como han dicho los teólogos Gregorio[11] y
Dionisio[12].
Notas:
[1]Rm 8, 35- 39.
[2] Rm 9, 1-3.
[3] Cf. Ex 32,
31 ss.
[10] Evagrio dice: “Igual que la piedra de
Magnesia, por su potencia natural, atrae el hierro a sí, de la misma manera el
santo conocimiento atrae naturalmente a sí al nous puro”. Kepahalaia
Gnostica II; 34, p. 75.
CONTINUARÁ...
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