Textos de San Máximo
El Confesor
Extraídos de "Obras espirituales de San Máximo El Confesor"-Editorial Ciudad Nueva-Biblioteca de Patrística.
Centurias
sobre la Caridad
Segunda Centuria
26
El nous que
realiza bien la vida activa progresa en la prudencia; el que realiza
bien lacontemplativa, en el conocimiento. De aquella es propio el llevar a
quien lucha, al discernimiento de la virtud y del vicio; de ésta, el conducir a
quien participa de ella, a las esencias de las cosas incorpóreas y corpóreas.
Será encontrado digno de la gracia teológica cuando, superadas todas
las cosas dichas mediante las alas de la caridad y encontrándose en Dios, por
medio del Espíritu, examinará a fondo, en cuanto es posible
al nous humano, Su esencia.
27
Cuando
estés por dedicarte a la teología, no busques los principios de lo que es
propio a Él -no las puede encontrar un nous humano, ni siquiera el de
alguno de aquellos que están después de Él-; sino, en la medida de lo posible,
indaga los principios de lo que está en torno a Él, es decir aquellos
acerca de la eternidad, la infinitud, la inmensidad, la bondad, la sabiduría y
la potencia creadora, providente y juez de los seres. Éste es entre los hombres
un gran teólogo, el que encuentra, aún limitadamente, las razones de estas
cosas.
28
Poderoso
es el hombre que ha unido el conocimiento a la acción; con ésta destruye la
concupiscencia y domina la ira; con aquel pone alas al nous y vuela
hacia Dios.
29
Cuando
el Señor dice: Yo y el Padre somos uno, señala la identidad de la
sustancia. Cuando luego dice: Yo estoy en el Padre y el Padre en mí,
revela la inseparabilidad de las personas. Los triteístas, separando al Hijo
del Padre, caen en un precipicio. Sea cuando dicen que el Hijo es coeterno con
el Padre, pero separan uno del otro, están forzados a decir que no ha sido engendrado
por Él y a caer en afirmar que son tres Dioses y tres principios; sea cuando
dicen que es engendrado por Él, pero lo separan, están forzados a decir que no
es coeterno con el Padre y a someter al tiempo al Señor de los tiempos. Es
necesario conservar el Dios uno y confesar las tres personas, según el gran
Gregorio, y cada una con su propiedad. Según él “es distinto”, pero “sin
división”, y “está unido”, pero “con distinción”. Por esto es extraordinaria la
distinción y la unión: porque, ¿qué tiene de extraordinario si, como un hombre
está unido y es distinto de otro, así también el Hijo respecto al Padre y nada
más?
30
Quien
es perfecto en la caridad y ha alcanzado el culmen de la imperturbabilidad no
conoce distinción entre lo propio y lo ajeno, o entre fiel e infiel, o entre
esclavo y libre o, en una palabra, entre varón y mujer; sino que, llegado a ser
superior a la tiranía de las pasiones, y mirando a la única naturaleza de los
hombres, considera a todos de modo igual y está dispuesto de igual modo hacia
todos. No hay en él, pues, griego y judío ni varón y mujer ni esclavo y libre,
sino que todo y en todos, Cristo[1].
31
De
las pasiones escondidas en el alma los demonios toman ocasión para excitar en
nosotros los pensamientos pasionales; luego, combatiendo con estos
al nous, lo fuerzan a llegar a consentir al pecado. Derrotado aquel, lo
mueven al pecado de pensamiento y, cumplido esto, lo conducen prisionero, por
último, a la acción. Y después de ésta, los que han desolado el alma con los
pensamientos, se marchan con éstos. Y permanece solo en el alma el ídolo del
pecado, del cual dice el Señor:Cuando veáis la abominación de la desolación
estar en el lugar santo, el que lee que entienda[2]. Lugar santo y templo de Dios es el nous del hombre,
en el cual los demonios, desolada el alma con los pensamientos pasionales,
ponen el ídolo del pecado. Y que esto ha sucedido también históricamente,
ninguno de los que han leído las obras de José[3], a mi parecer, puede dudarlo, aún cuando algunos dicen que
estas cosas sucederán en tiempo del Anticristo.
