26 de abril de 2016

Cómo leer
y estudiar las Escrituras

De los Libros de las Sentencias de San Isidoro, obispo
Lectura bíblica: Pro 1, 20 – 2, 5

San Isidoro (560-636)
Nació en España y llegó a ser Arzobispo de Sevilla; fue una de las figuras
más destacadas de su época y autor de muchísimos libros. Convocó
y presidió varios concilios provinciales, de los que surgieron sabias orientaciones
para la vida de la Iglesia.

Comentario

Esta densa página nos ofrece todo un sabio método de lectura bíblica:
en primer lugar, aplicarnos a conocer y entender los textos sagrados;
luego, meditarlos desde el corazón, buscando captar con todo nuestro
ser su mensaje, y, por último, poner por obra sus enseñanzas. ¿De qué
nos serviría leer y estudiar la Biblia, si no la ponemos en práctica? Tan
sólo practicándola, podemos finalmente entenderla; necesitamos también
“orarla”, pues sin el auxilio de Dios, su palabra permanece estéril.
La oración nos purifica, la lectura (de la Escritura) nos instruye; ambas
cosas son buenas, si podemos practicarlas; si no podemos, hay que preferir
la oración a la lectura.
El que quiera estar siempre unido a Dios debe orar y leer (la Escritura)
con frecuencia. En efecto, cuando oramos, hablamos nosotros a
Dios; cuando leemos, es Dios quien nos habla a nosotros.
De la lectura y la meditación deriva todo provecho. Con la lectura
aprendemos aquello que ignoramos, con la meditación lo
conservamos.
Una doble utilidad nos proporciona la lectura de la Sagrada Escritura:
instruye nuestra mente y, además, nos aparta de las vanidades del mundo
y nos conduce al amor de Dios.
Un doble objetivo hay que buscar en la lectura: en primer lugar, cómo hay
que entender la Sagrada Escritura; en segundo lugar, cómo hay que predicarla
a los demás con provecho y dignidad. Por esto, lo primero ha de ser
el interés por entender lo que uno lee, para así estar en condiciones de
comunicar lo que ha aprendido.
El lector prudente estará dispuesto a cumplir lo que lee, más que a
saberlo, porque es menor la responsabilidad del que ignora a dónde se
ha de dirigir, que la del que, sabiéndolo, no lo hace. Así como, al leer, nos
esforzamos en saber, así también debemos poner por obra las cosas
buenas que hemos aprendido leyendo.
Nadie puede conocer el sentido de la Sagrada Escritura si no se familiariza
con ella, tal como está escrito: Conquístala, y te hará noble; abrázala, y te
hará rico.
Cuanto más constante sea el trato con la palabra divina, más abundante
será la comprensión de la misma; como la tierra, que, cuanto más se cultiva,
tanto más fruto produce. Algunos tienen dotes naturales de inteligencia,
pero descuidan la lectura sagrada; y así, por no dedicarse, se pierden todo
lo que hubieran aprendido si se hubiesen dedicado a la lectura. Otros, en
cambio, tienen el deseo de saber, pero se ven obligados a luchar con sus
pocas luces naturales; éstos, con todo, por su constancia en la lectura,
llegan a saber lo que aquellos otros, por su flojera, no conocen.
Así como el que tiene una inteligencia retardada recibe el premio de su
buena intención y de su esfuerzo, así también el que desprecia los dones
de inteligencia que Dios le ha otorgado se hace reo de culpa, por no apreciar
debidamente el don de Dios y haberlo dejado inactivo por flojera.
La doctrina, sin la ayuda de la gracia, aunque resuene en los oídos,
nunca penetra el corazón; hace ruido por fuera, pero en nada
aprovecha interiormente. En cambio, cuando la gracia de Dios toca
interiormente el alma y le abre la inteligencia, entonces es cuando la palabra
de Dios pasa desde los oídos a lo más íntimo del corazón.
Continuación Sentencias de Amma Teodora

31- Decía también: “Hay dos cosas grandes e importantes que hacer, a quien consiga cumplirlas, la gracia de Dios le librará de todas las pasiones”. Todo esto lo decía en relación con la oración.
32- Amma Teodora dijo: “La hesiquia, el silencio y la oración sanan bien y con rapidez la mente. De la misma forma que no se puede ver el reflejo del rostro, aunque sea bello, sobre la superficie del agua turbia, así sucede en el alma, no se ven los pecados sin la hesiquia, el silencio y el ayuno. Y no hay posibilidad de salvación”.
33- Un día Amma Teodora preguntó a Amma Sinclética: “¿Por qué la lucha de los demonios contra nosotros es tan fuerte? “Porque a veces somos débiles en aquello que es el principio de todas las virtudes, o sea, la hesiquia unida al silencio y a la perseverancia”.
34- Amma Teodora preguntó a la bienaventurada Matrona: “Indícame, por favor, una virtud con la cual podría adquirir y seguir todas las otras virtudes y salvar mi alma”. Matrona respondió: “Si practicas la hesiquia y el silencio, huyendo de toda atadura con el hombre, y permaneces en esta privación, orando por obtener la gracia de Dios, en el día del juicio tu alma será salvada”. Teodora hizo otra pregunta: “¿Sería bueno que yo dejase de comer la comida y beber vino que me plazca?”. Respondió Matrona: “Sí, estaría muy bien. ¿No has oído que los grandes padres gloriosos solamente comían pan y agua y de este modo vencieron las pasiones y fueron santos? ¿Cómo osas tú, joven, continuar bebiendo vino saciando tu vientre? Ve, jovenzuela, y haz aquello que acabas de oír”.  
35- Una monja dijo a Amma Teodora: “Querría salvar mi alma”. Teodora respondió: “¿Cómo podemos salvar el alma, si tenemos abierta la puerta de nuestra lengua? No podremos salvarnos si no nos ceñimos al silencio y a la oración”
36- Decía también: “De un hábito malo, especialmente si es viejo, uno se libra con gran esfuerzo. Quien consiga desarraigarlo para siempre a través de la hesiquia y del silencio, se salvará. Si es vencido, se destruirá. ¡Ay de esta alma!”.
37- Amma Teodora dijo: “Uno de los santos padres decía que había, en tiempos antiguos, un monje que practicaba la hesiquia y el silencio, oraba continuamente sin hacer nada más, pero cada tarde encontraba sobre la mesa de la refección un pan, lo comía y después volvía a orar dando gracias a Dios. Un día se le acercó un monje, que sentado a su lado hacía trabajos manuales. También nuestro asceta se puso a trabajar junto a él. Llegó la tarde y el monje no encontró más el pan encima de la mesa como de costumbre, se entristeció y se fue con hambre. Durante la noche oyó una voz que decía:” Mientras tú te ocupabas de mí, yo te alimentaba. Ahora después de haberte puesto a trabajar, satisface tus necesidades con el trabajo”. Sabiendo todo esto, amadas hermanas, madres e hijas, practiquemos la hesiquia, el silencio y la oración, salvando así nuestras almas de las flechas del maligno”.
38- Amma Teodora decía:” El ayuno modera el cuerpo, la vigilia purifica el discernimiento, la oración nos une a Dios”.
39- Y dijo también: “Es bueno tener la manos en alto durante la oración y suplicar a Dios porque el alma, después de haber dejado el cuerpo, supere los obstáculos que tratarán de impedirle llegar a la esfera celeste”.
40- Amma Teodora dijo: “Aquellas que quieran preservar su cuerpo en la castidad y presentar a Dios su mente pura, tienen que pasar sus días en la beatitud de la hesiquia, permaneciendo siempre en la celda sin tener ningún contacto y ni palabras con los hombres. Únicamente de esta forma se puede conseguir la auténtica hesiquia. También yo, al inicio de mi camino espiritual, por tres años me vi tentada por el demonio de la lujuria que me inducía a la visión de un hombre con quien estaba obligada a hablar. Cada día permanecía, por este motivo, en el dolor y la aflicción. Pero luchaba contra el maldito diablo con la oración, el ayuno, la hesiquia, y, al fin, gracias a Dios, he podido borrar todo recuerdo de aquel hombre y su rostro. Os cuento todo esto, amadas madres y hermanas, para que os guardéis del maligno y defendáis vuestras almas. Son fuertes las insidias del diablo que odia el bien”.  
 41- Y dijo además: “Escuchadme, hermanas mías, no compenséis la carencia de la comida con un sueño abundante. Esta postura no es racional. Que nuestra virtudes estén unidas siempre a la discreción”. 
 Continuará en próxima publicación.
   

  

22 de abril de 2016

Jesucristo es la Palabra
viva del Padre

De las Instrucciones de San Columbano, abad

Lectura bíblica: Jn 7, 37-39

San Columbano (540-615)

Nació en Irlanda hacia el año 540 y murió en Italia en el 615. Fue monje
misionero enamorado de la Biblia y en su madurez fundó una serie de
monasterios en Francia, que irradiaron cultura y espiritualidad. Se opuso
a la corrupción de la corte y del clero de Borgoña y enfrentó la oposición
de los obispos franceses, viéndose obligado a recurrir al Papa Gregorio
I. El rey Teodorico II lo echó de su territorio en 610, teniendo que huir
hacia Suiza, donde misionó a una tribu germánica aún pagana. Forzado
nuevamente a abandonar su territorio de misión, se encaminó hacia Italia,
donde entre los años 612 y 614 fundó su último monasterio en Bobbio.
San Columbano fue maestro en la fe de una Europa que, tras la caída
del imperio romano, había retrocedido a la barbarie.

