La palabra de Dios, fuente inagotable
de conocimiento y de vida
Del Comentario de San Efrén, diácono, sobre el Diatessaron
Lectura bíblica: Rm 11, 33-34; 1 Cor 2, 10
San Efrén (306-373)
De su inmensa obra teológica apenas nos quedan escasos fragmentos:
escribió comentarios a todos los libros de la Sagrada Escritura y abundantes
himnos litúrgicos. Poeta y teólogo, fue por excelencia el maestro
de la Iglesia siria, de manera que se le llamó “profeta de los Sirios” y
“arpa del Espíritu Santo”. Cuenta San Jerónimo que sus escritos se leían
en las reuniones eucarísticas después de la Sagrada Escritura. Nació en
Nísibis, al norte de Mesopotamia (hoy Irak) y se bautizó a los 18 años;
pasó un tiempo dedicado a la oración entre los monjes del desierto y
luego el obispo Jaime le ordenó de diácono, poniéndolo a cargo de su
escuela teológica. Toda su vida se dedicó a la formación cristiana de
adultos; murió en Edesa, donde fue consejero del obispo de aquella ciudad.
En 1920 el Papa Benedicto XV le declaró Doctor de la Iglesia,
constituyéndolo así en maestro de la Iglesia universal.
Comentario
Hay quienes, tras leer por encima las Sagradas Escrituras o apenas conocen
unos cuantos pasajes de memoria, pretenden no encontrar ya nada
nuevo en ellas. San Efrén nos muestra aquí la actitud interior con que
tendríamos que acercarnos a la Biblia: llenos de espíritu de humilde y
perseverante búsqueda, con asombro ante sus maravillas y gratitud por
sus enseñanzas e iluminaciones.
¿Quién hay capaz, Señor, de penetrar con su mente una sola de tus
frases? Como el sediento que bebe de la fuente, mucho más es lo que
dejamos que lo que tomamos. Porque la palabra del Señor presenta muy
diversos aspectos, según la diversa capacidad de los que la estudian. El
Señor pintó con multiplicidad de colores su palabra, para que todo el que
la estudie pueda ver en ella lo que más le guste. Escondió en su palabra
variedad de tesoros, para que cada uno de nosotros pudiera enriquecerse
en cualquiera de los puntos en que concentrara su reflexión.
La palabra de Dios es el árbol de vida que te ofrece el fruto bendito desde
cualquiera de sus lados, como aquella roca que se abrió en el desierto y
manó de todos lados una bebida espiritual. Comieron –dice el Apóstol- el
mismo manjar espiritual y bebieron la misma bebida espiritual.
Aquel, pues, que llegue a alcanzar alguna parte del tesoro de esta palabra
no crea que en ella se halla solamente lo que él ha hallado, sino que ha de
pensar que, de las muchas cosas que hay en ella, esto es lo único que ha
podido alcanzar. Ni por el hecho de que esta sola parte ha podido llegar a
ser entendida por él, tenga esta palabra por pobre y estéril y la desprecie,
sino que, considerando que no puede abarcarla toda, dé gracias por la
riqueza que encierra. Alégrate por lo que has alcanzado, sin
entristecerte por lo que te queda por alcanzar. El sediento se alegra
cuando bebe y no se entristece porque no puede agotar la fuente.
La fuente ha de vencer tu sed, pero tu sed no ha de vencer la fuente, porque,
si tu sed queda saciada sin que se agote la fuente, cuando vuelvas a tener
sed podrás de nuevo beber de ella; en cambio, si al saciarse tu sed se
secara también la fuente, tu victoria sería en perjuicio tuyo.
Da gracias por lo que has recibido y no te entristezcas por la abundancia
sobrante. Lo que has recibido y conseguido es tu parte, lo que ha quedado
es tu herencia. Lo que, por tu debilidad, no puedes recibir en un
determinado momento lo podrás recibir en otra ocasión, si
perseveras. Ni te esfuerces avaramente por tomar de un solo sorbo lo
que no puede ser sorbido de una vez, ni te desmotives por pereza de lo
que puedes ir tomando poco a poco.
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