Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo
El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
Centurias sobre la Caridad
cuarta centuria
51
¿Quién es en esta generación el que se ha liberado
totalmente de los pensamientos pasionales y fue hecho digno de la oración pura
e inmaterial, la cual es signo del monje interior?
52
Muchas pasiones están escondidas en nuestras almas,
y se muestran cuando aparecen las cosas.
53
Uno puede no ser atormentado por las pasiones en
ausencia de las cosas, obteniendo así una imperturbabilidad parcial; pero
cuando las cosas aparecen, pronto las pasiones turban el nous.
54
No creas tener una perfecta imperturbabilidad, no
estando presente la cosa; cuando en cambio aparece y permaneces inmóvil
respecto a la cosa o después, respecto a su recuerdo, sabe entonces que has
alcanzado sus confines. No la desprecies, pues la virtud duradera mata las
pasiones; descuidada, en cambio, las levanta nuevamente.
55
El que ama a Cristo, ciertamente lo imita, en
cuanto le es posible. Como Cristo no cesó de hacer el bien a los hombres y,
tratado con ingratitud y ultrajado, era paciente; y golpeado y conducido
a muerte por ellos, lo soportó no imputando de ningún modo el mal a ninguno.
Estas tres son las obras de la caridad hacia el prójimo, sin la cual el que
dice amar a Cristo y de haber alcanzado su reino, se engaña a sí mismo. No
quien me dice: Señor, Señor, afirma, entrará en el reino de los
cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre[1].
Y nuevamente: El que me ama observará mis mandamientos[2],
etc.
56
Todo el fin de los mandamientos del Salvador
consiste en librar al nous de la intemperancia y del odio y en
el conducirlo al amor Suyo y al prójimo, de los cuales nace como un esplendor
santo el conocimiento en acto.
57
Hecho digno de parte de Dios de un conocimiento
parcial, no descuides la caridad y la temperancia: éstas, pues, purificando la
parte del alma susceptible de pasión, te preparan siempre la vía del
conocimiento.
58
Vía al conocimiento son la imperturbabilidad y la
humildad, sin las cuales nadie verá al Señor.
59
Porque el conocimiento hincha, pero la
caridad edifica[3],
une la caridad al conocimiento y serás modesto y un edificador espiritual,
edificándote a ti mismo y a todos los que se te aproximan.
60
Por esto la caridad edifica, porque no envidia ni
se exaspera contra los envidiosos ni ostenta en público lo que le es envidiado
ni considera haber ya alcanzado[4] y
confiesa sin sonrojarse no saber lo que no sabe: así pues hace modesto al nous y
lo prepara siempre a progresar en el conocimiento.
61
Y bajo un cierto aspecto natural al conocimiento
siguen presunción y envidia, sobre todo en los comienzos: la presunción, solo
interiormente; la envidia, interiormente y exteriormente: interiormente hacia
quienes poseen el conocimiento; exteriormente, de parte de quienes la poseen.
La caridad suprime los tres defectos: la presunción, porque no hincha; la
envidia interior, porque no es envidiosa; la exterior, porque es paciente y
benigna. Es necesario, por ello, que el que posee el conocimiento se procure
también la caridad, para que conserve en todo invulnerado el nous.
62
El que fue hecho digno del don del conocimiento y
tiene tristeza o rencor u odio hacia un hombre, es semejante al que se friega
los ojos con espinas y cardos. Por esto el conocimiento requiere necesariamente
de la caridad[5].
63
No dediques tu tiempo a la carne, sino ejercítala
en determinados momentos según tu capacidad y consagra todo tu nous a
las cosas interiores: pues el ejercicio corporal es útil en poco, pero
la piedad es útil en todo[6],
etc.
64
El que se ha dedicado incesantemente a las cosas
interiores es temperante, paciente, benigno y humilde; no sólo esto, sino que
también contempla, se da a lateología y ora: esto es lo que dice el
Apóstol: Caminad en el Espíritu[7],
etc.
65
El que no sabe andar la vía espiritual, no se
preocupa de los pensamientos pasionales, sino que tiene toda su preocupación en
la carne y entonces o es goloso o disoluto y se entristece y se enoja y tiene
rencor; y, por esto, oscurece el nous o hace uso sin medida
del ejercicio corporal y enturbia el intelecto.
66
La Escritura no suprime nada de las cosas dadas por
Dios a nosotros para su uso, sino que modera el exceso y corrige lo que es
irracional. Por ejemplo no prohíbe comer ni de tener hijos ni de poseer
riquezas y de administrarlas rectamente, sino que prohíbe ser goloso, fornicar,
etc. Y no prohíbe tampoco el pensar estas cosas, porque han sido hechas también
para esto, sino el pensarlas con pasión.