Comentario
Esta página exhorta a un amor ferviente y apasionado por Jesucristo,
fuente y pan de vida. Amor que cuanto más recibe, más anhela y desea.
Amor que nunca se sacia y siempre está dispuesto a crecer. “Hemos de
desear siempre, hemos de buscar y amar siempre a aquel que es la
Palabra de Dios”.
Escuchen, amados hermanos, mis palabras; escúchenlas bien, como si
se tratara de algo que les es muy necesario; vengan a saciar su sed con el
agua de la fuente divina de la que les voy a hablar; deseen este agua y no
dejen que su sed se acabe; beban y no se crean nunca saciados; nos está
llamando el que es fuente viva, el que es la fuente misma de la vida nos
dice: El que tenga sed que venga a mí, y que beba.
Entiendan bien de qué bebida se trata: escuchen lo que, por medio de
Jeremías, les dice aquel que es la misma fuente: Me han abandonado a
mí, la fuente de aguas vivas -oráculo del Señor-. El mismo Señor, nuestro
Dios Jesucristo, es la fuente de la vida, por ello nos invita a sí como a
una fuente para que bebamos de él. Bebe de él quien lo ama, bebe de él
quien se alimenta con su palabra, quien lo ama debidamente, quien
sinceramente lo desea, bebe de él quien se inflama en el amor de la
sabiduría.
Consideren de dónde brota esta fuente: brota de aquel mismo lugar de
donde descendió nuestro pan; porque uno mismo es nuestro pan y nuestra
fuente, el Hijo único, nuestro Dios, Cristo el Señor, de quien estamos
siempre hambrientos. Aunque nos alimentemos de él por el amor, aunque
lo devoremos por el deseo, continuemos hambrientos deseándolo.
Bebamos de él como si se tratara de una fuente, bebámoslo con un
amor que nos parezca siempre capaz de crecer, bebámoslo con toda
la fuerza de nuestros deseos y deleitémonos con la suavidad de su
dulzura.
Pues el Señor es suave y es dulce; aunque lo hayamos comido y lo
hayamos bebido, no dejemos de estar hambrientos y sedientos de
él, pues este manjar jamás es totalmente comido, ni esta bebida jamás
es agotada; aunque se le coma, jamás se consume; aunque se le
beba, jamás se le agota, porque nuestro manjar es eterno y nuestra
fuente perenne y siempre deliciosa. Por eso dice el profeta: Los que
estén sedientos, vengan a la fuente, pues esta fuente es la fuente de los
sedientos, no la de los que se sienten saturados; por ello, a aquellos que
tienen hambre -que son aquellos mismos a quienes en otro lugar proclaman
dichosos- los llama a sí y convoca a aquellos que nunca han quedado
saciados de beber, sino que cuanto más beben, más sedientos se sienten.
Por eso, hermanos, hemos de desear siempre, hemos de buscar y
amar siempre a aquel que es la Palabra de Dios, fuente de sabiduría,
que tiene su asiento en las alturas, en quien, como dice el Apóstol, están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia y que no
cesa de llamar a los que están sedientos de esta bebida.
Si estás sediento, bebe de esta fuente de vida; si tienes hambre,
come de este pan de vida. Dichosos los que tienen hambre de este pan
y sed de esta fuente; estos hambrientos y sedientos, por mucho que coman
y beban, siempre buscan saciar aún más plenamente su hambre y su sed.
Sin duda debe ser muy dulce aquel manjar y aquella bebida que por mucho
que se coma y que se beba continúa aún deseándose y cuyo gusto no deja
de excitar el hambre y la sed. Por ello dice el profeta rey: Gusten y vean
qué dulce, qué bueno es el Señor.
23- Amma Teodora dijo a una monja: “Quiero que sepas, hija mía, que si una monja trabase amistad con laicos y también con monjes, perdería aquella unión de cordialidad que la ata a Dios y acabaría bajo el poder de los demonios. La monja se llama monja porque va sola al encuentro con Dios, ama solamente a Dios”.
24- Una vez una monja fue donde estaba Amma Teodora y le pidió que opinara sobre la hesiquia. Y ella, con lágrimas, suspiró: “¡Oh hermana mía! ¡Me preguntas sobre la vida de los ángeles! Vivir en la hesiquia significa pasar la existencia en la celda teniendo siempre el corazón roto y el temor de Dios, preservando el alma del odio y de la vanidad. Genera las virtudes y como un escudo protege de las zarpas de los enemigos”. Después continuó diciendo: “¡Oh hesiquia y silencio, origen de la aflicción! ¡Oh hesiquia y silencio fuente del sufrimiento! ¡Oh hesiquia y silencio, espejo de los pecados! ¡Oh hesiquia y silencio, libertad de las lágrimas y del llanto! ¡Oh hesiquia y silencio, fuentes de la humildad! ¡Oh hesiquia y silencio, luces del alma! ¡Oh hesiquia y silencio, padres de la mansedumbre! ¡Oh hisiquia y silencio, interlocutores de los ángeles! ¡Oh hesiquia y silencio, introducción en la paz! ¡Oh hesiquia y silencio, guía para el discernimiento! ¡Oh hesiquia y silencio, espectadores de los pensamientos y asistentes de la razón! ¡Oh hesiquia y silencio, principio del ayuno, brida de la lengua, freno del vientre! ¡Oh hesiquia y silencio, fundamento de la oración, de la sagrada lectura, escondite de los pensamientos serenos! ¡Oh hesiquia y silencio, dulce juego, pruebas incesantes y cuidado incansable del continuo diálogo con Cristo: éstos ponen, día y noche, la muerte ante nuestros ojos! ¡Oh hesiquia y silencio, que día y noche esperan a Cristo y protegen nuestra inextinguible esperanza! Amando al Señor, cantarle siempre: ¡Mi corazón está preparado, Dios mío, mi corazón está ya preparado! ¡Oh hesiquia y silencio, sicarios de la lujuria que hacen llorar, y no reír, a todos aquellos que buscan el placer! ¡Oh hesiquia y silencio, enemigos de toda vergüenza y de toda prepotencia! ¡Oh hesiquia y silencio, huéspedes con Cristo! ¡Oh hesiquia y silencio, brida de las pasiones! ¡Oh hesiquia y silencio, lugar divino, árbol de la vida con los frutos del bien! Y ahora, amada hermana, ¿ves qué grandes y maravillosas son las obras de la sincera hesiquia y del sincero silencio?” La monja, emocionada, se arrodilló delante de Teodora y respondió:” Veo y me maravillo de la sabiduría que te ha sido dada por Dios y la fuerza de tus palabras. Mi alma ahora mira el camino recto hacia Dios, tú me la has salvado”. Teodora dijo:” ¡Bien, amada hermana! Si quieres salvar tu alma debes adquirir estas tres virtudes y, conociendo la generosidad de Dios, Nuestro Salvador, que fue crucificado por nosotros, creo que te salvarás. Peros sin estas virtudes la obra de la salvación no será nada fácil. Sería como si alguno con la oración intentase parar el sol, sería difícil aunque hayamos pronunciado los votos monásticos”
25- Amma Teodora decía: “Mientras el alma ama su cuerpo no puede amar a Dios, porque el Señor decía: Quien habrá hallado su vida, la perderá y quien la habrá perdido por causa mía la recobrará”.
26- Una monja preguntó a Amma Teodora: “No sé qué debo hacer, señora mía, mi lengua me hace desesperar, ya que no consigo frenarla cuando me encuentro entre la gente”. Teodora respondió: “Si no estás preparada para frenar tu lengua, busca la soledad y, habiendo escogido la hesiquia, conserva tu mente en el temor de Dios. ¡Alaba al Señor en el silencio! Solamente haciéndolo así podrás frenar la lengua y también las pasiones; y de esta forma, por gracia de Dios, te salvarás”.
27- Y decía: “Un monje debe ayunar con dureza, salmodiar con inteligencia, orar con el pensamiento limpio, suplicar a Dios con temor. El monje no debe nacer nunca nada que sea de este mundo, sino comprometerse únicamente en las cosas espirituales. Antes que nada debe callar continuamente. ¡Este es el monje!
28- Amma Teodora dijo: “Quien pierde oro o plata, lo puede encontrar otra vez, pero quien pierde el tiempo en la búsqueda de las cosas vanas de este mundo no lo encontrará nunca más. En la hora de la muerte serán muchos los remordimientos, su tiempo malogrado con los demonios”.
29- Y dijo: “Satanás es como un tejedor, construye su tela con los hilos que tú le traes”. Decía esto a propósito de las tentaciones. Y continuó: “Si olvidamos pensar en las cosas del mundo, el diablos nos daña, pero con un poco menos de virulencia”.  
30- Amma Teodora dijo una vez: “Si por Dios has renunciado a las cosas de la carne, ¿por qué continúas sintiéndote turbada por ellas? Verdad que no entiendes a la palabra de Señor, que dice: Quien ama al padre y a la madre más que a mí no es digno de mí. Para aquel que es indigno de Cristo, su destino será el infierno junto con los diablos. ¡Ojo con ese hombre!”.
Continuará en próxima publicación.

20 de abril de 2016

La palabra de Dios, fuente inagotable
de conocimiento y de vida

Del Comentario de San Efrén, diácono, sobre el Diatessaron

Lectura bíblica: Rm 11, 33-34; 1 Cor 2, 10

San Efrén (306-373)

De su inmensa obra teológica apenas nos quedan escasos fragmentos:
escribió comentarios a todos los libros de la Sagrada Escritura y abundantes
himnos litúrgicos. Poeta y teólogo, fue por excelencia el maestro
de la Iglesia siria, de manera que se le llamó “profeta de los Sirios” y
“arpa del Espíritu Santo”. Cuenta San Jerónimo que sus escritos se leían
en las reuniones eucarísticas después de la Sagrada Escritura. Nació en
Nísibis, al norte de Mesopotamia (hoy Irak) y se bautizó a los 18 años;
pasó un tiempo dedicado a la oración entre los monjes del desierto y
luego el obispo Jaime le ordenó de diácono, poniéndolo a cargo de su
escuela teológica. Toda su vida se dedicó a la formación cristiana de
adultos; murió en Edesa, donde fue consejero del obispo de aquella ciudad.
En 1920 el Papa Benedicto XV le declaró Doctor de la Iglesia,
constituyéndolo así en maestro de la Iglesia universal.

