24 de mayo de 2016



Por la eucaristía nos hacemos
portadores de Cristo

De las Catequesis de San Cirilo de Jerusalén

Lectura bíblica: Lc 22, 14 – 20

Comentario
Contrariamente a lo que tantas veces nos inculcan, de que comulgando
Cristo viene a nuestro corazón –explicación que fácilmente reduce la
eucaristía a un acontecimiento puramente íntimo- San Cirilo destaca que
somos nosotros quienes al comulgar nos transformamos en Cuerpo y
Sangre de Cristo, volviéndonos portadores suyos en el mundo. Esa perspectiva
sitúa a la eucaristía en el horizonte del testimonio público y del
seguimiento. No se trata ya simplemente de participar en un rito y experimentar
una intensa emoción religiosa. “No tiene efecto (la eucaristía)
sino en aquellos que se unen a la Pasión de Cristo por medio de la fe y el
amor”, dice Santo Tomás de Aquino.
Jesús, el Señor; en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y,
después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus
discípulos, y dijo: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo.» y tomando el
cáliz, después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo: «Tomen y beban,
ésta es mi sangre.» Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi
cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó:
Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo
y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su
sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la
sangre de Cristo tu cuerpo pasa a ser parte de su cuerpo y tu sangre
de la suya. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al
distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre.
Así, como dice San Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza
divina.
En otro tiempo, Cristo, discutiendo con los judíos, decía: Si no comen mi
carne y no beben mi sangre, no tendrán vida en ustedes. Pero, como
ellos entendieron estas palabras en un sentido material, retrocedieron
escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran
algo exclusivo del Antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el Nuevo
Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican
el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al
cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del
alma.
Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como
meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de
Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero,
hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe tan cierta, debemos creer que aquello
que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el
cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le
parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual
hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del
hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón,
comiendo aquel pan espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando
la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en
Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los

siglos de los siglos. Amén.

20 de mayo de 2016










EN LA TRINIDAD Y POR LA TRINIDAD

San Atanasio
Carta 1 a Serapión 28-30

Siempre resultará provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron  los apóstoles y la conservaron los santos Padres. En ella, efectivamente, está fundamentada la Iglesia, de manera que todo aquel que se aparta de esta fe deja de ser cristiano y ya no merece el nombre de tal.
Existe, pues, una Trinidad, santa y perfecta, de la cual se afirma que es Dios en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que no tiene mezclado ningún elemento extraño o externo, que no se compone de uno que crea y de otro que es creado, sino que toda ella es creadora, es consistente por naturaleza, y su actividad es única. El Padre hace todas las cosas a través del que es su Palabra, en el Espíritu Santo. De esta manera, queda a salvo la unidad de la santa Trinidad. Así, en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo.
San Pablo, hablando a los corintios acerca de los dones del Espíritu, lo reduce todo al único Dios Padre, como al origen de todo, con esas palabras: Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos.
El Padre es quien da, por mediación de aquel que es su Palabra, lo que el Espíritu distribuye a cada uno. Porque todo lo que es del Padre es también del Hijo; por esto, todo lo que da el Hijo en el Espíritu es realmente don del Padre. De manera semejante, cuando el Espíritu está en nosotros, lo está también la Palabra, de quien recibimos el Espíritu, y en la Palabra está también el Padre, realizándose así aquellas palabras:
El Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él. Porque, donde está la luz, allí está también el resplandor; y, donde está el resplandor, allí está también su eficiencia y su gracia esplendorosa.
Es lo que nos enseña el mismo Pablo en su segunda carta a los
Corintios, cuando dice: La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos vosotros.
Porque toda gracia o don que se nos da en la Trinidad se nos da por el

Padre, a través del Hijo, en el Espíritu Santo. Pues, así como la gracia se nos da por el Padre, a través del Hijo, así también no podemos recibir ningún don si no es en el Espíritu Santo, ya que, hechos partícipes del mismo, poseemos el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión de este Espíritu.

14 de mayo de 2016




EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA
SAN BASILIO   

El Espíritu Santo IX,22-23:
"Hacia él (el Espíritu) se vuelve todo lo que tiene necesidad de 
santificación. Le desean todos los que viven según la virtud, como
refrescados por su soplo y ayudados en orden a su propio fin
natural. Capaz de perfeccionar a los demás, a él nada le falta; no
vive a base de reponerse, sino que suministra la vida; no crece por
adiciones, sino que es plenitud inmediata, fundado en sí mismo y
presente en todas partes. Manantial de santificación, luz inteligible,
abastece por sí mismo a toda facultad racional de algo así como
cierta claridad para que encuentre la verdad. Inaccesible por
naturaleza, aunque comprensible por su bondad, todo lo llena con
su poder, pero solamente participan de él los que son dignos, y no
con una participación de única medida, sino que reparte su poder
en proporción de la fe. Simple en la esencia, es vario en sus
maravillas, presente por entero a cada uno, también está por entero
en todas partes. Repartido sin mengua de su impasibilidad, se le
comparte enteramente, a imagen del rayo solar, cuyo favor se
presenta a quien lo goza como si fuera el único, a la vez que
alumbra a tierra y mar, y se mezcla con el aire. Así también el
Espíritu, presente a cada uno de los dispuestos a recibirle, como si
cada uno fuera el único, proyecta suficientemente sobre todos su
gracia íntegra: de ella gozan los participantes según la capacidad
de su misma naturaleza, y no según la posibilidad del Espíritu. La
familiaridad del Espíritu con el alma no es la proximidad local...sino
el apartamiento de las pasiones que, sobreviniéndole luego al alma
por su amor al cuerpo, la privaron de la familiaridad de Dios.
Purificándose, pues, de la fealdad adquirida por medio del vicio,
remontándose a la belleza de la naturaleza y devolviendo a esa
especie de imagen regia su forma primitiva mediante la purificación,
únicamente así es como se acerca al Paráclito.... Por medio de él
tenemos la elevación de los corazones, la guía de los débiles y la
perfección de los proficientes... De ahí el previo conocimiento del
futuro, la inteligencia de los misterios, la captación de lo oculto, la
distribución de los carismas, la ciudadanía celestial, la danza con
los ángeles, la alegría interminable, la permanencia en Dios, la
asimilación a Dios, y el deseo supremo: hacerse Dios. Tales son,
pues, nuestras nociones acerca del Espíritu Santo, las que nos han
enseñado las propias palabras del Espíritu sobre su grandeza, su
dignidad y sus operaciones, por no presentar más que unas pocas
entre muchas".