67
Algunas de las acciones que realizamos para Dios
las realizamos por mandamiento; otros no por mandamiento sino, como podría
decir alguno, por ofrenda espontánea. Por ejemplo, por mandato, el amar a Dios
y al prójimo, el amar a los enemigos, el no cometer adulterio, no matar y todos
los otros, transgrediendo los cuales somos condenados. No realizamos por
mandamiento la virginidad, el celibato, la pobreza, la vida solitaria, etc. Estos
actos tienen la categoría de dones para que, si, por debilidad, no
podemos realizar bien alguno de los mandamientos, hagamos propicio a nuestro
buen Señor por medio de los dones.
68
El que aprecia el celibato o la virginidad debe
necesariamente tener la cintura ceñida y la lámpara encendida: la cintura
mediante el dominio de sí; la lámpara mediante la oración, la contemplación y
la caridad espiritual[8].
69
Algunos de los hermanos se consideran a sí mismos
excluidos de los dones del Espíritu Santo; pues por su negligencia en la
práctica de los mandamientos no saben que el que tiene la fe genuina en Cristo
tiene, en suma, todos los dones divinos en sí mismo. Pero porque estamos lejos
por indolencia del amor efectivo a Él, que nos indica los tesoros divinos que
están en nosotros, nos consideramos voluntariamente excluidos de los dones
divinos.
70
Si Cristo habita en nuestros corazones
mediante la fe, según el divino Apóstol[9],
y todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos
en Él[10],
entonces todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en
nuestros corazones y se revelan al corazón según la medida de purificación
alcanzada por cada uno mediante los mandamientos.
71
Éste es el tesoro escondido en el campo de tu
corazón, que no has encontrado aún a causa de tu indolencia; si lo hubieses encontrado,
ya habrías vendido todo y comprado este campo[11].
Ahora, en cambio, abandonado el campo, te preocupas de las cosas que están a su
alrededor, en las cuales no se encuentra nada sino espinas y cardos.
72
Por esto dice el Salvador: Felices los
puros de corazón, porque ellos verán a Dios[12].
Porque Él está escondido en el corazón de quienes creen en Él. Entonces verán a
Dios y a los tesoros que están en Él, cuando se purifiquen a sí mismos por
medio de la caridad y del dominio de sí y, tanto más, cuanto más se esfuercen
en la purificación.
73
Por eso dice de nuevo: Vended vuestros
bienes y dadlos en limosna y así todo será puro para vosotros[13];
dice esto para que no nos dediquemos a las cosas del cuerpo, sino que nos
esforcemos en purificar del odio y de la intemperancia al nous, que
el Señor llama corazón. Estos defectos que ensucian el nous no
permiten ver al Señor[14]que
habita en él por la gracia del santo bautismo.
74
La Escritura llama vías a las virtudes: y más
grande de todas es la caridad. Por eso el Apóstol dice: Os indico una
vía aún más sublime[15],
como aquella que persuade a despreciar las cosas materiales y no preferir
ninguna de las cosas temporales a las eternas.
75
El amor a Dios se opone a la concupiscencia: pues
persuade al nous a dominar a las pasiones. El amor al prójimo
se opone a la ira: hace despreciar gloria y riquezas. Y estos son los dos
denarios que el Salvador ha dado al posadero, para que cuide de ti[16].
Pero, tú, no te muestres insensato, uniéndote a los ladrones, para que no seas
nuevamente herido y seas encontrado, no ya medio muerto, sino totalmente
muerto.
Notas:
[1] Mt 7, 21.
[2] Jn 14, 15.
[3] 1 Co 8, 1.
[4] Cf. Flp 3, 12.
[5] Cf. Evagrio, Tratado
de la Oración 64: “Todo el que aspira a alcanzar la oración
verdadera, y se enoja o guarda rencor, es un loco. Es como aquel que quiere
tener una vista penetrante y se daña los ojos”.
[6] 1 Tm 4, 8.
[7] Ga 5, 16.
[8] Cf. Lc 12, 35.
[9] Ef 3, 17.
[10]Col 2, 3
[11] Cf. Mt 13, 44.
[12] Mt 5, 8.
[13] Lc 12, 33; 11, 41.
[14] Aquí Ceresa-Gastaldo en
vez de traducir Señor, pone Cristo.
[15] 1 Co 12,
31.
[16] Cf. Lc 10,
35.
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