Comentario

Hay quienes, tras leer por encima las Sagradas Escrituras o apenas conocen
unos cuantos pasajes de memoria, pretenden no encontrar ya nada
nuevo en ellas. San Efrén nos muestra aquí la actitud interior con que
tendríamos que acercarnos a la Biblia: llenos de espíritu de humilde y
perseverante búsqueda, con asombro ante sus maravillas y gratitud por
sus enseñanzas e iluminaciones.
¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus
frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que
dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy
diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El
Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que
la estudie pueda ver en ella lo que más le guste. Escondió en su palabra
variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse
en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde
cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y
manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron –dice el Apóstol- el
mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra
no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de
pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha
podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a
ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie,
sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la
riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin
entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra
cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente.
La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque,
si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener
sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se
secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia
sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado
es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un
determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si
perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo
que no puede ser sorbido de una vez, ni te desmotives por pereza de lo
que puedes ir tomando poco a poco.

18 de abril de 2016

SENTENCIAS DE AMMA TEODORA
(continuación)


12- Amma Teodora dijo:Ama el silencio más que la conversación, el silencio es el tesoro de los monjes, la conversación lo gasta".
13- Y decía: “Nosotras, que hemos hecho los votos monásticos, debemos salvaguardar nuestra castidad. Los laicos, a veces, pueden también custodiar la pureza, pero para ellos la castidad tiene relación con el cuerpo, en cambio que para nosotras es el valor integral del cuerpo y del alma. Sus sentimientos son faltos de la pureza”.
14- Decía además:”Un león es una aparición horrible para los asnos salvajes, así como un monje que practica la hesiquia y el silencio lo es para los pensamientos lujuriosos”.
15- Amma Teodora dijo:”El ayuno para el monje es como las bridas de un caballo. Bastaría llevarlas menos rígidas para que en el caballo se despertase su sementalidad”.
16- Dijo todavía:”El monje enjuto por el ayuno aleja del alma los abismos de las pasiones y seca los torrentes de la lujuria”.
17- Amma Teodora dijo:”El monje casto, venerado sobre la tierra, será coronado de gloria en los cielos ante Dios”.
18- Y dijo:”El monje que no consigue frenar la lengua, en el momento de la muerte conocerá toda su vergüenza”.
19- Y continuó diciendo:”El pecado de gula es el padre de la lujuria. Aquel que sabe dominar el vientre sabrá detener la lengua, todas las pasiones y la concupiscencia”.
20- Amma Teodora decidió no beber agua durante cuarenta días. Cuando hacía caldo, después de haber lavado la taza, tiraba el agua y la ponía ante sí misma. Melania le preguntó: “¿Por qué haces esto?” Teodora respondió: “Para resistir con mayor ardor, ya que tengo sed, y recibir después del Señor un reconocimiento más grande”.
21- Y decía: “La riqueza del alma es la hesiquia, el silencio y el ayuno. Busquemos adquirir estas tres virtudes para salvar nuestra alma”.
22- Amma  Teodora decía: “La hesiquía, el silencio, librarse de las cosas del mundo y la                 lectura de las enseñanzas de la Sagrada Escritura generan el temor de Dios y la castidad. La   enseñanza divina es la oración continua: ¡Señor mío, Jesucristo, olvida mis pecados, perdóname!¡Hijo de Dios ayúdame!”.
Contunuará en próxima publicación.

17 de abril de 2016






Las Sagradas Escrituras nos manifiestan
los misterios de Dios

Del Tratado de San Hipólito, presbítero, Contra la herejía de Noeto.

Lectura bíblica: Jn 1, 1-18

San Hipólito (¿-235)

Desconocemos lugar y fecha de su nacimiento, aunque sabemos que
fue discípulo de San Ireneo y compuso sus escritos entre los años 200 y
235 d.C. Es uno de los teólogos más antiguos de la Iglesia; fue presbítero
en Roma y se opuso en asuntos doctrinales al Papa Calixto (217-
222), a quien reprochaba excesiva indulgencia con los pecadores. Una
comunidad rebelde lo eligió Obispo de Roma en contra de Calixto y la
división se mantuvo durante los pontificados de Urbano y Ponciano, hasta
que el emperador Máximino (235-238) deportó a Hipólito junto con
Ponciano a Cerdeña, “la isla de la muerte”, donde ambos, condenados a
trabajos forzados, renunciaron al papado y se reconciliaron. Hoy se les
venera juntamente como mártires.

Comentario

Este pasaje de San Hipólito nos introduce de lleno en el misterio del
Dios creador, visible en la historia humana por medio de su Hijo Jesucristo
y que nos recrea por el Espíritu Santo. Para conocer a Dios debemos
familiarizamos con la Sagrada Escritura y por eso una de las principales
tareas de nuestra vida cristiana es profundizar en su conocimiento.
“La Iglesia –nos dice el Concilio Vaticano II- ha venerado siempre las
Escrituras como al cuerpo mismo de Cristo” (DV 21), porque a través de
ella recibimos el sacramento de su palabra de vida.
Hay un único Dios, hermanos, que sólo puede ser conocido a través
de las Escrituras santas. Por ello debemos esforzarnos por penetrar
en todas las cosas que nos anuncian las divinas Escrituras y
procurar profundizar en lo que nos enseñan. Debemos conocer al
Padre como él desea ser conocido, debemos glorificar al Hijo como el
Padre desea que lo glorifiquemos, debemos recibir al Espíritu Santo como
el Padre desea dárnoslo. En todo debemos proceder no según nuestro
capricho ni según nuestros propios sentimientos ni haciendo violencia a
los deseos de Dios, sino según los caminos que el mismo Señor nos ha
dado a conocer en las santas Escrituras.
Cuando sólo existía Dios y nada había aún que existiera con él, el
Señor quiso crear el mundo. Lo creó por su inteligencia, por su voluntad
y por su palabra; y el mundo llegó a la existencia tal como él lo quiso y
cuando él lo quiso. Nos basta, por tanto, saber que, al principio, nada
existía junto a Dios, nada había fuera de él. Pero Dios, siendo único,
era también múltiple. Porque con él estaba su sabiduría, su razón, su poder
y su consejo; todo esto estaba en él, y él era todas estas cosas. Y, cuando
quiso y como quiso, y en el tiempo por él mismo fijado de antemano,
manifestó al mundo su Palabra, por quien fueron hechas todas las cosas.
Y como Dios contenía en sí mismo a la Palabra, aunque ella fuera invisible
para el mundo creado, cuando Dios hizo oír su voz, la Palabra se hizo
entonces visible; así, de la luz que es el Padre salió la luz que es el
Hijo, y la imagen del Señor fue como reproducida en el ser de la
criatura; de esta manera el que al principio era sólo visible para el
Padre empezó a ser visible también para el mundo, para que éste, al
contemplarlo, pudiera alcanzar la salvación.
El sentido de todo esto es que, al entrar en el mundo, la Palabra quiso
aparecer como Hijo de Dios; pues, en efecto, todas las cosas fueron hechas
por el Hijo, pero él es engendrado Únicamente por el Padre.
Dios dio la ley y los profetas, impulsando a éstos a hablar movidos por el
Espíritu Santo, para que, habiendo recibido la inspiración del poder del
Padre, anunciaran su consejo y su voluntad.
La Palabra, pues, se hizo visible, como dice San Juan. Y repitió en resumen
todo lo que dijeron los profetas, demostrando así que es realmente la
Palabra por quien fueron hechas todas las cosas. Dice: Ya al comienzo de
las cosas existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra
era Dios; por ella empezaron a existir todas las cosas, y ninguna de las
que existen empezó a ser sino por ella. Y más adelante: El mundo empezó
por ella a existir; pero el mundo no la reconoció. Vino a los suyos y los
suyos no la recibieron

15 de abril de 2016

      SENTENCIAS DE AMMA TEODORA
(continuación)

6-Y dijo también:” La pura humildad y no las ascesis, las vigilias y ninguna otra fatiga sirve a la salvación. Puso un ejemplo: Había una vez un anacoreta que alejaba a los demonios y les decía: -“¿Qué os hace huir? ¿El ayuno? Ellos respondieron: -Nosotros no comemos ni bebemos. ¿Las vigilias?- Nosotros, replicaban, no dormimos ¿La ascesis?- Nosotros no estamos en los desiertos. Entonces, ¿qué cosa os hace huir? Y ellos respondieron:- No nos vence nada sino es la humildad. Por tanto la humildad es el instrumento para vencer a los demonios”.
7- Amma Teodora dijo: “Había una vez un monje que tenía muchas tentaciones y dijo: -Me voy de aquí. Y se puso las sandalias, vio otro hombre que hacía lo mismo y él le dijo: -¿Te vas por mi causa?- He aquí, yo te precedo allá donde vayas”.
8- Una vez le preguntaron a Amma Teodora: “¿Cómo se pueden escuchar los razonamientos mundanos y comunes, sólo por Dios, como tú dices? Como cuando estás sentado en una mesa-respondió- donde hay tanta comida exquisita, tú coges un poco, pero sin placer, así también llegan a tus oídos las palabras mundanas, mantén el corazón hacia Dios y en esta disposición no sentirás placer en lo prohibido ni sufrirás ningún daño”.
9-“Se dice de un monje que fue probado en el cuerpo con picaduras de insectos. Él provenía de una familia rica y los demonios le preguntaron: ¿Cómo puedes soportar vivir así y creerte un gusano? Él en cambio, por su paciencia obtuvo lo mejor”.
10-Uno de los ancianos dijo a Amma Teodora: “En la resurrección de los muertos, ¿de qué modo resucitaremos? Nosotros tenemos-respondió- como prenda, ejemplo y prototipo a Aquel que murió por nosotros y resucitó, Cristo Nuestro Dios”.
11-Amma Teodora decía: “Si queremos recorrer el camino de la vida que nos ha sido predestinada, teniendo alma y cuerpo privados de plagas vergonzantes, y recibir después la corona de la victoria, debemos ser prudentes en los placeres mezquinos, atravesarlos lo más rápidamente posible sin dejar que la mente se vea prendida en ellos y sacar ventaja para no perder a Cristo”. 

    Continuará en próxima publicación.