S. Basilio de Cesarea, El Espíritu Santo XI,27; XII,28:

"Yo testifico a todo hombre que confiesa a Cristo y niega a Dios,
que Cristo de nada le servirá; y a quien invoca a Dios, pero niega al
Hijo, que su fe es vana; y a quien rechaza al Espíritu Santo, que su
fe en el Padre y en el Hijo caerá en el vacío, pues ni tenerla podrá,
faltando el Espíritu. Efectivamente, no cree en el Hijo quien no cree
en el Espíritu, ni cree en el Padre quien no creyó en el Hijo, pues
'no se puede llamar Señor a Jesús, si no es en el Espíritu Santo...'
(1 Cor 12,3)... el tal, tampoco participa de la verdadera adoración,
pues no es posible adorar al Hijo si no es en el Espíritu Santo, ni es
posible invocar al Padre si no es en el Espíritu de la adopción...
Efectivamente, nombrar a Cristo es confesar el todo, pues es
mostrar a Dios que unge, al Hijo que es ungido y al Espíritu que es
la unción...".

S. Basilio, El Espíritu Santo XV,35.36; XVI,38:

"A esto se debe que el Señor, dispensador de nuestra vida,
estableciera con nosotros esta alianza del bautismo, que encierra el
tipo de la muerte y el de la vida: el agua realiza la imagen de la
muerte, y el Espíritu proporciona las arras de la vida... Por medio
del Espíritu Santo tenemos: el restablecimiento en el paraíso, la
subida al reino de los cielos, la vuelta a la adopción filial, la confiada
libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia
de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria
eterna y, en general, de estar en la plenitud de la bendición, en
esta vida y en la futura, viendo como en un espejo la gracia de los
bienes que nos reservan las promesas, y de los que esperamos
ansiosos disfrutar por la fe, como si ya estuviesen presentes... Por
consiguiente, estás pensando en tres: el Señor que ordena, la
Palabra que crea, el Espíritu que consolida. Pero ¿qué otra cosa es
consolidar, sino perfeccionar en la santidad, pues la consolidación
significa la solidez, la inmutabilidad y la firme fijación en el bien?
Ahora bien, no hay santificación sin Espíritu".

S. Basilio, El Espíritu Santo XVI,40; XVIII,47:

"Ahora bien, los que fueron sellados con el Espíritu Santo para el
día del rescate y guardaron pura y sin mengua la primicia del
Espíritu que recibieron, éstos son los que escucharán: '¡Bien siervo
bueno y fiel, has sido fiel sobre poco, yo te pondré sobre mucho!'
(Mt 25,21). Pero igualmente, los que contristaron al Espíritu Santo
por la maldad de sus costumbres, o los que no hicieron rentar lo
recibido, serán despojados de lo que recibieron, por ser traspasada
la gracia a otros, o incluso, según alguno de los evangelistas, será
sin más cortado por medio, debiendo entenderse este 'cortado por
medio' como separación total del Espíritu... Pero, después que
mediante una luz iluminadora clavamos los ojos en la belleza de
Dios invisible, y a través de ella se nos eleva hasta el más que
hermosos espectáculo del Modelo, allí mismo, inseparablemente, se
halla el Espíritu del conocimiento, proporcionando en sí mismo la
fuerza contemplativa a los que gustan de contemplar la verdad, no
mostrándola desde fuera, sino induciendo a reconocerla en él
mismo".

S. Basilio, El Espíritu Santo XVIII,47; XIX,48:

"Por tanto, el camino del conocimiento de Dios va del único
Espíritu, pero por medio del único Hijo, hasta el único Padre. Y al
revés, la bondad nativa, la santidad natural y la regia dignidad
fluyen del Padre, por medio del Hijo, hasta el Espíritu... Se le llama
'Espíritu' como en: 'Dios es Espíritu' (Lm 4,20)... Es 'Santo', como
santo es el Padre y santo es el Hijo. Efectivamente, para la
creatura, la santidad fue introducida de fuera, mientras que, para el
Espíritu, la santidad es plenitud de naturaleza. Por eso tampoco es
'santificado' sino 'santificador'. Es 'Bueno', como bueno es el Padre
y bueno el Hijo, el engendrado del bueno, y tiene por esencia la
bondad. Es 'Recto' como 'recto es el Señor Dios' (Sal 91,16),
porque él mismo es verdad y es justicia... Es 'Consolador'... Así los
nombres que atañen al Padre y al Hijo son comunes al Espíritu
Santo... Se le llama además 'Espíritu rector (Is 63,14), Espíritu de la
verdad (Jn 14,17), Espíritu de sabiduría (Is 11,2)... Tales son, pues,
los nombres grandes sobremanera, mas ciertamente sin
exageración, sobre la gloria".

