Textos de San Máximo El Confesor
Extraídos de "Obras Espirituales de San Máximo
El Confesor" - Editorial Ciudad Nueva- Biblioteca de Patrística.
Centurias sobre la Caridad
cuarta centuria. ( continuación )
76
Purifica tu nous de la ira, del
rencor y de los pensamientos vergonzosos y entonces podrás conocer la
inhabitación de Cristo en ti.
77
¿Quién te iluminó en la fe de la santa, adorable y
consustancial Trinidad? ¿Quién te reveló la economía de la encarnación de uno
de la santa Trinidad? ¿Quién te enseñó las razones de los seres incorpóreos o
las razones del origen y del fin del mundo visible o aquellas de la
resurrección de los muertos y de la vida eterna o aquellas de la gloria del
reino de los cielos y del terrible juicio? ¿No ha sido quizá la gracia de
Cristo que habita en ti, la cual es la prenda del Espíritu Santo? ¿Qué cosa es
mayor que esta gracia o mejor que esta sabiduría y conocimiento? ¿Qué cosa más
sublime que estas promesas? Pero si somos perezosos y negligentes y no nos
purificamos de las pasiones que ensucian y enceguecen nuestro nous,
para poder ver más claras que el sol a las razones de estas cosas,
acusémonos entonces a nosotros mismos y no reneguemos la habitación en nosotros
de la gracia.
78
El Dios que te ha prometido los bienes eternos y te
ha dado la prenda del Espíritu en el corazón, te mandó cuidar de tu conducta,
para que el hombre interior, liberado de las pasiones, comience ya de aquí a
gozar de estos bienes.
79
Hecho digno de las divinas y sublimes
contemplaciones, práctica intensamente la caridad y la continencia, para que,
manteniendo imperturbable la parte susceptible de pasión, conserves
inextinguible el esplendor de tu alma.
80
Frena con la caridad la parte irascible del alma,
domina con la continencia su parte concupiscible, pon las alas con la oración a
su parte racional: y la luz del nous no se oscurecerá jamás.
81
Las cosas que disuelven la caridad son éstas: por
ejemplo la deshonra, el daño, la calumnia respecto a la fe o respecto a las
costumbres, golpes, heridas, etc. El que, mediante alguna de estas cosas,
disuelve la caridad, no conoció aún cuál es el fin de los mandamientos de
Cristo.
82
Esfuérzate en la medida de lo posible por amar a
todo hombre; si no puedes esto, por lo menos no odies a ninguno. Pero no puedes
hacer ninguna de estas dos cosas si no desprecias las cosas del mundo.
83
Alguno te ha injuriado: no odies a aquel, sino a la
injuria y al demonio que lo movió a injuriarte. Si odias a quien te ha
injuriado, has odiado a un hombre y has transgredido el mandamiento y lo
que él ha hecho con la palabra, tú lo realizas con la acción. Si, en cambio,
observas el mandamiento, manifiesta las obras de la caridad y si en cualquier
modo puedes, ayúdalo, para librarlo del mal.
84
Cristo no quiere que tengas contra un hombre odio o
tristeza o ira o rencor, en ningún modo absolutamente y por ningún motivo
pasajero; y esto proclaman por todas partes los cuatro Evangelios.
85
Muchos somos los que decimos, pero pocos son los
que hacen. Pero que, por lo menos, ninguno falsifique la palabra de Dios a
causa su propia negligencia, sino que reconozca su debilidad, sin esconder la
verdad de Dios, para que no seamos responsables además de la transgresión de
los mandamientos también de la falsa interpretación de la palabra de Dios.
86
Caridad y dominio de sí libran el alma de las
pasiones; lectura y contemplación alejan al nous de la
ignorancia; el estado de la oración la lleva hasta Dios mismo.
87
Cuando los demonios nos ven despreciar las cosas
del mundo para no odiar a causa de ellas a los hombres y perder la caridad,
entonces levantan contra nosotros calumnias para que, no pudiendo
soportar la tristeza, odiemos a los calumniadores.
88
No hay para un alma pena más grave que la de la
calumnia, sea que uno fuera calumniado respecto a la fe, o respecto a las
costumbres; y nadie puede despreciarla, salvo el que, como Susana[1],
contemple a Dios solo, el único que puede arrancarla de la necesidad, como lo
hizo con aquella, y asegurar a los hombres, como también lo hizo con aquella, y
confortar el alma con la esperanza.