9 de abril de 2016

LA CELEBRACIÓN DE LA EUCARISTÍA
San Justino

A nadie es lícito participar de la Eucaristía si no cree que son verdad las cosas que enseñamos, y no se ha purificado en aquel baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y no vive como Cristo nos enseñó.
Porque no tomamos estos alimentos como si fueran un pan común o una bebida ordinaria sino que, así como Cristo, nuestro salvador, se hizo carne por la Palabra de Dios y tuvo carne y sangre a causa de nuestra salvación, de la misma manera hemos aprendido que el alimento sobre el que fue recitada la acción de gracias que contiene las palabras de Jesús, y con que se alimenta y transforma nuestra sangre y nuestra carne, es precisamente la carne y la sangre de aquel mismo Jesús que se encarnó.
Los apóstoles, en efecto, en sus tratados, llamados Evangelios, nos cuentan que así les fue mandado, cuando Jesús, tomando pan y dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía. Esto es mi cuerpo; y luego, tomando del mismo modo en sus manos el cáliz, dio gracias, y dijo: Esta es mi sangre, dándoselo a ellos solos. Desde entonces  seguimos recordándonos siempre unos a otros estas cosas; y los que tenemos bienes acudimos en ayuda de los que no los tienen, y permanecemos unidos. Y siempre que presentamos nuestras ofrendas alabamos al Creador de todo por medio de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. El día llamado del sol se reúnen todos en un lugar, lo mismo los que habitan en la ciudad que los que viven en el campo, y, según conviene, se leen los tratados de los apóstoles y los escritos de los profetas, según el tiempo lo permita.
Luego, cuando el lector termina, el que preside se encarga de amonestar, con palabras de exhortación, a la imitación de cosas tan admirables.
Después nos levantamos todos a la vez y recitamos preces; y a continuación, como ya dijimos, una vez que concluyen las plegarias, se trae pan, vino y agua: y el que preside pronuncia con todas sus fuerzas preces y acciones de gracias, y el pueblo responde «Amén»; tras de lo cual se distribuyen los dones sobre los que se ha pronunciado la acción de gracias, comulgan todos, y los diáconos se encargan de llevárselo a los ausentes.
Los que poseen bienes de fortuna y quieren, cada uno da, a su arbitrio, lo que bien le parece, y lo que se recoge se deposita ante el que preside, que es quien se ocupa de repartirlo entre los huérfanos y las viudas, los que por enfermedad u otra causa cualquiera pasan necesidad, así como a los presos y a los que se hallan de paso como huéspedes; en una palabra, él es quien se encarga de todos los necesitados.

Y nos reunimos todos el día del sol, primero porque en este día, que es el primero de la creación, cuando Dios empezó a obrar sobre las tinieblas y la materia; y también porque es el día en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Le crucificaron, en efecto, la víspera del día de Saturno, y al día siguiente del de Saturno, o sea el día del sol, se dejó ver de sus apóstoles y discípulos y les enseñó todo lo que hemos expuesto a vuestra consideración.



SENTENCIAS  DE AMMA TEODORA

Parece ser que Teodora nació en Alejandría hacia el año 480. Procedía de familia noble y se casó joven. Pero otro hombre se enamoró de ella y consiguió que engañase a su marido. Presa de remordimiento decidió abandonar a su marido y abrazar la vida monástica. Para que no la siguiera se vistió de hombre y se dirigió a un monasterio masculino llamado Oktodecaton que se encontraba a dieciocho millas de Alejandría, solicitando allí su ingreso. Dentro del monasterio se le encomendaron los trabajos más duros, ignorando su condición femenina. Sólo después de su muerte se descubrió que se trataba de una mujer. Su virtud no se fundamentaba en sus palabras, sino en su vida. Una vida llena de humildad y silencio que le permitió alcanzar al Amado. Conocemos de ella 10 apogtemas y otros se le atribuyen, aunque no están certificados; es el caso de otras ammas.
  1.    Amma Teodora interrogó al Abba Teófilo, arzobispo, sobre el significado de la frase: “Aprovechar la ocasión”. Este respondió:”La expresión se refiere al provecho. Por ejemplo, si alguien te hace violencia, escoge la oportunidad de ser humilde y paciente y recibirás un beneficio. Del mismo modo, cuando padeces una infamia, tienes la oportunidad de tolerarla y de sacar de ella un provecho y, si alguien te calumnia, recibirás un beneficio con la paciencia y la confianza. De aquí que, todo aquello que sea adverso, si nosotros queremos, puede convertirse para nosotros en ganancia”.
  2.       .   Amma Teodora dijo:” Lucha para entrar por la puerta estrecha. Es como para los árboles: si no atraviesan los inviernos y las lluvias, no pueden dar fruto. Así sucede con nosotros, el mundo presente es un invierno. Si no podemos atravesar muchos sufrimientos y tentaciones, no podremos heredar el reino de los cielos”.
  3.       Y decía:” Buena cosa es buscar la quietud (hesyquía ); el hombre sabio la busca. En verdad es importante para una virgen o para un monje permanecer en la quietud, sobre todo si son jóvenes. Pero debes saber que apenas la buscamos, enseguida viene el Maligno y fatiga el alma con la acedia, el descontento y los pensamientos; fatiga también el cuerpo con la enfermedad, la debilidad, el temblor de las rodillas y de todos los miembros, y disuelve la fuerza del alma y el cuerpo. Estoy enfermo y no puedo participar en la liturgia. Pero, si estamos vigilantes, todos estos males desaparecen. Había una vez un monje que cuando se trataba de ir a la liturgia, le venían todos los males y turbado por un gran dolor de cabeza se decía a sí mismo: Estoy enfermo, antes o después moriré; pero antes de morir, me levantaré y diré mis oraciones. Y con este pensamiento se forzaba a sí mismo y hacía oración. Y, cuando terminaba la sinaxis, cesaba la fiebre. Otras veces el hermano resistía estos pensamientos, yendo a la liturgia, y vencía sus miedos”.
  4.      Amma Teodora decía: “Alguien injurió a un hombre piadoso y éste dijo: También yo podría decirte cosas parecidas, pero la Ley de Dios me cierra la boca”. 
  5.      Y también decía: “El maestro debe alejarse del afán de dominio, de la vanagloria, del orgullo y que nadie pueda ganarlo mediante la adulación ni cegarlo con dones, ni vencerlo con el vientre, ni dominarlo por la cólera; que sea paciente, dulce y tan humilde como sea posible. Que sea probado y, sin hacer diferencia, lleno de solicitud para las almas”
Continuará en próxima publicación.

    3 de abril de 2016

    LA LECTIO DIVINA COMO ESCUELA DE ORACIÓN EN LOS PADRES DEL DESIERTO[1]

    La Escritura, escuela de vida

    La vocación de Antonio, como ha sido descrita por Atanasio en su Vita Antonii, es muy conocida. Un día el joven Antonio, formado en una familia cristiana de la Iglesia de Alejandría (o en todo caso de la región de Alejandría), y que había escuchado leer las Escrituras desde su infancia, entra en la iglesia y se siente especialmente “tocado” por el pasaje evangélico que escucha leer: se trata del relato de la vocación del joven rico: "Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo. Tú ven y sígueme." (Mt. 19, 21; Vit. Ant. 2)
    Sin duda Antonio ha escuchado antes muchas veces este texto; pero este día el mensaje lo toca de lleno y él lo recibe como una llamada personal. Lo pone en práctica, pues, vende la propiedad familiar -bastante importante - y reparte a los pobres el resultado de la venta, reservando justamente lo que necesita para ocuparse de su joven hermana cuya responsabilidad le compete.
    Un poco más tarde, entrando de nuevo en la iglesia, escucha otro texto del Evangelio que le impresiona tanto como el primero: "No os preocupéis por el mañana" (Mt. s, 34; Vit. Ant. 3). Este texto también lo alcanza en pleno corazón, como una llamada personal. Confía entonces su hermana a una comunidad de vírgenes, (tales comunidades existían desde hacía mucho tiempo), se desprende de todo lo que le queda y emprende la vida ascética cerca de su pueblo, haciéndose guiar por los ascetas de la región.
    Este relato es una muestra elocuente del sentido que tenía la Escritura para los Padres del Desierto. Era desde el principio escuela de vida. Y porque era escuela de vida era igualmente escuela de oración entre hombres y mujeres que aspiraban a hacer de su vida una oración continua como pretende la Escritura.
    Los Padres del Desierto deseaban vivir fielmente todos los preceptos de la Escritura. Y, en la Escritura, el único precepto concreto que encontraban sobre la frecuencia de la oración no era que se debía orar a tal hora del día o de la noche, sino que era necesario orar sin cesar.
    Atanasio escribe de Antonio: (Vit. Ant. 3): "Trabajaba con sus manos, pues había escuchado: El que no trabaja, que no coma (2 Tes. 3, 10). Con una parte de su ganancia compraba pan, y distribuía el resto entre los necesitados. Oraba continuamente, habiendo aprendido que es necesario orar sin cesar en la intimidad. Antonio estaba tan atento a la lectura que nada se le escapaba de las Escrituras, tanto que la memoria le hacía las veces de los libros".
    Se debe subrayar seguidamente en el texto de Atanasio, que la oración continua se acompaña de otras actividades, en particular del trabajo. He citado ese texto según la traducción de Benoit Lavaud, pero la traducción "estaba tan atento a la lectura que nada se le escapaba de Las Escrituras" es ambigua. Se puede entender fácilmente que quiere decir “estaba tan atento a hacer su lectura”... cuando el sentido del original griego es: “escuchaba la lectura con una atención tal...” como por su parte lo había entendido Evagrio en su traducción latina: “auditioni Scriptuarum ita studium commodabat...” (Escuchaba las Escrituras con un cuidado tal).
    Evidentemente, no se puede hablar de la Escritura como escuela de oración en los Padres del Desierto, sin referirse a las dos admirables Conferencias que Casiano ha dedicado explícitamente a la oración, las dos atribuidas a Abba Isaac, la IX y la X.
    El principio fundamental está dado de entrada al principio de la Conf.IX: “El fin único del monje y la perfección del corazón consisten en la perseverancia ininterrumpida en la oración”. E Isaac explica que todo el resto de la vida monástica, la ascesis y la práctica de las virtudes no tienen otro sentido ni más razón de ser que conducir a este fin.

    ¿Qué significa “lectio divina”?