S. Basilio, El Espíritu Santo XIX,49; XXII,53:

"Pero, ¿cuáles son sus operaciones? Por su grandeza, son
indecibles, y por su multitud, innumerables...Efectivamente, la
familiaridad con Dios, la imposibilidad de volverse hacia el mal y la
permanencia en la bienaventuranza les viene del Espíritu a las
potencias. La venida de Cristo: también el Espíritu la precede. La
encarnación: de ella es inseparable el Espíritu. Las acciones
milagrosas, los carismas de curación: se dan por medio del Espíritu
Santo. El diablo es rechazado, ante la presencia del Espíritu. La
redención de los pecados se da en la gracia del Espíritu...La
familiaridad con Dios se da por medio del Espíritu Santo...La
resurrección de entre los muertos, a la acción del Espíritu se debe...
La excelencia dela naturaleza del Espíritu se da a conocer no sólo
porque lleva los mismos nombres que el Padre y el Hijo, y porque
tiene con ellos comunidad de operaciones, sino también porque es
igualmente difícil de alcanzar por la contemplación... Por
consiguiente, el que es incomprensible para el mundo y al que
solamente los santos pueden contemplar, por la limpieza de sus
corazones, ¿cómo habremos de pensarlo? ¿Qué clase de honores
les corresponden?".

S. Basilio, El Espíritu Santo XXIII, 54; XXIV,55.56:

"Nosotros, efectivamente, no podemos glorificar al Padre de
nuestro Señor Jesucristo y a su Hijo unigénito de otra manera que
exponiendo, según nuestras fuerzas, las maravillas del Espíritu... Ni
un solo don llega absolutamente a la creación sin el Espíritu Santo,
cuando ni siquiera una palabra puede uno pronunciar en defensa
de Cristo, si no es con la cooperación del Espíritu, como en los
Evangelios nos lo ha enseñado nuestro Señor y Salvador... El
Espíritu es bueno por naturaleza, como bueno es el Padre y bueno
el Hijo. La creatura, en cambio, cuando elige el bien, es partícipe de
la bondad. El Espíritu conoce la profundidad de Dios. La creación,
en cambio, recibe la manifestación del misterio por medio del
Espíritu. El Espíritu vivifica con Dios, que hace vivir a todo, y con el
Hijo, que da la vida...".

S. Basilio, El Espíritu Santo XXIX,72:

"El gran Ireneo, Clemente de Roma, Dionisio de Roma y Dionisio
de Alejandría, el cual -extraña el oírlo- en su segunda carta dirigida
a su tocayo sobre su refutación y defensa, termina su discurso (os
escribiré las propias palabras de este hombre), diciendo así: 'En
consecuencia con todo esto, también nosotros, habiendo recibido
modelo y regla de los presbíteros que nos precedieron, concluimos
la acción de gracias en comunión con ellos (y aquí terminamos la
carta para Vos): A Dios Padre, y al Hijo nuestro Señor Jesucristo,
con el Espíritu Santo, gloria y potencia por los siglos de los siglos.
Amén'... Pero también Clemente de Roma, aunque de manera
bastante arcaica, dice: 'Vive Dios, y el Señor Jesucristo, y el Espíritu
Santo'. En cuanto a Ireneo, cercano como está a los apóstoles,
escuchemos de qué manera hace mención del Espíritu Santo en su
tratado Contra las herejías: 'A los desenfrenados -dice- y a los que
se dejan llevar de sus apetitos, con toda justicia el apóstol los llama
carnales'. Y en otro lugar también: 'Para evitar que al quedar
privados del Espíritu divino no logremos el reino de los cielos, el
Apóstol nos grita que la carne no puede heredar el reino de los
cielos... Y si para alguno también es digno de crédito, por su gran
experiencia, el palestino Eusebio, demostramos que él también usa
las mismas expresiones...dice, pues, animándose a sí mismo a
hablar: 'Invocando al Dios santo, iluminador de los profetas, o por
medio de nuestro Salvador Jesucristo, con el Espíritu Santo..."

S. Basilio, El Espíritu Santo XXX, 79:

"Y con esto ya es suficiente. En cuanto a ti, si lo dicho te basta,
sea esto el final del tratado sobre el tema. Pero si crees que falta
algo, nada impide que trabajes asidua y activamente en la
búsqueda, y así añadas algo al conocimiento haciéndote preguntas
sin ánimo quisquilloso. El Señor, efectivamente, bien por nosotros
bien por otros, dará cumplimiento a lo que falta, según el
conocimiento que el Espíritu concede a los que de él son dignos".