32
Tres
son las cosas que nos mueven al bien: las tendencias naturales, las santas
Potencias[4] y la buena elección. Las tendencias naturales, cuando lo
que queremos que nos hagan los hombres, también se lo hacemos de modo
semejante; o cuando vemos a cualquiera en dificultad o en necesidad y nos
compadecemos naturalmente de él. Las santas Potencias, como cuando, movidos
hacia una cosa buena, encontramos una buena ayuda y caminamos directamente. La
buena elección, como cuando, distinguiendo el bien del mal, elegimos el bien.
33
Así
son también tres las cosas que nos mueven al mal: las pasiones, los demonios y
la mala elección. Las pasiones, como cuando deseamos una cosa contra razón, sea
el alimento fuera de tiempo o sin necesidad, sea una mujer fuera del fin
de la procreación de hijos y aquella no legítima; y además cuando nos airamos y
nos entristecemos sin derecho, como contra quien nos ha deshonrado o dañado.
Los demonios, como cuando, espiando el tiempo oportuno, nos caen de improviso
con gran violencia durante nuestro descuido, excitando las ya dichas pasiones y
otras similares. La mala elección, como cuando, aún conociendo el bien,
elegimos el mal.
34
Recompensas
de las fatigas de la virtud son la imperturbabilidad y el conocimiento; éstas
nos procuran el reino de los cielos, mientras las pasiones y la ignorancia nos
procuran el suplicio eterno. Quien busca estas recompensas por gloria humana, y
no por el bien en sí, escuche de parte de la Escritura: Pedís y no
recibís, porque pedís mal[5].
35
Muchas
son las obras de los hombres buenas por naturaleza que, sin embargo, no son más
buenas por algún motivo: como el ayuno y la vigilia, la oración y la salmodia,
la limosna y la hospitalidad son obras buenas por naturaleza, pero, cuando se
hacen por vanagloria, no son más buenas.
36
De
todo lo que hacemos Dios busca la intención: si lo hacemos por Él o por otro
motivo.
37
Cuando
escuchas a la Escritura que dice: Tú das a cada uno según sus obras[6], quiere decir que Dios retribuye las obras buenas, no aquellas
hechas contra la recta intención, aún si parecen ser buenas, sino evidentemente
aquellas según la recta intención. El juicio de Dios contempla no los hechos,
sino la intención de los hechos.
38
El
demonio de la soberbia tiene una doble maldad: o persuade al monje a atribuir
las obras buenas a sí mismo y no a Dios, el dispensador de los bienes y auxilio
para su realización, o sugiere a quien no está convencido de esto, de
despreciar a los hermanos aún imperfectos. El que así obra ignora que de este
modo le sugiere rehusar la ayuda de Dios. Si desprecia a aquellos como
incapaces de realizar el bien, evidentemente se presenta sí mismo como quien lo
ha realizado con sus propias fuerzas; lo que es imposible, ya que el Señor
dice: Sin mí no podéis hacer nada[7]; porque nuestra debilidad, movida al bien, sin el dispensador
de los bienes no puede llegar a término.
39
El
que ha conocido la debilidad de la naturaleza humana ha tenido también
experiencia de la potencia divina, y éste, obrando bien por medio de ella en
algunas cosas, esforzándose en hacer otras, no desprecia jamás a ningún hombre.
Sabe que Dios, como lo auxilió y lo libró de muchas pasiones y dificultades,
así es también capaz de ayudar a todos, cuando Él quiere, y especialmente a
quien lucha por Él, aún si por alguno de sus juicios no los libra de todas las
pasiones de una vez, sino en el tiempo oportuno, como buen médico y amigo de
los hombres[8], cura a cada uno de aquellos que se esfuerzan.
40
La
soberbia sobreviene a la inactividad de las pasiones, o siendo eliminadas las
causas o retirándose fingidamente los demonios.