    Antes de pasar adelante, quiero precisar rápidamente que cuando hable de la lectio divina en los Padres del Desierto en esta conferencia, no entenderé la expresión lectio divina en el sentido técnico (y reductor) que se le ha dado en la literatura espiritual y monástica de las últimas décadas.
    La palabra latina lectio en su acepción primaria, significa enseñanza, lección. En sentido secundario y derivado, lectio puede designar también el texto o el conjunto de textos que transmiten esta enseñanza. Así, se habla de lecciones (lectiones) de la Escritura leídas durante la liturgia. En fin, en un sentido más derivado todavía, y más tardío, lectio puede querer decir también “lectura”.
    Es en este último sentido en el que se entiende esta expresión hoy. En nuestros días, en efecto, se habla de lectio divina como de una observancia determinada, y se nos dice que se trata de una forma de lectura diferente de todas las demás y que, por encima de todo, es preciso no confundir la verdadera lectio divina con otras formas de simple “lectura espiritual”. Es una visión completamente moderna que, como tal, representa una concepción extraña a los Padres del Desierto, y sobre la que volveré en breve.
    Si se consulta el conjunto de la literatura latina primitiva, se constata que cada vez que se encuentra la expresión lectio divina entre los escritores latinos anteriores a la Edad Media, esta expresión designa la Sagrada Escritura misma, y no una actividad humana sobre ella. Lectio divina es sinónimo de sacra página. Así se dice que la lectio divina nos enseña tal o cual cosa; que debemos leer atentamente la lectio divina, que el Divino Maestro, en la lectio divina nos recuerda tal o cual exigencia, etc.

    Ejemplos:
    Cipriano: "Sit in manibus divina lectio", (De zelo et livore, cap 16)
    Ambrosio: “ut divinae lectionis exemplo utamur”, (De bono mortis, cap.1, par.2)
    Agustín: “aliter invenerit in lectione divina”, (Enarr. in psalmos, ps.36, serm. 3, par.1)
    Este es el único sentido que tenía la expresión lectio divina en la época de los Padres del Desierto. Este es, pues, el sentido en el que yo la emplearé en esta conferencia, excepto cuando haga alusión al enfoque contemporáneo. No hablaré de una observancia particular que tiene por objeto la Escritura, sino de la Escritura misma como Escuela de vida y, por tanto, Escuela de oración de los primeros monjes.

    Lectura

    Hablar de “lectura” de la Escritura en los Padres lleva, sin embargo, a confusión. La lectura propiamente dicha, como se entiende hoy, debía ser en resumidas cuentas bastante rara. Los monjes pacomianos, por ejemplo, que venían en su mayor parte del paganismo, debían, desde su llegada al monasterio, aprender a leer si no sabían, a fin de poder aprender la Escritura. Un texto de la Regla dice que no debe haber nadie en el monasterio que no sepa de memoria al menos el Nuevo Testamento y los Salmos. Pero, una vez memorizados, estos textos se convierten en objeto de una “meleté”, de una neditatio o ruminatio continua a lo largo de toda la jornada y de una gran parte de la noche, tanto en privado como en la synaxis. Esta ruminatio de la Escritura es concebida no como una oración vocal, sino más bien como un contacto constante con Dios a través de su Palabra. Una atención constante que llega a convertirse en oración constante.
    Un relato de los apotegmas expresa bien esta importancia relativa de la lectura con relación a la importancia absoluta del contenido de la Escritura.
    Un día de frío intenso, Serapión encuentra en Alejandría un pobre completamente desnudo. Piensa: 'Este es Cristo, y yo soy un homicida si muere antes de que haya intentado ayudarle'. Serapión se quita entonces todos sus vestidos y los da al pobre, quedándose desnudo en la calle, con solo un Evangelio bajo el brazo, único objeto conservado... Un viandante que lo conocía, le pregunta: 'Abba Serapión, ¿quién te ha quitado tus vestidos?' Y Serapión, mostrando su Evangelio responde: 'He aquí el que me ha quitado mis vestidos'. Serapión sigue su camino y ve un hombre conducido a la cárcel porque no puede pagar una deuda. Lleno de compasión le da su Evangelio, a fin de que, vendiéndolo, pueda saldar lo que debe. Cuando, sin duda tiritando, Serapión vuelve a su celda, su discípulo le pregunta dónde está su túnica, le responde que la ha enviado allí donde era más necesaria que sobre su cuerpo. A la segunda demanda de su discípulo: 'Y, ¿dónde está tu Evangelio?', Serapión responde: “He vendido al que me decía continuamente: Vende tus bienes y dalos a los pobres (Lc.12, 33); lo he dado a los pobres, a fin de lograr una confianza mayor el día del juicio (Pat. Arm. 13,8, R:III, 189).
    Como hemos visto al principio, Antonio, cristiano de nacimiento, ha sido convertido a la vida ascética por la lectio divina, o la sacra pagina, proclamada en la comunidad eclesial local, en el curso de la celebración litúrgica.
    Pacomio, que procedía de una familia pagana del Alto Egipto, también fue convertido por la Escritura, pero por la Escritura interpretada y encarnada en la vida concreta de una comunidad cristiana que vivía del Evangelio, la de Latópolis. Conocéis la historia: El joven Pacomio ha sido reclutado por la armada romana y con los demás reclutas es conducido en barco hacia Alejandría. Una tarde el navío se detiene en Latópolis y los reclutas son custodiados en la cárcel: los cristianos del lugar les llevan entonces víveres y bebidas. Es el primer encuentro de Pacomio con el cristianismo.
    Para Antonio, representante por excelencia del anacoretismo, como para Pacomio, representante del cenobitismo, la Escritura es, ante todo Regla de vida. Es también la única verdadera Regla del monje. Ni Antonio ni Pacomio han escrito una Regla en el sentido que se entenderá en la tradición monástica después de ellos, aunque cierto número de reglamentos prácticos de Pacomio y de sus sucesores hayan sido reunidos con el nombre de “Regla de Pacomio”.

    La Escritura como única “regla” del monje

    A un grupo de hermanos que querían una "palabra" de Antonio, este les respondió: ¿Habéis escuchado la Escritura? esta os es muy conveniente". (Reparad en la palabra: “escuchado” --èkousate)(Ant. 19).
    Alguien pregunta a Antonio: “¿Qué debo hacer para agradar a Dios?”. El Anciano responde: “Observa lo que te voy a recomendar: donde quiera que te encuentres, ten siempre a Dios ante tus ojos; hagas lo que hagas, actúa según el testimonio de las Escrituras”. (Ant. 3).
    Subrayemos, en primer lugar, tres cosas en este breve apotegma. Primeramente, el monje que interroga a Antonio no busca una enseñanza teórica y abstracta. Su pregunta, como la del joven rico del Evangelio, es muy concreta. “¿Qué debo hacer? – “Qué debo hacer para agradar a Dios?” (Esta es, por otra parte, una actitud que se encuentra constantemente en los apotegmas). La respuesta de Antonio es doble: Se agrada a Dios si se le tiene siempre ante los ojos, es decir, si se vive constantemente en su presencia -- lo cual es propiamente la idea que tienen los Padres del Desierto de la oración continua; y esto es posible si se deja guiar por las Escrituras. Antonio no habla aquí de lectura o de meditación de la Escritura, sino de hacer todo según el testimonio de las Escrituras.
    Un día, Teodoro, el discípulo preferido de Pacomio, pregunta a este con fervor de neófito, cuántos días se debe ayunar durante la Pascua, es decir, durante la Semana Santa. (La regla de la Iglesia y la costumbre generalizada era hacer un ayuno total durante el Viernes y el Sábado Santos; pero algunos pasaban tres o cuatro días sin comer nada). Pacomio le recomienda atenerse a la Regla de la Iglesia, que exige guardar un ayuno absoluto sólo durante los dos últimos días, a fin, dice él, de tener fuerzas para cumplir sin desfallecer las cosas que nos mandan las Escrituras: la oración continua, las vigilias, las recitaciones de la ley de Dios y el trabajo manual.
    Lo verdaderamente importante para los Padres del Desierto, no es leer la Biblia, sino vivirla. Evidentemente, para vivirla es preciso conocerla. Y, como todo cristiano, el monje aprendía la Escritura, en primer lugar, escuchando su proclamación en la asamblea litúrgica. Así aprendía de memoria partes importantes de la Escritura a fin de poderla rumiar a lo largo de la jornada. En fin, algunos tenían acceso a los manuscritos de la Escritura y podían hacer una lectura privada. Esta lectura privada no era más que una forma entre otras, y no necesariamente la más importante, de dejarse interpelar constantemente por la Palabra de Dios.

    La hermenéutica del Desierto

    Algunos de los relatos que he mencionado nos dejan entrever las líneas-fuerza de lo que se podría llamar la hermenéutica de los Padres del Desierto -- una hermenéutica que, bien seguro, jamás será formulada en forma de principios abstractos, pero que no por ello deja de serlo. Los grandes maestros de la hermenéutica moderna, que consideran toda interpretación como un diálogo entre el texto y el lector o el auditor, y para quien toda interpretación debe llevar a una transformación o a una conversión, no han inventado nada. Han formulado una realidad que los Padres del Desierto han vivido, sin poder formularla, cierto, -- o en todo caso sin preocuparse de formularla.
    En el desierto, la Escritura es constantemente interpretada. Esta interpretación no se expresa en forma de comentarios y homilías, sino en acciones y gestos, en una vida de santidad transformada por el diálogo constante del monje con la Escritura. Los textos no dejan de ser, cada vez más significativos, no solamente para los que los leen o los escuchan, sino también para quienes encuentran a esos monjes que han encarnado esos textos en su vida. El hombre de Dios que ha asimilado Su palabra ha llegado a ser un nuevo “texto”, y un nuevo objeto de interpretación. Es, por otra parte, en este contexto donde hay que entender el hecho de que en el desierto la palabra del Anciano es considerada con el mismo poder que la Palabra de la Escritura.
    He citado ya el apotegma de Antonio en el que responde a los hermanos: “¿Habéis escuchado la Escritura? esta os es muy conveniente”. De hecho, los hermanos no quedaron muy satisfechos con esta respuesta y le dijeron: “Padre, queremos también una palabra tuya”. Entonces, Antonio les dijo: “El Evangelio dice: si alguno te golpea en la mejilla derecha, preséntale también la otra”. Ellos replicaron: “Nosotros no podemos hacer eso”. El Anciano le dijo: “Si no podéis presentar la otra, soportad al menos que se os pegue sobre una mejilla” – “No podemos tampoco eso” – “Si no podéis eso, respondió Antonio, no devolváis el mal que habéis recibido”. Ellos dijeron: “No podemos”. Entonces, el Anciano dijo a su discípulo: “Prepárales una pequeña papilla de harina pues están enfermos. Si no podéis con esto y no queréis hacer esto, ¿qué puedo hacer yo por vosotros? Tenéis necesidad de oraciones”.