S. Basilio, Prólogos II (el juicio de Dios):

"Por la misericordia y el amor del Dios bueno al hombre, por la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, conforme a la acción del
Espíritu Santo, fui arrancado del error de la tradición de los
paganos; desde el inicio y desde mi más tierna edad fui iniciado por
mis padres cristianos; por ellos, desde la infancia, he conocido las
Sagradas Escrituras y éstas me han conducido al conocimiento de
la verdad. Cuando llegué a ser hombre, viajando frecuentemente y
ocupándome, como es natural, de muchos negocios, en las
diversas artes y ciencias observaba un gran consenso entre
aquellos que se ocupan cuidadosamente de cada una de ellas. Por
el contrario, únicamente en la Iglesia de Dios, por la cual Cristo
murió, y sobre la cual ha sido abundantemente derramado el
Espíritu Santo, veía a muchos en desacuerdo a propósito de las
Santas Escrituras... Y el Espíritu Santo, el que distribuye los
grandes y admirables carismas, el que realiza todo en todos, nada
dice de si mismo".

Del libro de san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo:
(Cap. 26, 61. 64: PG 32,179-182.186)


De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en
virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto
conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre
espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano,
así también la actuación del Espíritu es propia del alma
purificada. Así mismo, como reside la palabra en el alma, unas veces
como algo pensado en el corazón, otras veces como algo que se
profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo,
cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros
corazones: Abbá (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se
dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre
hablará por vosotros. Ahora bien, así como entendemos el todo
distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu
según la distribución de sus dones. Ya que todos somos
efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son
diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos ha sido
concedida. Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano:
«No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os
necesito» Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo
de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las
capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que
necesitan. Dios fue quien puso en el cuerpo los miembros, cada uno
de ellos como quiso. Y los miembros sienten la misma solicitud unos
por otros, en virtud de la comunicación espiritual del mutuo afecto
que les es propia. Esa es la razón de que cuando un miembro sufre,
todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le
felicitan. Del mismo modo, cada uno de nosotros estamos en el
Espíritu, como las partes en el todo, ya que hemos sido bautizados
en un solo cuerpo, en nombre y virtud de un mismo Espíritu. Y como
al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el
Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la
actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que
puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la samaritana.
Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región,
pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la
hizo cambiar de manera de pensar, al decirle que había que adorar
en Espíritu y verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo
como la verdad. De la misma manera que decimos que la adoración
tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre,
decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que
el Espíritu expresa en sí mismo la divinidad del Señor.Así pues, de
modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria
de Dios mediante la iluminación del Espíritu; y su huella nos
conduce hacia aquel de quien es huella y sello, sin dejar de
compartir el mismo ser.
........................

Del libro de san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo.
(Cap. 9, 22-23: PG 32,107-110):


¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no
siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la
naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de
verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso,
Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.
Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de
santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una
vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los
ayuda en la consecución de su fin propio y natural.
El es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser
racional como una luz para entender la verdad.
Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su
bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a
los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con
la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la
proporción de la fe.
Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en
cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división,
deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza
del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si
fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el
mar.
Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de
recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos
gracias abundante y completa; todos disfrutan de él en la medida en
que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la
proporción con que él podría darse.
Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son
conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud llegan a
la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus
culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.
Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes
cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como
una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu
Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a
los demás.
De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo
futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto,
la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con
los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de
aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a
Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que
el hombre llegue a ser como Dios.
........................

De las homilías de san Basilio Magno, obispo (Homilía 20, sobre
la humildad, 3: PG 31, 530-531):



No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su
fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.
Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre?
¿Dónde halla su grandeza? Quien se gloria -continúa el texto
sagrado-, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que
soy el Señor.
En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su
dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y
adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la
gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en
el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha
hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y
así -como dice la Escritura-: ´El que se gloríe, que se gloríe en el
Señor.
Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo
perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de
nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de
ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.
En esto precisamente se gloria Pablo, en despreciar su propia
justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de
Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su
resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su
misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de
entre los muertos.
Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te
queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza
consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en
Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado
en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.
Y es el mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la
actividad para realizar su designio de amor. Y es Dios también el
que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano
destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en
nuestros trabajos. He trabajado más que todos -dice Pablo-;
aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En
nuestro interior -dice también el Apóstol- dimos por descontada la
sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino
en Dios que resucita a los muertos. Él nos salvó y nos salva de
esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá
salvando.




           Sentencias de Amma Sara


     21- Una vez a la beata Sara le preguntaron: ”¿Cuál es la vía estrecha y angosta?”. Ella respondió: “La vía estrecha y angosta es practicar la hesiquia y el silencio, ayunar, vigilar, dedicándose a la lectura de la Sagrada Escritura y hacer reverencias hasta quedar totalmente agotada. La vía estrecha y angosta es permanecer en la celda dejándola únicamente para ir a la sinaxis, renunciando a la propia voluntad por Dios, porque es precisamente esto lo que decía el apóstol al Señor: Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido”.
     22- La beata Sara decía:” Los santos han trabajado bien en el mundo, por eso tuvieron paz”. Dijo esto para que viviendo en el mundo no se preocuparan de las cosas del mundo.
      23-  Decía además:” Si con fatiga inmensa invocamos a Dios, Él viene a nosotras, pero si practicamos la hesiquia, Él permanece con nosotras”.
    24- Y dijo todavía:”Los comportamientos siguientes alejan del alma el recuerdo de Dios: la palabrería, la búsqueda de placer, la risa, el alejamiento de la celda, las ataduras con los hombres, la ira, el abandono de la lectura de la Santa Escritura y de la meditación, la preocupación del mundo, el olvido de la muerte. Todo eso hace que uno se aleje del recuerdo de Dios. La monja sabia, apenas se encuentra con uno de estos males, corre a repararlo, como celosa sierva de Dios, y de esta forma huye de la telaraña del maligno”.
      25-  Amma Sara dijo: “Mientras vivas no te enorgullezcas por haber hecho alguna cosa buena, pues el enemigo tras del orgullo entra en tu corazón, llevándote hacia una pasión que te deshonra”.
     26- Y decía: “Alabemos al Único y todos nos alabarán. Si olvidamos al Único, o sea, a Dios, todos nos despreciarán y así acabaremos en el fuego del infierno”.