89
En la medida en que tú ores de corazón por el
calumniador, así también Dios fortalece a aquellos que han sido escandalizados.
90
Bueno por naturaleza es sólo Dios; bueno por
voluntad es sólo el imitador de Dios: su fin es unir a los malos con
Aquel que es bueno por naturaleza, para que lleguen a ser buenos. Por eso
cuando es injuriado por ellos, los bendice; perseguido, soporta; ultrajado,
conforta; puesto a muerte, intercede por ellos[2]:
hace todo por no perder el fin de la caridad, que es nuestro mismo Dios.
91
Los mandamientos del Señor nos enseñan a emplear
correctamente las cosas indiferentes[3];
el uso correcto de éstas purifica el estado del alma; el estado puro engendra
el discernimiento; el discernimiento engendra la imperturbabilidad, de la cual
es engendrada la perfecta caridad.
92
No posee aún la imperturbabilidad quien, al
sobrevenir una tentación, no puede pasar por alto el defecto del amigo, sea que
verdaderamente exista sea que sólo parezca existir. Las pasiones enquistadas en
el alma, cuando son turbadas, enceguecen el intelecto y no permiten mirar los
rayos de la verdad ni discernir lo mejor de lo peor. Tampoco ha adquirido ese
tal la perfecta caridad, la cual expulsa el temor del juicio[4].
93
El amigo fiel no tiene precio[5], porque
considera como propias las desgracias del amigo y las soporta junto a él
sufriendo hasta la muerte.
94
Muchos son los amigos, pero en tiempo de
prosperidad; en la hora de la prueba, en cambio, apenas si encuentras uno.
95
Se debe amar de corazón a todo hombre, pero se debe
poner la esperanza en Dios solo y servirlo con todas nuestras fuerzas.
Mientras Él nos asiste, todos los amigos nos reverencian y todos los enemigos
son impotentes contra nosotros; apenas Él nos abandona, todos los amigos nos
rechazan y todos los enemigos cobran fuerza contra nosotros.
96
Cuatro son los modos generales de abandono: el
primero por economía divina, como aquel del Señor, a fin de que mediante este
aparente abandono fuesen salvados los que habían sido abandonados; el segundo,
por prueba, como aquel de Job y de José, a fin de que aquel apareciese como
columna de coraje, y el otro de castidad; el tercero por educación paterna,
como aquel del Apóstol, a fin de que, siendo humilde, custodie la
sobreabundancia de la gracia; el cuarto con repudio, como aquel de los judíos,
a fin de que castigados, se sujeten a la penitencia. Todos estos modos son
saludables y llenos de bondad y sabiduría divina.
97
Sólo los diligentes observadores de los
mandamientos y los auténticos iniciados en los juicios divinos no abandonan a
los amigos que son probados con el consentimiento de Dios. Los que, en cambio,
desprecian los mandamientos y no están iniciados en los juicios divinos, cuando
el amigo está bien, gozan con él; pero cuando, probado, él sufre, lo abandona,
y es también posible que levanten con los adversarios.
98
Los amigos de Cristo aman todos sinceramente, pero
no son amados por todos; los amigos del mundo, en cambio, no aman a todos ni
son amados por todos. Y los amigos de Cristo perseveran hasta el fin en su
amor; aquellos del mundo, en cambio, hasta que no se enojan uno con el otro a
causa de las cosas del mundo.
99
Amigo fiel, protección segura[6], porque
cuando el amigo está bien, es buen consejero y concorde colaborador; cuando sufre,
segurísimo socorro y el defensor más compasivo.
100
Muchos han dicho muchas cosas acerca de la caridad,
pero, buscándola, sólo la encontrarás entre los discípulos de Cristo, porque
sólo ellos poseen como maestra de la caridad a la misma caridad verdadera, de
la cual decían: Si tengo el don de la profecía y conozco todos los
misterios y toda la ciencia, pero no tengo la caridad, de nada me sirve[7] El
que ha adquirido, pues, la caridad, ha adquirido al mismo Dios, porqueDios
es caridad[8].
A Él la gloria por los siglos. Amén.
Notas:
[1] Cf. Dn 13, 35.
[2] Cf. 1 Co 4, 12-13.
[8]1 Jn 4, 8.
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