41
Casi
todo pecado se produce por el placer, y su destrucción por medio del
sufrimiento y la aflicción, voluntarios o involuntarios, por medio de la
penitencia o de una prueba que sobreviene dispuesta por la Providencia. Si
nos examinamos nosotros mismos no seremos juzgados; pero, juzgados por el
Señor, somos corregidos, para no ser condenados con el mundo[9].
42
Cuando
te viene inesperadamente la tentación, no acuses a aquel por medio de quien te
viene, sino busca la causa por la cual te viene y encuentra la corrección:
porque tanto por medio de aquel como por medio de otros tendrías que beber
totalmente el ajenjo de los juicios de Dios.
43
Inclinado
como eres al mal, no rehuses el sufrimiento, a fin de que, humillado por medio
de éste, pueda vomitar tu soberbia.
44
Algunas
tentaciones llevan placer a los hombres; otras, aflicciones; otras, penas
corporales. Según la causa de las pasiones que se encuentra en el alma, el
médico de las almas aplica el remedio mediante sus juicios.
45
Los
ataques de las tentaciones llevan a algunos a la destrucción de los pecados ya
cometidos; a otros, a la destrucción de aquellos que se cometen ahora; a otros,
impedimento de aquellos que se están por cometer; excepto aquellas tentaciones
que advienen para la prueba, como para Job.
46
El
sabio, considerando la sanación de los juicios divinos, soporta con
agradecimiento la adversidad que le sucede por éstos y no atribuye a ningún
otro la causa sino a sus propios pecados. El necio, en cambio, ignorando la
sapientísima providencia de Dios, pecando y siendo castigado, tiene a Dios o a
los hombres por causa de sus propios males.
47
Hay
ciertas cosas que detienen las pasiones en su movimiento y no les permiten que
aumenten, y hay otras que las disminuyen y hacen que disminuyan; como el ayuno,
el trabajo, la vigilia no permiten que la concupiscencia crezca; la soledad, la
contemplación, la oración y el intenso amor a Dios la disminuyen y llevan a su
desaparición. Así también por la ira: como la longanimidad, la ausencia de
rencor y la mansedumbre la detienen y no la dejan crecer; la caridad, en
cambio, la limosna, la bondad y la benevolencia la disminuyen.
48
Aquel
cuyo nous está continuamente hacia Dios, también su concupiscencia
creció sobre medida en el ardiente amor divino y también la entera potencia
irascible se transformó en caridad divina. Por la detenida participación en la
iluminación divina, habiendo llegado a ser todo luminoso y habiendo fijado a sí
la parte pasible, la dirige, como se ha dicho, hacia el ardiente e incesante
amor divino y hacia la caridad infinita, trasportándola completamente de las
cosas terrestres a lo divino.
49
El
que no envidia, ni se llena de ira, ni tiene rencor a quien lo ha entristecido
no posee aún completamente la caridad hacia él; puede, aún sin amarlo, no
devolverle mal por mal, según el mandamiento, pero ciertamente no darle
libremente bien a cambio de mal. El hacer deliberadamente el bien a quien odia
es propio sólo de la perfecta caridad espiritual.
50
El
que no ama a alguno, no lo odia aún completamente, ni, por otra parte, quien no
lo odia lo ama ya completamente; pero puede estar en el medio respecto a él, es
decir no amarlo ni odiarlo. Sólo los cinco motivos expuestos en el capítulo
noveno de esta centuria hacen nacer en nosotros la disposición de amor: aquel
laudable, aquel indiferente y aquellos reprochables.
Notas:
[1] Citación libre de Ga 3, 28.
[2]Mt 24, 15.
[3] Se refiere a la Guerra Judaica de Flavio
Josefo.
[4] Cuando Máximo designa a las “Potencias” se refiere
a los ángeles. Cf. Char III, 26.
[5]St 4, 3.
[6]Sal 61, 13.
[7] Jn 15, 15.
[8] filánthropos
[9] 1 Co 11, 31- 32.
No hay comentarios:
Publicar un comentario