   27-Decía:“Las palabras del Señor: Estaba en la prisión y habéis venido a verme, tienen este significado: permaneced en la celda recordando a Dios hasta el último respiro”.

11 de mayo de 2016

La misericordia de Dios se mostró
en Jesucristo

De la Carta a Diogneto
Lectura bíblica: Rm 3, 21-26

La Carta a Diogneto
Desconocemos el autor de esta famosa carta, probablemente del siglo
tercero, dirigida a un importante personaje del mundo pagano y que despliega
las razones por las que vale la pena ser cristiano.

Comentario
El argumento de este pasaje de la Carta a Diogneto se hace eco de la
epístola de Pablo a los romanos: sin mérito ni razón de nuestra parte,
sino tan sólo por su inexplicable bondad, Dios nos ha concedido una
vida nueva en Jesucristo. El autor saborea hasta el fondo la profunda
novedad de su fe cristiana y se siente movido a gratitud, esperanza y
alegría. ¿Podrá este antiguo autor contagiarnos con su fresca sensibilidad
para apreciar tan grande don?
Nadie jamás ha visto ni ha conocido a Dios, pero él ha querido
manifestarse a sí mismo. Se manifestó a través de la fe, que es la única a
la que se le concede ver a Dios. Porque Dios, Señor y Creador de todas
las cosas, que todo lo hizo y todo lo dispuso con orden, no sólo amó a los
hombres, sino que también fue paciente con ellos. Siempre lo fue, lo
es y lo será: bueno, benigno, exento de toda ira, veraz; más aún: él
es el único bueno. Después de haber concebido un designio grande,
incapaz de ser expresado con palabras humanas, se lo comunicó a su
único Hijo.
Mientras mantenía oculto su sabio designio y lo reservaba para sí, parecía
abandonarnos y olvidarse de nosotros. Pero, cuando lo reveló por medio
de su amado Hijo y manifestó lo que había establecido desde el principio,
nos dio juntamente todas las cosas: participar de sus beneficios y ver y
comprender sus designios. ¿Quién de nosotros hubiera esperado
jamás tanta generosidad?
Dios, que todo lo había dispuesto junto con su Hijo, permitió que hasta el
tiempo anterior a la venida del Salvador viviéramos desviados del camino
recto, atraídos por los deleites y placeres deshonestos, y nos dejáramos
arrastrar por nuestros impulsos desordenados. No porque se complaciera
en nuestros pecados, sino que los toleraba. Ni es tampoco que Dios aprobara
aquel tiempo de maldad, sino que estaba preparando el tiempo actual
de justicia, a fin de que, demostrada nuestra culpabilidad en aquel
tiempo en que por nuestras propias obras éramos indignos de la
vida, fuéramos hechos dignos de ella por la bondad de Dios, reconociendo
así que por nosotros mismos no podíamos entrar en el
reino de los cielos, pero que esto se nos concedía como un don de
Dios.
Pues cuando nuestra maldad había colmado la medida y se hizo plenamente
manifiesto que por ella merecíamos el castigo y la muerte, llegó en cambio
el tiempo establecido por Dios para manifestar su bondad y su poder ¡oh
inmenso amor de Dios a los hombres! y no nos odió ni nos rechazó ni
se vengó de nuestras ofensas, sino que nos soportó con grandeza de ánimo
y paciencia, apiadándose de nosotros y cargando él mismo con nuestros
pecados. Nos dio a su propio Hijo como precio de nuestra redención:
entregó al que es santo para redimir a los impíos, al inocente por los malos,
al justo por los injustos, al incorruptible por los corruptibles, al inmortal por
los mortales. Y ¿qué otra cosa hubiera podido encubrir nuestros pecados
sino su justicia? Nosotros que no amamos a Dios ni al prójimo y somos
malos, ¿en quién hubiéramos podido ser justificados sino únicamente en
el Hijo de Dios?
¡Oh admirable intercambio, mediación incomprensible, beneficios inesperados:
que la impiedad de muchos sea encubierta por un solo justo y que la

justicia de un solo hombre justifique a tantos impíos!


