San Máximo:
Interpretación del Padre Nuestro
Texto
Prólogo
Es a ti mismo, mi señor, guardado por Dios, a quien
he recibido a través de tus cartas dignas de todo elogio, que estás siempre
presente y no puedes estar totalmente ausente en el espíritu; sino que,
imitando a Dios, no has rehusado ayudar a tus servidores por la abundancia de
tu virtud y por la ocasión que Dios te ha dado por naturaleza.
Por eso, admirando la grandeza de tu
condescendencia, he hecho que mi temor hacia ti esté mezclado de afecto. Y de
los dos, el temor y el afecto, he suscitado una única caridad, constituida por
el respeto y la buena voluntad; para que el temor, privado del afecto no llegue
a ser odio; ni el afecto, no teniendo unido un prudente temor, llegue a ser
desprecio. Sino, por el contrario, que la caridad se manifieste como una ley
interior de ternura, que una todo lo que está emparentado naturalmente. Por la
buena voluntad domina el odio y por el respeto, rechaza el desprecio. Sabiendo
que él -hablo del temor- se aproxima a la caridad más que nada, el
bienaventurado David dice: “El temor del Señor es puro y permanece de edad
en edad”[1], sabiendo
que este temor es diferente del temor que consiste en tener miedo al castigo
debido a las faltas. Porque éste, llega a ser expulsado, desapareciendo
totalmente por la presencia de la caridad, como lo muestra el gran evangelista
Juan en algún lugar de sus palabras, diciendo: “La caridad expulsa el temor”[2]; mientras
que aquel »el temor del Señor¼ caracteriza naturalmente a la ley de
la verdadera ternura. Por el respeto, los santos conservan siempre, y sin
corrupción alguna, la ley y el modo de vida de la caridad hacia Dios y de unos
hacia otros.
Pues, como decía, habiendo mezclado el afecto al
temor a mi señor, he suscitado hasta hoy esta ley de la caridad. Por respeto me
he abstenido de escribir, para no dar lugar al desprecio. Y por la buena
voluntad he sido impulsado a escribir, para que la negativa total a escribir no
fuera considerada como odio. Escribo, mandado a hacerlo, no lo que pienso, “pues
los pensamientos de los hombres son viles”[3], como dice
la Escritura, sino lo que Dios quiere y da por gracia para que nos suceda lo
que es conveniente. Pues, “el designio del Señor -dice David- permanece
eternamente, los pensamientos de su corazón de generación en generación”[4].
El Designio del Señor
Él llama, sin duda, “designio” de Dios Padre a la kénosis inefable del
Hijo unigénito en vista de la divinización de nuestra naturaleza, por la cual[5] Él circunscribe el término de
todas las edades. Los “pensamientos de su corazón” son los principios de la
Providencia y el Juicio, por medio de los cuales conduce sabiamente, como
ciertas generaciones diferentes, nuestra vida presente y la futura,
asignando respectivamente a cada una el modo de operación
conveniente.
Si la obra del designio divino es
la divinización de nuestra naturaleza, y si el fin de los pensamientos divinos
es conducir a término lo que buscamos en nuestra vida, entonces conviene
conocer, practicar y ponerla por escrito convenientemente la potencia de la
oración del Señor. Puesto que, movido por Dios, mi señor, escribiendo a mí, su
siervo, ha recordado, esta oración; forzado, la hago tema de mis palabras y
pido al Señor, maestro de esta oración, que abra mi inteligencia a la
comprensión de los misterios que ella contiene y que me dé una palabra a la
medida de la claridad de lo pensado.
La oración contiene, pues, en resumen, místicamente
oculto, o -hablando más propiamente- manifiestamente proclamado a aquellos cuyo
nous es fuerte, el fin entero de lo que se habla[6]. Porque
las palabras de la Oración contienen la petición de todo lo que el Logos de
Dios anonadado ha obrado a través de su carne. Ella enseña a apropiarse de
estos bienes, de los cuales sólo Dios Padre, por la mediación natural del Hijo,
en el Espíritu Santo, es verdaderamente el dispensador; porque según el divino
Apóstol, el Señor Jesús es “mediador entre Dios y los hombres”[7]. Por su
carne ha hecho manifiesto a los hombres al Padre desconocido, y por el Espíritu
ha conducido hacia el Padre a los hombres que ha reconciliado con Él. Por
ellos y a causa de ellos, hecho hombre sin mutación, ha obrado y enseñado
innumerables nuevos misterios cuya multitud y grandeza la razón no puede
comprender ni medir. Siete de ellos en número, más generales que los
otros, son los que él ha dado -así parece- a los hombres en su eximia
generosidad. El fin de la Oración, como decía, contiene misteriosamente la
potencia de estos misterios: la teología, la filiación en la gracia,
la igualdad de honor con los ángeles, la participación en la vida eterna, la
restitución a sí misma de la naturaleza renovada en la imperturbabilidad, la
disolución de la ley del pecado y la abolición de la tiranía del mal que nos ha
dominado por medio del engaño.
Examinemos, pues, la verdad de lo que ha sido
dicho:
Los Misterios de Cristo
La teología:
El Logos de Dios encarnado nos enseña la teología,
en cuanto muestra en sí al Padre y al Espíritu Santo. Pues todo el Padre y todo
el Espíritu Santo estaban esencial y perfectamente en el Hijo encarnado, todo
entero, sin estar ellos encarnados; sino por su complacencia el Padre,
cooperando el Espíritu estaba en el Hijo que obraba la encarnación. Porque el
Logos ha permanecido en posesión de su nous y de su vida, no siendo
comprensible según la esencia por ningún otro, sino sólo por el Padre y el
Espíritu, mientras que realizaba por filantropía la unión
hipostática con la carne.
