10 de junio de 2016


Cinco caminos de penitencia

De las Homilías de San Juan Crisóstomo, obispo

Lectura bíblica: Lc 18, 9-14; Mt 6, 14-15

San Juan Crisóstomo (347-407)

Nació en Antioquia, donde recibió el bautismo cuando tenía aproximadamente 20 años. Huérfano de padre -un alto oficial del ejército imperial fue educado por su madre Antusa, una cristiana ejemplar. Se formó con excelentes profesores y se graduó de abogado, pero luego dejó la carrera para dedicarse por entero a la teología. Se retiró por seis años a vivir como monje en el desierto. Regresó a Antioquia a causa de una enfermedad y se ordenó primero de diácono (380) y después de sacerdote (386) y durante los próximos doce años ejerció como párroco y predicador en su ciudad natal. Predicaba sin descanso y se mostraba cercano a sus feligreses en sus tristezas y alegrías. Su fama se extendió hasta la propia capital imperial Constantinopla, donde, tras la muerte del arzobispo Nectario, fue electo su sucesor. Como Patriarca de Constantinopla se destacó San Juan Crisóstomo por su amor a los pobres, creando varias instituciones a su servicio. Se preocupó también por los inmigrantes godos e hizo que tuvieran un clero propio y celebraran la liturgia en su lengua.
Se opuso a la corrupción del clero y vivió con gran sencillez. En sus sermones denunciaba las injusticias de los ricos y se ganó por eso el odiode la emperatriz Eudoxia, quien hábilmente se alió con el Patriarca Teófilo de Alejandría; éste conquistó el apoyo de otros 36 obispos para destituirlo de su cargo. Deportado al Cáucaso, falleció el 14 de septiembre del año 407. Su modelo cristiano era San Pablo. Fue un maestro de la interpretación bíblica, fiel a los textos e incansable para desentrañar sus riquezas.
Comentó línea a línea y en profundidad el Génesis, los Evangelios de Mateo y Juan, Hechos de los Apóstoles y las cartas completas de Pablo.
Se conservan casi 1500 sermones suyos. Fue el más grande predicador del Oriente cristiano y de ahí su sobrenombre “Crisóstomo” o “boca de oro”. Sus restos mortales descansan hoy en día en la Basílica de San Pedro en Roma.

Comentario

San Juan Crisóstomo nos propone aquí todo un programa práctico de renovación espiritual a través de sus cinco caminos de penitencia: reconocer las propias faltas, perdonar las ofensas recibidas, perseverar en la oración interior, compartir generosamente con los necesitados (el verdadero sentido de la limosna en la Biblia) y proceder con humildad. Nadie que quiera seguir a Jesús estará excusado de recorrer esos caminos.
¿Quieren que les recuerde los diversos caminos de penitencia? Hay ciertamente muchos, distintos y diferentes, y todos ellos conducen al cielo.
El primer camino de penitencia consiste en la acusación de los pecados: Confiesa primero tus pecados, y serás justificado. Por eso dice el profeta: Propuse: «Confesaré al Señor mi culpa», y tú perdonaste mi culpa y mi pecado. Condena, pues, tú mismo, aquello en lo que pecaste, y esta confesión te obtendrá el perdón ante el Señor, pues, quien condena aquello en lo que faltó, con más dificultad volverá a cometerlo;
haz que tu conciencia esté siempre despierta y sea como tu acusador doméstico, y así no tendrás quien te acuse ante el tribunal de Dios.
Éste es un primer y magnífico camino de penitencia; hay también otro, no inferior al primero, que consiste en perdonar las ofensas que hemos recibido de nuestros enemigos, de tal forma que, poniendo a raya nuestra ira, olvidemos las faltas de nuestros hermanos; obrando así, obtendremos que Dios perdone aquellas deudas que ante él hemos contraído; he aquí, pues, un segundo modo de expiar nuestras culpas Porque si ustedes perdonan al prójimo sus faltas -dice el Señor-, también su Padre celestial perdonará las de ustedes.
¿Quieres conocer un tercer camino de penitencia? Lo tienes en la oración ferviente y continuada, que brota de lo íntimo del corazón.
Si deseas que te hable aún de un cuarto camino, te diré que lo tienes en la limosna: ella posee un grande y extraordinario poder.
También, si eres humilde y obras con modestia, en este proceder encontrarás, no menos que en cuanto hemos dicho hasta aquí, un modo de destruir el pecado: De ello tienes un ejemplo en aquel publicano, que, si bien no pudo recordar ante Dios su buena conducta, en lugar de buenas obras presentó su humildad y se vio descargado del gran peso de sus muchos pecados.
Te he recordado, pues, cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.
No te quedes, por tanto, ocioso, antes procura caminar cada día por la senda de estos caminos: ello, en efecto, resulta fácil, y no te puedes excusar alegando tu pobreza, pues, aunque vivieres en gran penuria, podrías renunciar a tu ira y mostrarte humilde, podrías orar de manera constante y confesar tus pecados; la pobreza no es obstáculo para dedicarte a estas prácticas. Pero, ¿qué estoy diciendo? La pobreza no impide de ninguna manera el andar por aquel camino de penitencia que consiste en seguir el
mandato del Señor, distribuyendo los propios bienes -hablo de la limosna pues
esto lo realizó incluso aquella viuda pobre que dio sus dos pequeñas monedas.

Ya que has aprendido con estas palabras a sanar tus heridas, decídete a usar de estas medicinas, y así, recuperada ya tu salud, podrás acercarte confiado a la mesa santa y salir con gran gloria al encuentro del Señor, rey de la gloria, y alcanzar los bienes eternos por la gracia, la misericordia y la benignidad de nuestro Señor Jesucristo.

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