    Hijos de la Iglesia de Egipto y de Alejandría

    Por otra parte, esta manera de concebir la Escritura como Regla de vida no era exclusiva de los monjes. No debemos olvidar que los Padres del Desierto que nos son conocidos a través de los Apotegmas, la literatura pacomiana, Paladio y Casiano, etc. son ante todo los monjes egipcios de finales del siglo III y de principios del IV. Estos monjes son hijos de la Iglesia. Pertenecían a una Iglesia muy concreta, la de Egipto, formada en la tradición espiritual de Alejandría.
    El mito según el cual la mayor parte de los primeros monjes, comenzando por Antonio, eran analfabetos e ignorantes, no resiste ya a la crítica. Muchos estudios recientes, en particular los de Samuel Rubenson sobre las Cartas de Antonio, han demostrado que Antonio y la mayor parte de los monjes del desierto de Egipto habían asimilado la enseñanza espiritual de la Iglesia de Alejandría, que estaba marcada todavía por la enseñanza de los grandes maestros de la Escuela de Alejandría, y en particular por el impulso místico que le había dado su maestro más ilustre, el gran Orígenes.
    La Iglesia de Alejandría, había nacido desde la primera generación cristiana en el seno de una diáspora judía muy cultivada, contaba, según Plinio, alrededor del millón de miembros; esto explica que esta Iglesia de Alejandría y de Egipto tuviera desde su origen una orientación judío-cristiana muy marcada. Explica a la vez igualmente su apertura a la tradición escrituraria y mística que había marcado las Iglesias Judío-cristianas desde las primeras generaciones de cristianos.
    La Escuela del Desierto es, desde muchos puntos de vista, la réplica en la soledad de la Escuela de Alejandría en la que se sabía que Orígenes había vivido con sus discípulos una existencia monástica anticipada, completamente centrada sobre la Palabra de Dios. Según una hermosa descripción perteneciente a Jerónimo, esta existencia era una alternancia continua que iba de la oración a la lectura y de la lectura a la oración, tanto de noche como de día. (Carta a Marcela 43,1; PL 22:478: Hoc diebus egisse et noctibus, ut et lectio orationem exciperet, et oratio lectionem)
    Por lo demás, esto no era exclusivo de Egipto. Casi en la misma época, Cipriano de Cartago formulaba una regla que sería citada después por casi todos los Padres latinos: "Ora asiduamente o lee; en algunos momentos habla a Dios, en otros escucha lo que Dios te dice" (Carta 1,15; PL 4:221 B: Sit tibi vel oratio assidua vel lectio: nunc cum Deo loquere, nunc Deus tecum -- que se convertirá en la fórmula clásica: “cuando oras, hablas a Dios, cuando lees, Dios te habla”).
    Si no todos los monjes de Egipto eran Evagrio y si pocos de ellos han debido leer a Orígenes en sus textos, no es menos verdad que han sido formados en la espiritualidad cristiana por la enseñanza de pastores que permanecían fuertemente influenciados por la orientación que Orígenes había dado a la Iglesia de Alejandría a través de la Escuela que había dirigido durante muchos años.
    Esto explica la sólida espiritualidad bíblica del monaquismo primitivo. Se podría objetar, sin embargo, que las citas bíblicas son, en suma, bastante escasas en los Apotegmas, aunque sean mucho más numerosas en la literatura pacomiana. La respuesta es que la Escritura estaba tan impresa en la forma de vida de los ascetas, que era superfluo citarla en pasajes. Monje pneumatóforo era el que vivía según las Escrituras, el que estaba lleno del mismo Espíritu que había inspirado las Escrituras. (Se estaba lejos entonces de la costumbre moderna que pretende que una afirmación, una enseñanza no sea tomada en serio, si no va arropada por una nota al pie de página, indicando todas las personas que han dicho lo mismo antes que nosotros).
    La tradición de lo que ahora se llama lectio divina, es decir, el cuidado de dejarse interpelar y transformar por el fuego de la Palabra de Dios, no se comprendería sin su conexión, más allá del monaquismo primitivo, con la tradición de la ascesis cristiana de los tres primeros siglos y también con su raigambre en la tradición de Israel.
    En la catequesis recibida en su Iglesia local, el monje ha aprendido que ha sido creado a imagen de Dios, que esta imagen ha sido deformada por el pecado y que debe ser restaurada. Por eso debe dejarse transformar y reconfigurar a imagen de Cristo. Por la acción del Espíritu Santo y por su vivir según el Evangelio, su semejanza con Dios es gradualmente restaurada y puede conocer a Dios.
    El objetivo de la vida del monje, tal como lo ha expresado Casiano, es la oración continua, que él describe como una atención constante a la presencia de Dios, que se realiza a través de la pureza de corazón. A esta se llega, no a través de tal o cual observancia, tampoco a través de la lectura o la meditación de la Escritura, sino dejándose transformar por ella.
    El contacto con la Palabra de Dios - poco importa que ese contacto sea a través de la lectura litúrgica, la enseñanza de un padre espiritual, la lectura privada del texto, o la simple "rumia" de un versículo o de algunas palabras aprendidas de memoria - es el punto de partida de un diálogo con Dios. Este diálogo se establece y se prosigue en la medida en que el monje ha alcanzado una cierta pureza de corazón, una simplicidad de corazón y de intención, y también en la medida en que ha puesto en práctica los medios para llegar a esta pureza de corazón y para mantenerla. Ese diálogo, en el curso del cual la Palabra interpela sin cesar al monje a la conversión, mantiene esa atención continua a Dios que los Padres consideran como una oración continua y que es el objetivo de su vida.
    Para los monjes del desierto, la lectura de la Palabra de Dios no es simplemente un religioso ejercicio de lectio que prepara gradualmente el espíritu y el corazón a la meditatio y después a la oratio, en la esperanza de poder alcanzar también la contemplatio (...si es posible antes que haya terminado la media hora o la hora de lectio). Para los monjes del desierto el contacto con la Palabra es el contacto con el fuego que arde, que perturba y que llama violentamente a la conversión. El contacto con la Escritura no es para ellos un método de oración; es un encuentro místico. Y a menudo este encuentro les da miedo, tan conscientes son de sus exigencias!

    Círculo hermenéutico

    La Escritura adquiere constantemente un sentido nuevo cada vez que se la lee. También en esto la hermenéutica moderna recoge las intuiciones de los Padres del Desierto: Estos se encontrarían bastante de acuerdo con la afirmación de San Agustín: "Ayer has comprendido un poco; hoy comprendes más; mañana comprenderás más todavía: la luz misma de Dios se hace más fuerte en ti (In Ioh. tract. 14,5, CCL 36, p.144, líneas 34-36)
    Para los monjes del desierto, las palabras de la Escritura (como, por lo demás, igualmente las de los Ancianos), trascienden la dimensión limitada del “acontecimiento” en el que eran primeramente encontradas y del que recibían su significado. Estas “palabras” proyectan un “mundo de sentidos” en el que intentan penetrar. La llamada a vender todo, a dar el fruto de la venta a los pobres, a seguir el Evangelio (Mt 12, 91), la exhortación a no dejar jamás que el sol se ponga sobre su cólera (Ef.4, 25), el mandamiento de amar; todos estos textos han formado la vida de los Padres del Desierto de una manera particular y han proyectado un “mundo de sentidos” al que ellos se han esforzado por entrar, por aproximarse. La santidad en el desierto consistía en dar una forma concreta a ese mundo de posibilidades que brotaba de los textos sagrados, interpretándolos y apropiándoselos en la vida concreta.
    Abba Nesteros (en la Conf. XIV de Casiano), nos dice que "debemos tener el celo de aprender de memoria una serie de textos sagrados y rememorarlos sin cesar. Esta meditación continua, dice Nesteros nos procura un doble fruto”. Primero nos preserva de malos pensamientos. Después, esta recitación o meditación continua nos llevará a una comprensión que se renueva continuamente. Y Nesteros tiene esta frase admirable: “A medida que, por este estudio, nuestro espíritu se renueva, las Escrituras comienzan también a cambiar de rostro (sriptuarum facies incipiet innovari)”. Una comprensión más misteriosa nos es dada, cuya belleza crece con nuestro progreso. (Una vez más nos encontramos con el lazo indisoluble entre la puesta en práctica de las Escrituras y la capacidad de comprenderlas a nivel más profundo).
    (Se podría comparar una vez más esta visión a la aproximación moderna de un Ricoeur, por ejemplo, que dice que un texto, una vez salido de la mano de su autor, adquiere una existencia autónoma, y asume una nueva significación cada vez que es leído - siendo cada lectura una interpretación, que es la revelación de una de las posibilidades casi infinitas contenidas en el texto).
    Según el método moderno de lectio divina, se debe leer lentamente y se debe parar en un versículo mientras este alimenta el corazón, o el espíritu, si no las emociones, y se pasa al versículo siguiente cuando los sentimientos se enfrían o la atención se disipa. Los primeros monjes se quedaban en un versículo hasta que lo habían puesto en práctica.
    Un hermano vino al encuentro de Abba Pambo y le pidió que le enseñara un salmo. Pambo se puso a enseñarle el salmo 38: pero apenas pronunció el primer versículo: “Yo dije: vigilaré mi proceder, para que no se me vaya la lengua...”, el hermano no quiso escuchar más. Dijo a Pambo: "Este versículo me basta; ruega a Dios que yo tenga la fuerza de aprenderlo y de ponerlo en práctica. Diecinueve años más tarde se empeñaba en ello todavía... (Arm 19, 23 Aa: IV 163).
    También a Abba Abraham, que era un escritor excelente, además de ser un hombre de oración, un hermano pidió le copiara el salmo 33. Se conformó con copiarle el versículo 15: “apártate del mal, obra el bien; busca la paz y corre tras ella”, diciendo al hermano: “Empieza por practicar esto y después te copiaré el resto...” (Arm 10,67: III, 41).
    La Biblia para los Padres no es algo que se conoce con la inteligencia, ni tampoco con el corazón, como gusta repetir en nuestros días, (confundiendo, por lo demás, bastante a menudo el concepto bíblico de corazón con una noción de “corazón” más reciente y un poco sentimental). Para los Padres se conoce la Biblia cuando se la asimila hasta el punto de traducirla en vida. Cualquier otro conocimiento que no lleve a esto es vano.