         Sentencias de Amma Sara

   11-      Y también decía: “Se que la escasez del pan y el ayuno consumen el cuerpo, pero la vigilia lo agota más que el ayuno”.
   12-      La beata Sara decía: ”No hay nada que calme tanto el alma como la ausencia de pan y de agua. Cuando un enemigo asedia una cuidad busca apoderarse de la comida y del agua y este es el resultado: la rendición de los ciudadanos. Es así como cada monje, si se deja llevar de la avidez de la comida y del agua, no puede huir de los pensamientos malos”.
   13-      Dijo además: ”Si el hombre recordase lo que dice la Escritura: Por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado, escogería como lo mejor el silencio”.
   14-      La bienaventurada Sara dijo: “Quien comparte comida y bebida y habla con un hombre ya ha estado vencido en su mente. Verdaderamente, nosotras, monjas ¿nos podemos permitir ser así de libres con los hombres y hablar tranquilamente con ellos? Jesucristo decía: Si no hubieses venido y no hubieses hablado con ellos, no habrías tenido ningún pecado; pero ahora no tenéis ninguna excusa para vuestro pecado. Así, pues, nosotras, viejas, que hemos visto muchas cosas en la vida y hemos superado tantas tentaciones y sufrimientos, os pedimos, jóvenes monjas, que siempre huyáis del rostro de los hombres, aunque sean vuestros hermanos. Aquellas que ahora no nos escuchan atentamente serán descubiertas en su pecado y en el día del juicio seremos testimonio de su culpa”.
   15-      Decía además: “El hombre no debe caer nunca en las siguientes tentaciones: la lujuria y juzgar al prójimo. Cuando el enemigo asedia furtivamente, debes arrodillarte y llorando pedir a Dios que te libre de ellas. Y Dios te librará”.
   16-      Una monja fue donde estaba la beata Sara y le dijo: “Ora por mí, Señora mía”. La beata responde: ”Ni Dios, ni yo podemos tener misericordia si tú no la buscas por ti misma haciendo buenas obras como nos han enseñado los padres santos”.
   17-      Una monja preguntó a Amma Sara: “Dime, Señora mía, ¿cómo podría salvarme?”. Sara respondió: “Sé como si estuvieses muerta, sin tener ninguna preocupación por las cosas del mundo, practica la hesiquia en tu celda y acuérdate solo de Dios y de la muerte. ¡Sólo así te salvarás!”.
   18-      Un día una monja visitó a Amma Sara llevándole comida y vino. La beata la cogió toda, excepto el vino, y dijo: “¡Quita de mi vista esta muerte!” Después miró a la monja y le dijo: “¿Cómo te has permitido tocar el vino, olerlo? ¿No has oído qué ruina cayó sobre Noé y Lot por culpa del vino?” La monja respondió: “Señora mía, si no bebo vino mi vientre se disgusta”. La beata dijo: “Si tú no te sacias, si te vuelves enjuta como árbol seco, ¿cómo podrá bajar la gracia divina sobre tu alma? ¡Teme a Dios! Tú, tan joven, ¿cómo osas beber vino? Estoy desde hace cincuenta y nueve años en esta celda y, gracias a Dios, el vino nunca lo he probado. Al inicio de la vida monástica el diablo me tentaba fuertemente con él: me produjo una grave enfermedad que duró tres años, me infligía crueldades que no me atrevo a explicártelas. Pero me opuse con la ayuda de Dios y pude deshacerme de esta tentación. Recuerda, si tú no soportas sobre la tierra el peso de los dolores por Dios, ¿cómo el Señor podrá recompensarte en el día del juicio?”. La beta se levantó y después de haber pronunciado una oración, despidió a la monja”.
   19-      Una vez se presentó una monja ante la beata Sara y dijo: “Señora mía, ¿por qué no me dejan los pensamientos lujuriosos?” Sara respondió: “Porque están en tu interior, cambia tu alma y éstos desaparecerán”.
   20-   Una monja estaba trabajando el día de un santo mártir. Otra monja la vio y dijo: “¿Por qué estás trabajando, hoy que es la fiesta de un mártir santo?” La monja respondió: “Es verdad, fue en aquel día cuando un sirvo de Dios tuvo gravísimos trabajos y dolores, por eso debo continuar trabajando por Dios, para tener la comida y no ser un peso para nadie, y para tener alguna cosa con que dar la limosna a quien tiene necesidad y aliviar su fatiga”.


Continuará en próxima publicación

6 de mayo de 2016

El misterio de la Encarnación
De las Cartas de San León Magno, papa
Lectura bíblica: Col 1, 15-20

San León Magno (¿-461)
Electo obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro en el año 440,
convenció en 452 al temible rey de los Hunos, Atila, para que desocupara
los territorios que había conquistado; tres años más tarde persuadió
también a Genserico, rey de los Vándalos, para que no saqueara Roma.
El Papa salvó así de la destrucción la gran herencia cultural de Grecia y
Roma. Como pontífice defendió la fe católica ante diversas herejías y
reafirmó la potestad del sucesor de Pedro como cabeza de la Iglesia
universal. El texto suyo que a continuación ofrecemos fue leído en el
Concilio de Calcedonia (451) y los obispos allí reunidos solemnemente
exclamaron: “Esta es la fe de los Padres, esta es la fe de los apóstoles;
así lo creemos. San Pedro ha hablado por boca de León”. Se conservan
125 cartas doctrinales y administrativas suyas y 97 sermones.

