Reconoce el mal que has hecho
y recibe el Espíritu Santo
De las Catequesis de San Cirilo de Jerusalén, obispo
Lectura bíblica: Mt 25, 31-46; Jn 3, 1-8
Cirilo de Jerusalén (315-387)
Defensor de la divinidad de Cristo, fue obispo de Jerusalén entre los años
348 y 386. Tres veces tuvo que salir expulsado de su diócesis por influencia
de los arrianos, secta que obtuvo el favor del emperador Valente
y sostenía una manera incompleta de entender a Jesucristo. Sobresalió
en el segundo concilio ecuménico de Constantinopla (381), que ratificó
sus enseñanzas sobre la Santísima Trinidad. Sus sermones se conservaron
gracias a un oyente que los copió. Entre los años 348 y 350 instruyó
en la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén a los candidatos al bautismo
con sus famosas Catequesis, cuya belleza y sencillez las acreditan
como uno de los tesoros de la antigüedad cristiana. Ha sido declarado
Doctor (maestro) de la Iglesia.
Comentario
La exhortación de San Cirilo a sus aspirantes al bautismo se nos aplica
tanto más a nosotros hoy, bautizados que aún no nos entregamos definitivamente
a Cristo. Nuestra conversión está a mano si respondemos
humilde y decididamente ante la misericordia de Dios.
Si hay aquí alguno que esté esclavizado por el pecado, que se disponga
por la fe al nuevo nacimiento que nos hace hijos adoptivos y libres; y así,
liberado de la pésima esclavitud del pecado y sometido a la dichosa
esclavitud del Señor, será digno de poseer la herencia celestial.
Despójense, por la confesión de sus pecados, del hombre viejo,
viciado por engañosos y desordenados deseos, y vístanse del
hombre nuevo que se va renovando según el conocimiento de su
creador. Adquieran, mediante su fe, las prendas del Espíritu Santo, para
que puedan ser recibidos en la mansión eterna. Acérquense a recibir el
sello sacramental (del bautismo), para que puedan ser reconocidos
favorablemente por aquel que es el dueño de ustedes. Agréguense al santo
y sensato rebaño de Cristo, para que un día, separados a su derecha,
posean en herencia la vida que les está preparada.
Porque los que conserven pegada la aspereza del pecado, a manera de
una piel peluda, serán colocados a la izquierda, por no haberse querido
beneficiar de la gracia de Dios, que se obtiene por Cristo a través del
baño del nuevo nacimiento. Me refiero no a un renacimiento corporal, sino
al nuevo nacimiento del alma. Los cuerpos, en efecto, son engendrados
por nuestros padres terrenos, pero las almas renacen por la fe, porque el
Espíritu sopla donde quiere. Y así entonces, si te has hecho digno de ello,
podrás escuchar aquella voz: Bien, siervo bueno y fiel, esto es, si tu
conciencia es hallada limpia y sin falsedad.
Pues, si alguno de los aquí presentes tiene la pretensión de poner a prueba
la gracia de Dios, se engaña a sí mismo e ignora la realidad de las cosas.
Procura, oh hombre (oh mujer), tener un alma sincera y sin engaño, porque
Dios penetra el interior del ser humano.
El tiempo presente es tiempo de reconocer nuestros pecados. Reconoce
el mal que has hecho, de palabra o de obra, de día o de noche.
Reconócelo ahora que es el tiempo favorable, y en el día de la
salvación recibirás el tesoro celestial.
Limpia tu recipiente, para que sea capaz de una gracia más
abundante, porque el perdón de los pecados se da a todos por igual,
pero el don del Espíritu Santo se concede a proporción de la fe de cada
uno. Si te esfuerzas poco, recibirás poco, si trabajas mucho, mucha será tu
recompensa. Corres en provecho propio; mira, pues, tu conveniencia.
Si tienes algo contra alguien, perdónalo. Vienes para alcanzar el perdón
de los pecados: es necesario que tú también perdones al que te ha
ofendido.
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