    Comprensión de la Escritura

    Pero todo esto no quiere decir que no sea necesario abordar la Escritura también con la inteligencia. Los monjes ponen gran cuidado en conocer el sentido literal de la Escritura antes de aplicársela. En los monasterios pacomianos, por ejemplo, había cada semana tres catequesis en el curso de las cuales, sea el superior del monasterio, sea el superior de la casa interpretaba la Escritura durante la synaxis, después de lo cual los hermanos intercambiaban entre ellos lo que habían entendido, a fin de asegurarse que todos habían comprendido bien.
    La interpretación de un texto difícil exige un esfuerzo de la inteligencia; pero este esfuerzo sería inútil sin la luz divina, que se debe pedir en la oración. En este sentido la oración debe preceder a la lectio aunque también puede ser su fruto. A dos hermanos que interrogaban a Antonio sobre el sentido de un texto difícil del Levítico, Antonio pide esperar un tiempo, mientras se ponía en oración, para pedir a Dios que le envíe a Moisés para enseñarle el sentido de esta palabra. (Arm. 12,1B: III, 148). Antes que él, Orígenes hacía lo mismo, pidiendo a sus discípulos que orasen con él para alcanzar la comprensión de un texto sagrado particularmente difícil, a fin, decía él, de encontrar la “edificación espiritual” contenida en ese texto. (Orígenes, Homilías sobre el Génesis. Trad. y notas: L. Doutreleau, SD 7, París 1943, Hom. 2,3, p.96). Subrayemos la expresión “contenida en el texto”. El sentido espiritual de la Escritura no es algo que le sea artificialmente añadido: es algo que el texto contiene, y que es preciso descubrir.
    De la misma manera, un gran monje, Isaac de Nínive, escribía: “No te acerques a las palabras llenas de misterio de la Escritura sin oración...” Dí a Dios: “Señor, concédeme entender el poder que se encuentra aquí” (Ver J. WENSINGK, Mystic Treatises bu Isaac of Nineve, Amsterdam 1923, par. 329, ch. XLV, p.220). Lo que se busca en un texto no es una significación abstracta, intemporal, es un poder capaz de transformar al lector.
    Las teorías modernas sobre la lectio divina insisten generalmente sobre el hecho de que la lectio es algo completamente distinta del estudio. Los Padres, ciertamente, no habrían entendido esta distinción y esta división en compartimientos separados. Su aproximación a la Escritura estaba unificada. Todo esfuerzo para aprender la Escritura, para comprenderla, para ponerla en práctica era un único esfuerzo para entrar en diálogo con Dios y para dejarse transformar por Él en ese diálogo que se convertía en oración continua. Ni ellos, ni Orígenes - el hombre por excelencia de la Escritura -, ni sobre todo un Jerónimo, para quien la ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo, (In Esaiam. Prol. CCL 73,2, CCL 78,66) habrían comprendido un estudio de la Escritura que no fuese un encuentro personal con el Dios viviente.
    Para Jerónimo, la oración no reside primeramente en el corazón sino en la inteligencia (de donde pasa al corazón). Hay que conocer primero a Dios para amarlo. El que conoce verdaderamente ama necesariamente. De aquí la importancia de estudiar a fondo y de comprender las Escrituras con la inteligencia.
    De Marcela que, más que las demás discípulas de Jerónimo había estudiado a fondo las Escrituras y las leía asiduamente, éste decía: “Ella comprendía que la meditación no consiste en repetir los textos de la Escritura... pues sabía que no merecía su comprensión sino después de haber traducido a vida sus mandamientos” (Ep. 127,4, CSEL 56,148).
    En su Conferencia XIV, Casiano, un excelente transmisor de la espiritualidad del desierto egipcio en el que ha vivido durante muchos años, en la misma época que Evagrio, distingue dos formas de ciencia, la práctica y la teorética, siendo esta última la contemplación de las cosas divinas y el conocimiento de los significados más sagrados. A esta teorética o contemplación de las cosas divinas, la llama también “ciencia verdadera de las Escrituras”, y la divide en dos partes, la interpretación histórica y la inteligencia espiritual. Una y otra pertenecen a la contemplación.
    Casiano añade: “Si queréis llegar a la verdadera ciencia de la Escritura, tratad primeramente de conseguir una inquebrantable humildad de corazón. Es esta quien os conducirá, no a la ciencia que infla, sino a la que ilumina, por la consumación de la caridad”. Entonces, lo que hace que el estudio de la Escritura sea o no una actividad contemplativa, no es el método de lectura o de interpretación utilizado, sino la actitud del corazón.

    Pre-comprensión
    La hermenéutica de Ricoeur nos enseña que cuando se lee un autor antiguo no se entra propiamente en relación con el pensamiento del autor, sino con la realidad misma de la que este habla. Es por esto que no es posible la comprensión de un texto, sin una pre-comprensión que consiste en una cierta relación ya existente entre el lector y la realidad de la que habla el texto. Ahora bien, se encuentra ya una intuición semejante en Casiano, en el final de la décima Conferencia. Isaac, después de haber explicado los medios para llegar a la oración pura añade: “Vivificado por este alimento (el de las Escrituras) del cual él no cesa de nutrirse, se impregna hasta tal punto de todos los sentimientos expresados en los salmos que, en adelante, los recita no como compuestos por el profeta, sino como si él mismo fuera su autor, y como una oración personal...” Y añade: “En efecto, las divinas Escrituras se nos revelan más claramente, y nos manifiestan su corazón y su meollo, cuando nuestra experiencia, no solamente nos permite entrar en su conocimiento, sino también anticipar el conocimiento mismo, tanto que el sentido de las palabras no se nos revela por explicación alguna, sino por la experiencia que hemos hecho” (Conf. X, 11)... “Instruidos por lo que nosotros mismos sentimos, no los percibimos como cosa meramente oída, sino experimentada y palpada con nuestras manos; como algo que damos a luz desde lo profundo de nuestro corazón, como si fueran sentimientos que forman parte de nuestro propio ser. No es la lectura la que nos hace penetrar en el sentido de las palabras, sino la propia experiencia adquirida.” (ibid)
    No existe comprensión e interpretación sin una pre-comprensión. Bajo este punto de vista es claro que la vida que llevan los monjes en el desierto, hecha de silencio, de soledad y de ascesis, constituía una pre-comprensión que condicionaba ampliamente su comprensión de la Escritura. El silencio y la pureza de corazón eran vistos como pre-condiciones para entender e interpretar las Escrituras en su pleno sentido.
    No se comprende sino lo que se ha vivido ya, al menos en una cierta medida. Por esto san Jerónimo indica un orden en el que aprender la Escritura: primero el Salterio, después los Proverbios de Salomón y Qohelet, después el Nuevo Testamento. Y sólo cuando el alma está ampliamente preparada a través de una larga relación de intimidad amorosa con Cristo, puede abordar con provecho el Cantar de los Cantares.

    Palabra de los Ancianos

    Los Padres del Desierto respondían a veces a la pregunta que se les proponía con una palabra de las Escrituras; pero respondían también con otras palabras a las que se concedía la misma importancia. Se estaba convencido de que el poder de esas palabras procedía de la gran pureza de vida del santo Anciano que las pronunciaba, pues él mismo había sido transformado por la Escritura.