Comentario

Este pasaje refleja un punto de maduración en la doctrina sobre
Jesucristo: el Hijo eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima
Trinidad, se manifestó de manera indirecta a través de los patriarcas y
profetas del Antiguo Testamento, hasta encarnarse definitivamente en la
Virgen María por la fuerza del Espíritu Santo. Uniendo en sí la naturaleza
humana y la divina y participando nosotros por el bautismo del misterio
de Cristo, renacemos por el Espíritu Santo para ser liberados de las
fuerzas del mal que nos oprimen.
De nada nos serviría afirmar que nuestro Señor, el Hijo de la Virgen María,
es hombre verdadero y perfecto si no creyésemos además que es hombre
perteneciente a aquella línea de antepasados mencionada en el Evangelio.
Mateo, en efecto, dice: Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abrahán; y sigue el orden de su generación humana hasta llegar a José,
con quien estaba desposada la Madre del Señor.
Lucas, en cambio, siguiendo un orden inverso, se remonta al origen del
género humano, para mostrar que el primer Adán y el nuevo Adán tienen
una misma naturaleza.
El Hijo de Dios, en su poder sin límites, hubiera podido manifestarse, para
instruir y justificar a los hombres, como se había manifestado a los patriarcas
y profetas, es decir, bajo diversas apariencias humanas, como, por
ejemplo, cuando entabló una lucha o mantuvo una conversación, o cuando
no rechazó la hospitalidad que le ofrecían y tomó el alimento que le presentaban.
Todas estas figuras eran como profecía y anuncio misterioso
de aquel hombre que debía asumir, de la descendencia de esos mismos
patriarcas, una verdadera naturaleza humana. Pero todas estas
figuras no podían realizar aquel misterio de nuestra reconciliación prefijado
antes de los tiempos, porque el Espíritu Santo no había descendido aún
sobre la Virgen ni el poder del Altísimo la había aún cubierto con su sombra;
solamente cuando la Sabiduría eterna, edificándose una casa en el
seno purísimo de la Virgen, se hizo hombre pudo tener cumplimiento este
admirable designio; y, uniéndose la naturaleza humana y la divina en
una sola persona, el Creador del tiempo nació en el tiempo, y aquel
por quien fueron hechas todas las cosas empezó a contarse entre las criaturas.
Pues si el nuevo hombre, sometido a una existencia semejante a la
de la carne de pecado, no hubiera llevado sobre sí nuestros pecados,
si el que es Dios como el Padre no se hubiera dignado tomar la
condición humana de una madre y si libre de todo pecado no hubiera
unido a sí nuestra naturaleza, la cautividad humana continuaría sujeta
al yugo del demonio; y tampoco podríamos gloriarnos de la victoria del
Vencedor si ésta hubiera sido obtenida en una naturaleza distinta a la
nuestra.
El sacramento de la renovación de nuestro ser nos ha hecho partícipes de
estos admirables misterios, por cuanto el mismo Espíritu, por cuya
virtud fue Cristo engendrado, ha hecho que también nosotros
volvamos a nacer con un nuevo nacimiento espiritual.
Por eso el evangelista dice, refiriéndose a los creyentes: Ellos traen su
origen no de la sangre ni del deseo carnal ni de la voluntad del hombre,
sino del mismo Dios.




SENTENCIAS DE AMMA SARA

Pocas cosas sabemos de Amma Sara: que vivió unos sesenta años en Alejandría, en la parte oriental del Nilo, entre Escete y Pelusio, y tuvo contacto con el Abba Pafnucio.
Conocía muy bien las costumbres del desierto. Sus apotegmas, que son diez, nos hablan de ayunos extraordinarios y muestran un espíritu digno de los más sabios  dando consejos. Fue muy venerada y se le dio el título de madre. Junto a Amma Sinclética son consideradas las precursoras de la vida solitaria de la “Ancrene Riwle”, regla inglesa de las mujeres eremíticas del siglo XIII.
1-      Se cuenta de Amma Sara que fue tentada durante trece años por el demonio de la fornicación, y que jamás oró para que la tentación cesara, sino que elle dijo siempre: ¡Oh mi Dios dame fuerzas!
2-      Se decía también que el mismo espíritu de fornicación la tentó con vehemencia, ofreciéndole las vanidades del mundo. Pero no abandonando ni el temor de Dios ni la ascesis, subió un día a su habitación para rezar. Y el espíritu de fornicación se le apareció corporalmente y le dijo: ”Sara, tú me has vencido”. Pero ella dijo:”No he sido yo quien te he vencido, sino mi maestro el Cristo”.
3-      Se cuenta de Amma Sara que pasó sesenta años al lado del río y que nunca se inclinó para mirarlo.
4-      En otra circunstancia dos importantes viejos anacoretas del Pelusio fueron donde estaba Sara. De camino, decían entre sí: ¡Humillemos a esta vieja! Cuidado-la pusieron en guardia-de no enorgullecerte pensando: Los anacoretas han venido a verme a mí que soy una mujer. Físicamente-replicó Sara-soy una mujer, pero no en el razonamiento
5-      Amma Sara dijo: “Si rezo a Dios que todos los hombre estén contentos de mí, me encontraré en la condición de inclinarme ante la puerta de cada uno. Imploraré que mi corazón sea puro con todos”.
6-      Dijo además: “Pongo el pie en la escalera para subir y la muerte bajo mis ojos antes de ir allí”.
7-      Decía todavía: ”Es bueno pedir limosna aunque sea para los hombres. En efecto, con la intención de servir a los hombres se consigue hacer alguna cosa agradable a Dios”.
8-      Una vez unos monjes de Escete fueron a Amma Sara, y ésta les ofreció un cesto de fruta. Ellos se echaron encima de la buena mujer y tomaron las más maduras y maltrechas. Es verdad que sois de Escete, comentó la mujer.
9-      La bienaventurada Sara dijo: “Temo tres cosas: cuando el alma deje el cuerpo, cuando me presente ante Dios y cuando emita sobre mí su veredicto en el día del juicio final. Sólo de pensarlo tiemblo del terror”.
10-   Una vez Amma Sara vio una joven monja que reía, y le dijo: ”No rías, hermana, porque riendo alejas el temor de Dios y te sometes a las risas del diablo”.
Continuará en próxima publicación.


