17 de junio de 2016

Ser cristiano
es asemejarse a Cristo

Del Tratado de San Gregorio de Nisa, obispo.

Sobre el perfecto modelo del cristiano
Lectura bíblica: 2 Co 13, 5 - 6; Ef 4, 17- 5, 1

San Gregorio de Nisa (335-394)

Hermano menor de San Basilio de Cesarea y de Santa Macrina, poseía una inteligencia penetrante y un corazón ardiente. Durante su juventud estudió por su cuenta a los grandes pensadores griegos y aprendió a expresarse con elegancia y belleza. Recibió el bautismo ya adulto y se casó con Teosebia, fina mujer que compartía sus mismas inclinaciones espirituales y moriría pronto. Pasó varios años de retiro en el Ponto, dedicado a la oración y el estudio de la Sagrada Escritura. Obligado por las circunstancias a abandonar esa forma de vida tan acorde a sus inclinaciones,
aceptó el cargo de obispo de la pequeña ciudad de Nisa en Cesarea (371). De su diócesis fue expulsado por intrigas de sus enemigos y volvió triunfalmente a ella en 381. Participó en Constantinopla en el segundo concilio ecuménico (381), donde impartió el discurso inaugural.
Su “Vida de Moisés” describe el ascenso del alma hacia Dios y su “Gran Catecismo” expone ordenadamente la doctrina cristiana. Junto con su hermano Basilio contribuyó decisivamente a desarrollar la doctrina católica de la Santísima Trinidad, por lo que ha tenido una influencia enorme.

Comentario

¿Será posible mayor brevedad al describir el objetivo de la vida cristiana?
Conformar nuestros pensamientos, palabras y obras a los de Cristo.
De esa norma básica y fundamental extrae San Gregorio el criterio de discernimiento para nuestra propia conducta: todo aquello que nos acerque a Cristo es bueno, y malo lo que nos aleje de él.
Hay tres cosas que manifiestan y distinguen la vida del cristiano: la acción, la manera de hablar y el pensamiento. De ellas, ocupa el primer lugar el pensamiento; viene en segundo lugar la manera de hablar, que descubre y expresa con palabras el interior de nuestro pensamiento; en este orden de cosas, al pensamiento y a la manera de hablar sigue la acción, con la cual se pone por obra lo que antes se ha pensado. Siempre, pues, que nos sintamos impulsados a obrar, a pensar o a hablar, debemos
procurar que todas nuestras palabras, obras y pensamientos tiendan a conformarse con la norma divina del conocimiento de Cristo, de manera que no pensemos, digamos ni hagamos cosa alguna que se aparte de esta regla suprema.
Todo aquel que tiene el honor de llevar el nombre de Cristo debe
necesariamente examinar con diligencia sus pensamientos, palabras y obras, y ver si tienden hacia Cristo o se apartan de él. Este examen puede hacerse de muchas maneras. Por ejemplo, toda obra, pensamiento o palabra que vayan mezclados con alguna perturbación no están, de ningún modo, de acuerdo con Cristo, sino que llevan el sello del adversario, el cual se esfuerza en mezclar con las perlas el lodo de la perturbación, con el fin de afear y destruir el brillo de la piedra preciosa.
Por el contrario, todo aquello que está limpio y libre de toda turbia impresión
tiene por objeto al autor y príncipe de la tranquilidad, que es Cristo; él es la fuente pura e incorrupta, de manera que el que bebe y recibe de él sus impulsos y afectos internos ofrece una semejanza con su principio y origen, como la que tiene el agua nítida del cántaro con la fuente de la que procede.

En efecto, es la misma y única nitidez la que hay en Cristo y en nuestras almas. Pero con la diferencia de que Cristo es la fuente de donde nace esta nitidez, y nosotros la tenemos procedente de esta fuente. Es Cristo quien nos comunica el adorable conocimiento de sí mismo, para que como humanos, tanto en lo interno como en lo externo, nos ajustemos y adaptemos, por la moderación y rectitud de nuestra vida, a este conocimiento que proviene del Señor, dejándonos guiar y mover por él. En esto consiste (a mi parecer) la perfección de la vida cristiana: en que, hechos partícipes del nombre de Cristo por nuestro apelativo de cristianos, pongamos de manifiesto, con nuestros sentimientos, con la oración y con nuestro género de vida, el poder de este nombre.

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