La filiación de gracia:
Él da la filiación, concediendo mediante el
Espíritu el nacimiento sobrenatural de lo alto por la gracia. Este nacimiento
guarda y conserva en Dios la libertad de quienes así han nacido, cultivando con
amor la gracia, mediante una auténtica disposición de nacimiento. Y, por
la empeñada práctica de los mandamientos, embellece la hermosura dada por la
gracia. Mediante la kénosis de las pasiones se apropia la divinidad tanto
cuanto el Logos de Dios se ha vaciado (kenotizado) voluntariamente
según la economía, de su propia gloria sin mezcla, haciéndose verdaderamente
hombre.,
La igualdad de honor con los ángeles:
Ha hecho a los hombres iguales en honor que los
ángeles, no sólo en el hecho de que,habiendo pacificado por la sangre de su
cruz lo que está en los cielos y lo que está sobre la tierra[8] y
destruyendo las potencias enemigas que llenan el espacio intermediario entre el
cielo y la tierra, mostró que es una la asamblea de las potencias
terrestres y celestes, para la distribución de los dones divinos, puesto que la
naturaleza humana celebra con alegría la gloria de Dios, en una única y misma
voluntad con las potencias de lo alto; sino también en el hecho de que, después
de consumar la economía respecto a nosotros, después de haber subido con le
cuerpo que había asumido, unió, por sí mismo, el cielo y la tierra, reunió los
seres sensibles con los inteligibles. Así mostró que es una la naturaleza
creada, unida en sus partes extremas por la virtud y el conocimiento de la
causa primera. Mostró, místicamente, por lo que realizó cómo la razón es la
unión de lo que es distante y cómo la irracionalidad, en cambio, es la división
de lo que está unido. Y nosotros aprendamos a apropiarnos de la razón mediante
la acción, a fin de no estar solamente unidos a los ángeles, según la virtud,
sino también a Dios, en el conocimiento, desprendiéndonos de los seres.
La participación en la vida divina:
Concedió la vida divina haciéndose él mismo
alimento, de un modo que sólo conoce él y quienes han recibido de él tal
sensibilidad de la inteligencia, de manera que, por la degustación de este
alimento, saben, por conocimiento verdadero que “el Señor es bueno”[9]; el cual,
mezcla, para divinizarlos, a quienes comen de él, con una cualidad divina, de
manera que es y es llamado, con toda claridad, pan de vida[10] y de
potencia[11].
La restitución de la naturaleza a sí misma:
Restituyó la naturaleza a sí misma no sólo en
cuanto que, hecho hombre, conservó la voluntad imperturbable y sin rebelión
alguna respecto a la naturaleza, e incluso la conservó totalmente imperturbable
en su propio fundamento natural, aún hacia aquellos que lo crucificaban.
Es más, eligió la muerte a causa de ellos en lugar de la vida, como lo muestra
el carácter voluntario de la pasión, decidida por la disposición de amor al
hombre[12] de
quien ha sufrido esta pasión; sino también en cuanto que él destruyó la
enemistad, clavando en la cruz, el documento del pecado[13], por el
cual la naturaleza llevaba en sí, implacablemente, la guerra contra sí misma.
Y, habiendo llamado a aquellos que están lejos y a aquellos que están
cerca[14] (es
decir, evidentemente, a aquellos que están bajo la Ley[15] y a
aquellos que están fuera de la Ley) y, habiendo destruido el muro de
clausura, es decir, habiendo clarificado la ley de los mandamientos en
decretos, creó de los dos un solo hombre nuevo, haciendo la paz y
reconciliándonos[16] en sí mismo
con el Padre y entre nosotros, de manera que ya no tengamos más la
voluntad opuesta al principio de la naturaleza, sino que seamos inmutables en
nuestra voluntad como lo somos en la naturaleza.
La purificación de la ley del pecado:
Purificó a la naturaleza de la ley del
pecado[17], no
permitiendo que el placer precediera a su encarnación por nosotros. En efecto,
su concepción se hizo paradojalmente sin semilla, y su nacimiento sobrenatural
sin corrupción. El Dios que fue engendrado, afirma en su madre, los lazos de la
virginidad por su nacimiento y libra la naturaleza entera de la potencia de la
ley que la dominaba, en aquellos que lo quieren[18] y
que, por la mortificación sensible de los miembros terrestres[19], imitan su
muerte voluntaria. El misterio de la salvación es de los que lo quieren y no de
los lo sufren[20]
La destrucción de la tiranía del Mal:
Realiza la destrucción de la tiranía del maligno
que nos dominaba por el engaño, venciendo la carne vencida en Adán, volviendo
el arma contra el maligno, para mostrar que la carne, que había sido capturada
primero por la muerte, captura al que la había capturado y corrompe su vida por
la muerte natural. Y la carne, hecha para él veneno, por una parte, a fin de
hacerlo vomitar a todos los que él había tragado (en tanto detentaba el
dominio de la muerte)[21], ella
llegó a ser, por otra parte, vida para el género de los hombres, como la
levadura que hace fermentar la naturaleza para una resurrección de vida. Es
enteramente a causa de esta vida que el Logos, siendo Dios, se hizo hombre
(¡Qué cosa realmente extraña!) y acepta voluntariamente la muerte de la carne.
De todas estas cosas, como dije, son petición las
palabras de la Oración.
Notas:
[1] Sal 18, 10.
[9] Sal 33, 9. Esta alusión bíblica es utilizada con mucha
frecuencia por los Padres para referirse a la eucaristía.
[20] En esta sugestiva afirmación Máximo subraya la importancia de la
voluntad en el plano soteriológico.
[21] Hb 2,
14.
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