2 de mayo de 2016

TALLER LITÚRGICO
Monjas Ermitañas

.Confección de ornamentos litúrgicos, manteles de altar, corporales, palias, purificadores, manutergios, albas, paños de hombros.




.Elaboración de hostias artesanales.
                                                       
.Restauración de imágenes religiosas.

.Artesenías: rosarios, pintura en madera y en tela.

ANTES
DESPÚES
                                                                                   
Cristo es el cumplimiento
de las promesas de Dios

De los Comentarios de San Agustín, obispo, sobre los salmos
Lectura bíblica: 2 Co 1, 18-22

San Agustín (354-430)

Se convirtió a la fe católica escuchando las predicaciones de San
Ambrosio en Milán en el año 387; tras recibir de sus manos el bautismo,
se consagró en adelante a la vida cristiana. Antes de su conversión tuvo
que recorrer un tortuoso camino en búsqueda de la verdad. Hijo de padre
pagano y madre católica, nació en Tagaste, pequeña ciudad del norte
de África perteneciente al imperio romano; desde niño mostró gran
talento y sus padres se esforzaron por ofrecerle la mejor educación posible.
Después de su conversión regresó al Africa, donó sus bienes a los
pobres y se retiró con un grupo de amigos suyos a una finca, para vivir
con sencillez y dedicarse a la oración y al estudio de la Sagrada Escritura.
Pero el pueblo católico de Hipona solicitó al obispo Valerio que lo
ordenara sacerdote; después trabajó como asistente suyo y llegó a ser
su sucesor. Pastorear su diócesis le exigía tiempo y sin embargo logró
escribir innumerables obras teológicas de gran riqueza y profundidad.
Es uno de los maestros de la Iglesia de mayor influencia en la historia
del cristianismo.

Comentario

San Agustín abarca aquí de una sola mirada toda la historia de la salvación.
Las promesas de Dios en el Antiguo Testamento se han cumplido
en Jesucristo. Aguardamos ahora en esperanza la consumación de la
creación. Los dones derramados sobre la humanidad en Cristo nos
mueven al amor de Dios, pues el amor invita al amor.
Dios estableció el tiempo de sus promesas y la época de su cumplimiento.
El periodo de las promesas abarcó desde el tiempo de los profetas hasta
Juan Bautista; desde éste hasta el fin es el tiempo de su cumplimiento.
Fiel es Dios, que se constituyó en nuestro deudor; no porque haya recibido
algo de nosotros, sino porque nos prometió tan grandes bienes. La
promesa le pareció poco; por eso quiso obligarse por escrito, firmando,
por decirlo así, un documento que atestiguara sus promesas, para que,
cuando comenzara a cumplir las cosas que prometió, viésemos en ese
escrito en qué orden se cumplirían. El tiempo de las profecías era, como
muchas veces lo he afirmado, el del anuncio de las promesas.
Prometió la salvación eterna, la vida bienaventurada y sin fin en compañía
de los ángeles, la herencia imperecedera, la gloria eterna, la dulzura de la
contemplación de su rostro, su templo santo en los cielos y, como
consecuencia de la resurrección, la ausencia total del miedo a la muerte.
Ésta es, en cierto modo, su promesa final, hacia la que tienden todos
nuestros cuidados, porque una vez que la hayamos alcanzado ya no
buscaremos ni exigiremos ninguna otra cosa. También manifestó en qué
orden se cumplirían sus promesas y profecías hasta alcanzar ese último
fin.
Prometió la divinidad a los hombres, la inmortalidad a los mortales, la
justificación a los pecadores, la glorificación a criaturas despreciables.
Sin embargo, hermanos, como a los hombres les parecía increíble la
promesa de Dios de sacarlos de su condición mortal -de corrupción, bajeza,
debilidad, polvo y ceniza- para asemejarlos a los ángeles, no sólo firmó
una alianza con los hombres para moverlos a creer, sino que también
estableció un mediador como garante de su fidelidad; y no estableció como
mediador a cualquier príncipe o a un ángel o arcángel, sino a su Hijo único.
Y por él nos mostró el camino que nos conduciría hacia el fin prometido.
Pero no bastó a Dios indicarnos el camino por medio de su Hijo:
quiso que Él mismo fuera el camino, para que, bajo su dirección, tú
caminaras por él. Por tanto, el Hijo único de Dios tenía que venir a los
hombres, tenía que hacerse hombre y, en su condición de hombre, tenía
que morir, resucitar, subir al cielo, sentarse a la derecha del Padre y cumplir
todas sus promesas en favor de las naciones. Y, después del
cumplimiento de estas promesas, cumplirá también la promesa de
venir otra vez para pedir cuentas de sus dones, para separar a los que se
hicieron merecedores de su ira de quienes se hicieron merecedores de su
misericordia, para castigar a los impíos, conforme lo había amenazado, y
para recompensar a los justos, según lo había prometido.
Todo esto debió ser profetizado y anunciado de antemano para que no
atemorizara a nadie si acontecía de repente, sino que, siendo objeto de

nuestra fe, lo fuese también de una ardiente esperanza.