    La noción moderna de lectio divina

    Me gustaría ahora hacer unas reflexiones sobre la concepción que se tiene hoy de la lectio divina, a la luz de las enseñanzas de los Padres del Desierto que acabo de presentar.
    Lo que hoy se llama lectio divina es presentado como un método de lectura de la Escritura y también de los Padres de la Iglesia y de los Padres del monaquismo. El método consiste en una lectura lenta y meditativa del texto, una lectura hecha más con el corazón que con la inteligencia, se dice, sin una finalidad práctica, sino simplemente para dejarse impregnar por la Palabra de Dios
    Este método, en tanto que método, tiene sus orígenes en el siglo XII y no deja de tener relación con lo que se ha llamado "teología monástica". En esta época la pre-escolástica había desarrollado su método que iba de la lectio a la quaestio, seguía la disputatio. La reacción de los monjes fue entonces desarrollar su propio método: la lectio conducía a la meditatio, después a la oratio... y un poco más adelante se añadirá la contemplatio, que se distinguirá de la oratio.
    Mientras el enfoque de la Escritura que he descrito como propio de los Padres del Desierto era en realidad un enfoque que ellos tenían en común con el conjunto del pueblo de Dios, el nuevo enfoque o "nuevo método", pues se trata ahora de un ejercicio, de una observancia importante de la existencia monástica, se ha refugiado en los monasterios.
    Mucho más tarde, en la época de la devotio moderna se generaliza la “lectura espiritual”, que se toma especial cuidado en diferenciarse netamente de la lectio divina monástica. Siguiendo la corriente general, la vida espiritual se especializa, se divide en compartimientos estancos.
    Sería extraño al tema de la presente conferencia analizar esta larga evolución. Me permito al menos algunas observaciones. La primera es que cabe preguntarse cómo habría evolucionado la teología si los monjes no hubieran rechazado el método naciente. En efecto, lo que se llama “teología monástica” no tenía, hasta el siglo XII, nada de específicamente monástico. Era la manera en que se hacía teología en todo el pueblo de Dios, bien seguro, con un gran pluralismo tanto en los monasterios como fuera de ellos. Esta forma sapiencial y contemplativa de hacer teología había sabido hasta entonces asumir, y transformar (inculturar, se diría hoy) las aportaciones de los distintos métodos y de las diversas corrientes de pensamiento. Cabe legítimamente preguntarse cómo habría evolucionado la teología de los siglos siguientes si los monjes no hubieran rechazado el método naciente y lo hubieran asimilado como habían sabido asimilar tantos otros antes. Es verdad que para bien o para mal, una manera llamada monástica de hacer teología se mantuvo en los monasterios y la teología escolástica se desarrolló en las escuelas fuera de los monasterios. En un Tomás de Aquino, el nuevo método es utilizado todavía en una perspectiva profundamente contemplativa. En los comentaristas -y los comentaristas de los comentaristas,se irá resecando cada vez más.
    Lo mismo ocurrió con el estudio de la Escritura. Los monjes habían jugado hasta este momento un papel preponderante en la interpretación y uso de la Escritura, aunque su enfoque no fue esencialmente diferente del que tenía el conjunto del pueblo de Dios. A partir del momento en que, sufriendo (sin darse cuenta de ello) la influencia del nuevo pensamiento, elaboran su propio método de lectura paralelo al de la escolástica, y así existen en la Iglesia dos enfoques de la Escritura completamente distintos: uno que quiere una lectura con el corazón (y que en algunas épocas olvidará a menudo hacer seguir a la inteligencia) y una orientación científica que se desecará cada vez más.
    Por otra parte, se debe reconocer que al precisar su propio método de lectio, los monjes eran ya dependientes de la nueva mentalidad, pre-escolástica, que había creado la necesidad de un método. Los primeros monjes no tenían método, tenían una actitud respecto a la lectura.
    Con frecuencia, en el curso de los últimos siglos, los monjes olvidaron su manera propia de leer la Escritura y los Padres y de hacer teología y adoptaron la de todo el mundo. Ha sido, pues, necesario para los monjes de nuestra época, volver a una forma de hacer teología distinta de la de los manuales escolásticos y volver a una manera de leer la Escritura y los Padres distinta de la de la exégesis científica moderna. Se debe un gran reconocimiento a Dom Jean Leclerq por haber orientado el monaquismo contemporáneo en esta dirección. Por lo demás, se podría decir con un poco de humor, que los conceptos de teología monástica y de lectio divina, tal como son entendidas hoy, son las dos creaciones más bellas de Dom Leclerq.
    Era importante, digo, que el monaquismo redescubriera esta manera de leer la Escritura y esta manera de hacer teología. Pero es preciso ir más lejos: es preciso reconocer que esta manera de leer la Escritura y de hacer teología no tiene nada de específicamente monástico. Es todo el pueblo de Dios quien debe redescubrirla, porque ese fue, en una época, el modo en que todo el pueblo de Dios leía la Escritura y hacía teología.
    Falta, sin embargo, dar un paso más. Falta superar la fragmentación de la vida del monje y de los demás cristianos. Falta redescubrir la unidad primitiva perdida a lo largo del camino
    En efecto, si es verdad que se debe celebrar el lugar que ha conquistado la lectio divina en la vida de los monjes y también en la de muchos cristianos fuera de los monasterios desde hace unos cuarenta años, no es menos verdad que la actitud presente a propósito de esta realidad no está exenta de peligro.
    El peligro está en que, frecuentemente, aunque a veces de manera imperceptible, se ha transformado la lectio en un ejercicio - un ejercicio entre otros, a pesar de que se le considere el más importante de todos. El monje fiel hace una media hora o una hora o incluso más de lectio al día, y pasa a su lectura espiritual, a sus estudios y a sus demás actividades. Adopta una actitud gratuita de escucha de Dios durante esta nedia hora y con frecuencia se entrega a las otras actividades durante el resto de la jornada con la misma intensidad, el mismo espíritu de competición, la misma disipación que si no hubiera optado por una vida de oración continua y de búsqueda constante de la presencia de Dios.
    No sólamente todo eso es totalmente extraño al espíritu de los Padres del Desierto, sino que esta actitud está en contradicción con la naturaleza misma de la lectio divina. Lo esencial en esta, tal como ha sido descrito por sus mejores teóricos, es la actitud interior. Ahora bien, esta actitud no es algo de lo que uno se puede revestir durante media o una hora del día. Se tiene permanentemente o no se tiene. Impregna toda nuestra jornada o el ejercicio que se llama lectio es un juego vacío.
    Dejarse interrogar por Dios, dejarse interpelar, formar, a través de todos los elementos de la jornada, tanto a través del trabajo como a través de los encuentros con los hermanos; tanto a través de la dura ascesis de un trabajo intelectual serio como a través de la celebración litúrgica y de las tensiones normales de la vida comunitaria - todo esto es terriblemente exigente. Relegar esta actitud de total apertura a un ejercicio privilegiado cuyo sentido mismo es impregnar el resto de nuestra jornada es quizás una manera demasiado fácil de desentenderse de esta exigencia.
    Para los Padres del Desierto, leer, meditar, orar, analizar, interpretar, escudriñar, traducir la Escritura - todo esto formaba un bloque inseparable. Habría sido impensable para un Jerónimo considerar que su profundo análisis sobre el texto hebreo de la Escritura para extraerle todos sus matices, no merecía el nombre de lectio divina.
    Es, ciertamente, afortunado que se haya redescubierto la importancia de leer la Palabra de Dios con el corazón, leerla para dejarse transformar. Pero yo creo que es un error hacer de ello un ejercicio, en vez de impregnar de esta actitud los mil y un enfoques que la Escritura.
    Más aún, creer que el texto de la Escritura puede alcanzarme en mi vida profunda, interpelarme y transformarme solamente cuando me sitúo ante él totalmente desnudo, sin recurrir a todos los instrumentos que pueden permitirme captarlo en su significación primera, corre el gran riesgo de conducir a una actitud fundamentalista - no rara en nuestros días - o incluso a una falsa mística, también bastante frecuente.
    Puesto que es generalmente admitido en nuestros días, que la lectio divina puede tener como objeto no solamente la Escritura sino también los Padres de la Iglesia, y, para monjes y monjas, particularmente los Padres del monacato, me permito también una reflexión.
    Siendo la tradición monástica una interpretación vivida de la Palabra de Dios, tiene una importancia semejante a la suya, aunque secundaria con relación a ella. (Hemos visto además cómo los Padres del Desierto tendían a conceder el mismo poder a la Palabra o el ejemplo de un Anciano transformado por el Espíritu, que a la Palabra de Dios o a un ejemplo bíblico. Pero esta palabra vivida que es la tradición monástica tiene necesidad de ser interpretada y continuamente re-interpretada ella también.
    En nuestros días, en las comunidades monásticas se ha re-descubierto a los Padres. Hay que aplaudir este re-descubrimiento. Pero su mensaje, aún más que el de las Escrituras, está envuelto en un contexto cultural que no es, como se acepta demasiado a menudo, la cultura monástica - como si no hubiera más que una -sino el contexto cultural de tal o cual época particular en la que los monjes antiguos han vivido su vocación monástica. El lector moderno debe exponerse, sin ningún espíritu crítico, a la gracia transformante que ellos han vivido y que ellos transmiten; pero no puede hacerlo más que después de haber desbrozado con un sentido crítico refinado, la cáscara cultural que oculta este alimento sustancioso.
    Así como no existe una cultura cristiana, paralela a todas las culturas profanas, más precisamente culturas locales cristianizadas - por lo demás en diversos grados; así tampoco existe una cultura monástica, sino diversas culturas transformadas por su encuentro con el carisma monástico. El uso de los Padres como materia de lectio divina requiere un serio trabajo de exégesis y de estudio para alcanzar la realidad que ellos han vivido, más allá del ropaje cultural que los envuelve. Además, uno se lee a si mismo en los textos que admira; y, evidentemente, se encuentra más a si mismo cuanto más se los admira.
    El monje de hoy será interpelado, llamado a la conversión, transfformado por la lectura de los Padres del monacato, únicamente a condición de que se deje “tocar” por ellos en todos los aspectos de su experiencia monástica. Y esto no se producirá más que en la medida en que él los capte en el conjunto de su experiencia: lo que supone un análisis profundo de su lengua y de su lenguaje, de su pensamiento filosófico y teológico, del contexto cultural en el que ellos han vivido. Me parece artificial e incluso peligroso distinguir este estudio de la lectio propiamente dicha, como si no fuera más que una cuestión previa...
    El monje de hoy pertenece necesariamente a una cultura determinada, y a una Iglesia local, por tanto, a una cultura cristiana determinada. Es esta cultura la que, en él, reencuentra la tradición monástica y debe dejarse intepelar y transformar por ella. Yo me temo que, demasiado frecuentemente, en nuestro enfoque de los Padres, presionemos sobre todo los jóvenes a asumir como un ropaje la cultura monástica de una época pasada con riesgo de convertir nuestros monasterios en campos de refugiados culturales.

    Conclusión

    Los Padres del Desierto nos recuerdan la importancia primordial de la Escritura en la vida del cristiano y la necesidad de dejarse transformar constantemente en el crisol de la Palabra de Dios.
    Sin embargo, incluso un estudio rápido como este que hemos hecho de la manera en que los monjes abordaban la Escritura, nos lleva a poner en cuestión algunos aspectos de la concepción moderna de la lectio divina o, más precisamente, nos llama a sobrepasarlos para volver a un sentido más profundo de la unidad de lo vivido. El monje, menos que nadie, puede permitirse estar dividido. Su mismo nombre, monachos, le recuerda sin cesar la unidad de preocupación, de aspiración y de actitud que corresponde al que o a la que ha elegido vivir un solo amor con corazón indiviso.

    Nota: Muchas citas de los textos monásticos antiguos han sido sacadas de un estudio de Louis Leloir: "Lectio Divina and the Desert Fathers", Liturgy, Vol. 23, n. 2, 1989, pp. 3-38. Una versión abreviada de este estudio ha aparecido en francés: "La Escritura y los Padres", Revue d' Ascétique et de Mystique 47 (1971), pp. 183 -199.



    [1] Armand VEILLEUX, o.c.s.o. Roma, 7 de noviembre de 1995.